El mes de diciembre en México no solo es sinónimo de posadas y congestionamientos épicos, sino que también es cuando nos enteramos de cuánto incrementará el salario mínimo en el año siguiente.
El aumento, que por lo general se anuncia en los últimos días del año tras las negociaciones entre el Gobierno, los sindicatos y los grupos empresariales, ha adquirido mayor relevancia a medida que México se esfuerza por revertir décadas de estancamiento de los ingresos reales.
El 4 de diciembre el Consejo de Representantes aprobó un incremento al salario mínimo general de 13% para 2026, el cual resulta ligeramente mayor al 12% que había anticipado la presidenta desde septiembre en una de sus conferencias.
A partir de finales de 2017, y en particular tras la llegada al poder del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en diciembre de 2018, el salario mínimo ha crecido a un ritmo de dos dígitos por año, lo que ha favorecido una rápida recuperación del poder adquisitivo.
Entre 2018 y 2025, el salario mínimo por día se triplicó con creces hasta alcanzar los MXN$278,8 (US$15,2), lo que supuso un incremento de cerca del 130 % en términos reales (es decir, tras ajustarlo a la inflación).
Esta iniciativa ha sido probablemente el mayor éxito político de AMLO. Se unió a otras medidas de apoyo a los trabajadores, desde la ofensiva contra la subcontratación hasta el incremento de los periodos de vacaciones, pasando por una normativa más generosa sobre la participación en los beneficios y una reforma de las pensiones para elevar las cotizaciones.
Como resultado, se fortaleció el mercado interno y se redujo considerablemente la pobreza, lo que supuso una victoria política para el movimiento de izquierda de López Obrador y contribuyó a compensar la frustración por el lento crecimiento económico general durante su mandato de seis años.
Su sucesora, Claudia Sheinbaum, ha continuado con esta estrategia y ha celebrado un incremento del 12% del salario mínimo para 2025. Ahora se anuncia un alza de 13% para 2026, a pesar de que algunos sindicatos presionan para que el aumento sea superior al 30%.
Sheinbaum se ha establecido un objetivo explícito: mantener incrementos anuales en torno al 12% durante todo su mandato, de manera que los trabajadores con salario mínimo puedan permitirse 2,5 canastas básicas de alimentos al finalizar su administración en 2030, en lugar de las 1,7 actuales.
Sin embargo, tras ocho años seguidos de alzas de dos dígitos, a las empresas les resulta cada vez más difícil hacer frente a aumentos salariales que triplican la inflación, y eso antes de tener en cuenta otros costes laborales en aumento, como la reducción prevista de la semana laboral de 48 a 40 horas.
Hasta la fecha, México ha conseguido elevar el poder adquisitivo de los trabajadores sin generar presiones importantes sobre los precios ni pérdidas de empleo. No obstante, suponer que los incrementos del salario mínimo por encima de la inflación pueden mantenerse indefinidamente, al margen de las ganancias de productividad, es una política ingenua y poco acertada.
Es evidente que los salarios mexicanos se mantuvieron artificialmente bajos durante décadas; los últimos incrementos no solo son una medida económica acertada, sino también un principio básico de equidad en un país que se caracteriza por la exclusión y la desigualdad.
Aun así, si la prosperidad pudiese alcanzarse sencillamente por decreto, México se convertiría en un país desarrollado de la noche a la mañana.
López Obrador actuó con inteligencia al promover fuertes aumentos del salario mínimo tras años de estancamiento salarial, una medida que sus predecesores más conservadores seguramente lamentan ahora, dados los buenos resultados políticos que le reportó.
Sin embargo, no fue el único que vio las ventajas de elevar el piso salarial. Y ese éxito no debería distraer la atención del trabajo más duro que queda por delante: impulsar la productividad, que se ha mantenido estancada durante las últimas dos décadas.
Esto implica invertir en educación e infraestructura, reducir la burocracia y brindar a los trabajadores un mejor acceso a la tecnología, la capacitación y los servicios financieros.
Aquellos piensan que los principios básicos de economía no se aplican fuera de los libros de texto clásicos deberían pensarlo dos veces.
El punto de inflexión puede ser difícil de detectar, pero los aumentos salariales que se elevan mucho más rápido que la productividad eventualmente resultan contraproducentes, especialmente para las empresas más pequeñas del sector formal que dependen en gran medida de la mano de obra.
Óscar Ocampo, director de desarrollo económico del centro de estudios IMCO, con sede en Ciudad de México, advierte que el país podría estar acercándose a ese punto, señalando que el salario mínimo ya se acerca al 70% del salario medio.
“Estamos entrando en un terreno mucho más turbio ahora, y corremos el riesgo de excedernos con los aumentos”, me dijo. “Si se quiere reducir aún más la pobreza, la palanca se llama crecimiento económico”.
Y en ese sentido, las noticias no son alentadoras.
El banco central prevé que la economía crezca solo un 0,3% este año y un 1,1% en 2026, y que apenas alcance el 2% en 2027.
Los datos laborales también se muestran inestables: a pesar de que el desempleo se encuentra muy cerca de su mínimo histórico, la creación de empleo formal es la más débil en años y la informalidad se elevó casi dos puntos porcentuales en octubre, hasta alcanzar el 55,7%, lo que se traduce en 34 millones de personas.
Entre tanto, más de 38.000 empresas formales desaparecieron en los últimos dos años, lo que representa una caída del 3,6% entre las empresas registradas en el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Aunque buena parte de esto refleja el bajo crecimiento, el colapso de la inversión y el deterioro de la confianza empresarial, no deberíamos descartar algunos efectos tardíos de los agresivos incrementos del salario mínimo, como destacó The Economist en un artículo reciente.
Nada de esto es un argumento en contra de aumentar todavía más el salario mínimo. Es un argumento para arreglar el entorno empresarial de México para que las empresas puedan afrontar esos aumentos siendo más productivas y eficientes, no simplemente cumpliendo con los dictámenes políticos.
Como lo expresa la economista Sofía Ramírez, directora del centro de estudios México ¿Cómo Vamos?, aumentar los salarios básicos en medio de una baja productividad y un crecimiento lento inevitablemente erosiona la competitividad.
“Estás inhibiendo la creación de empleos formales, especialmente en las pequeñas y medianas empresas”, me dijo. “Si los aumentos del salario mínimo están vinculados a las ganancias de productividad, puedes seguir apoyándolos. De lo contrario, comenzarás a ver más números negativos en la creación de empleos formales”.
México aún se encuentra bien posicionado para beneficiarse de las cambiantes corrientes comerciales y geopolíticas.
Sin embargo, no puede seguir subordinando las decisiones empresariales a los imperativos políticos, como si las fuerzas del mercado fueran siempre opcionales. De hacerlo, el ajuste de cuentas con la economía convencional será inevitable y doloroso.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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