No me molesta que Donald Trump quiera cambiar el nombre del Departamento de Defensa por el de Departamento de Guerra. Técnicamente la decisión corresponde al Congreso y no al presidente, pero los republicanos seguramente lo apoyarán. Al fin y al cabo, ese nombre marcial se usó desde George Washington hasta Harry Truman. Además, “guerra” resulta más honesto y descriptivo que el eufemístico “defensa”. Como dijo Trump: “también queremos ser ofensivos si es necesario”. Y eso tiene sentido.
Pero ahí termina mi coincidencia con este ridículo y cosmético truco de espectáculo. A Trump le gusta renombrar cosas —el Golfo de México/Estados Unidos y cosas así— porque hacerlo parece audaz y, al mismo tiempo, elude las complejidades y matices de la política real. Poner nombres forma parte de convertir su presidencia en un reality show, y funciona en la medida en que capta nuestra atención.
Pero un nuevo puesto (y una nueva URL) fuera del Pentágono no resuelve los arduos desafíos de dirigir el Ejército, la Armada, el Cuerpo de Marines, la Fuerza Aérea, la Guardia Costera y la Fuerza Espacial. Tampoco indica nada, ni positivo ni negativo, sobre la estrategia.
El término “estrategia”, que proviene del griego strategos, que significa “general” o “comandante”, es el área que debería preocupar a Trump y a su secretario de Guerra, Pete Hegseth, pero no es así.
Carl von Clausewitz, estratega prusiano, escribió la famosa frase de que la guerra es la continuación por otros medios de la política, o de la política, ya que la palabra alemana Politik puede significar ambas cosas.
Con frecuencia, esto se ha malinterpretado como un apoyo cínico a la guerra. En realidad, Clausewitz querrra y subordinarla al logro de objetivos políticos perfectamente definidos. Esto es lo que Trump y Hegseth no comprenden.
Cuando Trump comunicó el cambio de nombre, Hegseth, el personaje de Fox News que está totalmente comprometido con el estilo de reality show de Trump, volvió a afirmar con grandilocuencia que la nueva denominación expresa el “espíritu guerrero” que él y el presidente están tratando de reavivar tras su pretendida desaparición bajo el mandato de líderes y élites “progresistas”.
El Departamento de Guerra, señaló Hegseth, se centrará a partir de ahora en “letalidad máxima, no en la tibia legalidad, en el efecto violento, no en lo políticamente correcto”. “Vamos a formar guerreros, no solo a defensores”.
Para las personas que analizan profundamente la guerra y son conscientes de que es un infierno, esta belicosidad hueca resulta difícil de soportar. Christopher Preble, responsable del programa “gran estrategia” del Stimson Center de Washington, piensa que la obsesión de Trump y Hegseth por la letalidad “conlleva el riesgo de centrarse en matar por matar, a expensas de la claridad estratégica”.
Incluso, y en especial cuando una nación cuenta con el ejército más poderoso de la historia, sus líderes necesitan humildad y sabiduría al desplegar esa fuerza.
Estados Unidos no perdió en Irak y Afganistán por no ser lo suficientemente letal, “porque no mató a suficientes iraquíes y afganos”, como lo expresa Preble, sino por carecer de una estrategia bien meditada, realista y alcanzable.
Lo que se puede observar hasta ahora durante el segundo gobierno de Trump no es la alineación de medios militares y de otro tipo para fines claramente definidos, sino exhibiciones aleatorias de violencia destinadas a conmocionar y aterrorizar a las audiencias nacionales e internacionales y a mantener los índices de audiencia de la presidencia de reality tv (telerrealidad).
Así, Trump acaba de ordenar un ataque militar contra un pequeño barco en el Caribe, matando a los 11 hombres a bordo, que podrían haber sido narcotraficantes o no, y a quienes Trump llamó “terroristas”. Normalmente, la Guardia Costera habría detenido y procesado a esas personas.
El ataque fue casi con toda seguridad ilegal (nótese el desdén de Hegseth por la “legalidad tibia”). Pero dio lugar a un video lleno de suspense, que Trump, por supuesto, compartió, insinuando que se avecinaban más ataques.
Él y Hegseth parecen igualmente dispuestos a usar la guerra, la palabra y la amenaza en casa.
El presidente ya ha desplegado a la Guardia Nacional en algunas ciudades estadounidenses que considera desleales, obligando a los guerreros de Hegseth a tomarse un descanso de la letalidad para recoger basura y limpiar hojas.
Chicago podría ser la siguiente y, como publicó Trump, está “a punto de descubrir por qué se llama Departamento de GUERRA”. Ilustró su amenaza con una imagen de sí mismo en IA, al estilo de Apocalypse Now (Apocalipsis Ahora), con Chicago de fondo en lugar de un Vietnam en llamas.
Este es el mismo presidente que habitualmente confunde al agresor con la víctima en la guerra entre Rusia y Ucrania. Que sigue distanciando a los camaradas de armas de EE.UU., más recientemente al poner fin a los programas de entrenamiento en Lituania, Letonia y Estonia, la primera línea de la OTAN frente a Rusia.
Que empuja a un potencial aliado, India, a los brazos del adversario más probable de EE.UU., China. Que carece de cualquier noción observable de gran estrategia, es decir, de un plan plausible para mantener la grandeza de Estados Unidos y lograr la paz mediante la fuerza.
Así que adelante, cambien el nombre de ese departamento.
Y prepárense para la guerra. Pero háganlo con el objetivo de prevenir la guerra, como hizo Harry Truman cuando eligió la etiqueta “defensa” justo después de presenciar el horror genocida e incluso nuclear de la Segunda Guerra Mundial. Él y otros líderes estadounidenses de su época vislumbraron el infierno y querían salvar a la humanidad de él. Odiaban la guerra demasiado como para jugar con la palabra.
Con o sin espolones, Trump no puede seguir haciéndose pasar por un guerrero mientras se autodenomina Presidente de la PAZ . Y Estados Unidos no puede seguir permitiéndole desdeñar la estrategia por pura ostentación.
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