La moción de censura contra Boris Johnson significa guerra civil entre conservadores

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Bloomberg Opinión — ¿Cómo pueden los miembros del Partido Conservador británico deshacerse de un líder que ha tenido tanto éxito ganando elecciones y sorteando la controversia como Boris Johnson? ¿Y cómo pueden, al mismo tiempo, mantener a alguien cuyo carácter se ha convertido en un lastre, del quien el público desconfía y al que muchos ven como una amenaza para la integridad de las instituciones de gobierno?

La respuesta a ambas preguntas parece ser que no lo saben. El partido de Johnson todavía no puede decidir si está mejor con o sin él. El resultado de esa indecisión es probablemente un oficialismo cada vez más fraccionado y un clima político más polarizado.

Nunca es una buena señal para un primer ministro enfrentarse a una moción de censura. Pero, al igual que la lluvia en el verano británico, la votación del lunes tuvo una sensación de inevitabilidad. Se desencadenó porque al menos el 15% de los colegas conservadores parlamentarios de Johnson presentaron cartas de censura al Comité 1922 de diputados de la bancada.

Johnson necesitaba el apoyo de 180 diputados tories para seguir siendo el líder del partido, y los consiguió. Pero al obtener sólo 211 de los apoyos -un 59%, menos que el 63% que recibió Theresa May seis meses antes de que se viera obligada a abandonar el cargo-, camina herido.

Johnson es conocido por su habilidad para salir de apuros imposibles. Sin embargo, esta vez los obstáculos son diferentes. Si se eliminan de la votación todos los diputados que están en la nómina del gobierno de una manera u otra, queda una mayoría de votos muy estrecha.

Una victoria es una victoria, han dicho los partidarios de Johnson. Y él ha dejado claro que quería que la votación terminara con el asunto. Eso es una ilusión.

Tres disculpas parlamentarias, una serie de marchas atrás en cuanto a decisiones de política, planes de gasto de emergencia y el informe de Sue Gray sobre el incumplimiento de las normas durante el confinamiento no han logrado resolver la tensión subyacente entre los conservadores que lo ven como un ganador de votos y los que lo ven como un lastre. La votación del lunes no alivia esa presión.

Se espera que los tories pierdan dos elecciones locales a finales de este mes. Aunque la mayoría del partido es lo suficientemente amplia como para poder permitirse el golpe y los defensores del primer ministro señalan que los gobiernos suelen recibir una paliza en las votaciones de mitad de mandato, una serie de recientes derrotas locales marca una tendencia preocupante y no hará más que aumentar los llamamientos para su dimisión.

Tampoco se ha acabado el Partygate. Johnson se enfrenta a la investigación de la comisión de privilegios del Parlamento sobre si rompió el código ministerial en su gestión de las denuncias de reunión durante el confinamiento. Eso es normalmente una ofensa que amerita una dimisión, pero nadie espera que un primer ministro que ha hecho del desafío a las convenciones una marca personal se atenga a ellas.

Aunque ganar el voto de confianza no libra a Johnson de su responsabilidad, sí pone la pelota en su tejado. En el pasado, cuando se enfrentaba a la oposición interna, la estrategia de Johnson consistía en purgar a los díscolos y virar hacia la derecha. Ahora es más probable que veamos ambas cosas.

El primer ministro consiguió librar a su partido de los opositores al Brexit tras ganar las elecciones de 2019, creando una sensación de unidad interna durante un tiempo. Podemos esperar que recompense a los leales y deje de lado a los disidentes de nuevo. Un ataque muy personal del lunes por parte de la secretaria de Estado para Asuntos Digitales, Cultura, Medios de Comunicación y Deporte de Johnson, Nadine Dorries, contra el ex secretario de Asuntos Exteriores Jeremy Hunt (un potencial aspirante al liderazgo) ofreció una pista de lo desagradable que podría llegar a ser este escenario.

Pero a diferencia de la guerra del Brexit, esta vez la oposición no proviene de un ala concreta del partido. Es demasiado simplista denunciar a los que desafían a Johnson como interesados o como partidarios de permanecer en la Unión Europea que guardan rencor por el Brexit. La carta del parlamentario conservador Jesse Norman a Johnson desmontando fríamente tanto sus políticas como su carácter lo deja claro. Algunos diputados consideran que ha degradado el cargo, otros que no es un verdadero conservador y otros que simplemente no puede ganar otras elecciones generales.

Lo único que podría acallar el debate interno del partido es un repunte en las encuestas. Pero aunque la opinión pública puede ser voluble, es difícil exagerar el grado de hostilidad hacia Johnson en todo el país. Una encuesta representativa a nivel nacional realizada por JL Partners mostró que la palabra que los votantes más asocian con el primer ministro es “mentiroso”.

Esa antipatía fue palpable incluso durante los cuatro días de celebración del jubileo de la Reina. Los abucheos que se escucharon cuando Johnson y su esposa subieron a la escalinata de la catedral de St. Paul para el servicio de Acción de Gracias al comienzo del fin de semana parecían captar el estado de ánimo. Y a nadie se le escapó que la lectura elegida para Johnson por el Palacio (como un colegial en el rincón de los traviesos) en ese servicio fue Filipenses 4:8: “Todo lo que es verdadero, todo lo que es honorable, todo lo que es justo, todo lo que es puro, todo lo que es agradable, todo lo que es encomiable”, leyó Johnson, “piensa en estas cosas”. En dos ocasiones, durante una edificante velada musical el sábado, se hicieron bromas a costa del Primer Ministro ante la mirada de millones de personas.

A los políticos que pierden la confianza del público les resulta casi imposible recuperarla. Para ello, Johnson necesitaría una sorprendente victoria política o un giro económico.

Por eso, otra probable consecuencia de la moción de censura es que se apresure a promover políticas que cree que restaurarán la confianza de los votantes en su liderazgo o redirigirán su ira. Eso significará, casi con toda seguridad, más anuncios de “carne roja” para apaciguar a los votantes tories que hemos visto recientemente: enviar refugiados a Ruanda, prohibir las protestas ruidosas o intentar rehacer los medios de comunicación, el poder judicial o la administración pública, instituciones que Johnson considera hostiles. También es probable que Johnson persista en sus planes de anular el protocolo de Irlanda del Norte, una medida que Norman describió como “económicamente muy perjudicial, políticamente temeraria y casi seguramente ilegal”.

También es de esperar que Johnson dé un giro a la derecha en materia de política económica. Ya ha señalado que anunciará recortes fiscales, programas para facilitar la compra de viviendas y políticas para impulsar el crecimiento económico. Esa es una dirección más positiva, pero la cuestión será si puede compaginarla con su promesa de reequilibrar la economía británica, ofreciendo más oportunidades y desarrollo en las zonas más pobres, y de mejorar el rendimiento de un Servicio Nacional de Salud en crisis. Ambas tareas requieren un gasto mucho mayor que los importantes compromisos ya asumidos.

No hay ninguna garantía de que, por el hecho de que Johnson haya sobrevivido a la votación del lunes por la noche, su liderazgo esté a salvo de los desafíos hasta las próximas elecciones generales, cuando los votantes tengan la palabra. Tanto Margaret Thatcher como Theresa May sobrevivieron a ellas para ser destituidas poco después. Las reglas actuales del partido prohíben un nuevo desafío al liderazgo durante 12 meses, pero el partido puede cambiar esas reglas si lo desea.

A diferencia de las divisiones tories sobre el Brexit, la votación del lunes no fue fundamentalmente sobre política, sino sobre la personalidad y la competencia del primer ministro. Pero debajo de eso hay una profunda cuestión política: ¿Cuál es la visión tory para el país?

Johnson vive para luchar otro día, pero su partido está atrapado en el mismo dilema con el que empezó.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.