Opinión - Bloomberg

La próxima gran emergencia de salud global ya está aquí

salud
Por Therese Raphael
27 de enero, 2022 | 09:51 AM
Tiempo de lectura: 7 minutos

Bloomberg Opinión — Si miramos el lado positivo de los dos últimos años, el impacto del Covid-19 debería significar al menos que estaremos preparados para la próxima gran amenaza causada por una enfermedad infecciosa. Sabemos cómo prepararnos, tenemos tecnología más avanzada, hemos reforzado los protocolos de salud pública. Y los gobiernos han aprendido lo rápido que puede avanzar la ciencia cuando se le ofrecen los incentivos adecuados.

Todos estos aprendizajes son ya necesarios en la lucha contra la creciente resistencia a los antimicrobianos (AMR por sus siglas en inglés), o infecciones que no responden a los medicamentos.

Antimicrobianos es el término que engloba a los numerosos antibióticos, antivirales, antifúngicos y otros medicamentos que previenen las infecciones en humanos, animales y plantas. Los patógenos desarrollan naturalmente resistencia a los antimicrobianos a medida que evolucionan, pero gracias al uso excesivo de antibióticos y otras condiciones, la velocidad de dicha resistencia se ha convertido en un importante problema de salud mundial.

Enfermedades comunes como las infecciones del tracto urinario, las enfermedades de transmisión sexual y la sepsis son cada vez más capaces de resistir los fármacos desarrollados contra ellas. Algunas infecciones se convierten en superbacterias que desafían a los tratamientos. Cuestan vidas y también imponen enormes costos a los sistemas sanitarios y a las economías en general.

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Incluso en un momento en el que todos estamos un poco saturados de noticias sobre riesgos sanitarios, es difícil exagerar la urgencia del reto. El Covid-19 ha provocado unas 5,6 millones de muertes, pero según estimaciones anteriores, la AMR se cobrará 10 millones de vidas anuales en 2050 y esa cifra ya parece baja. Gran parte de la medicina moderna, desde las cirugías hasta la quimioterapia y los trasplantes de órganos, requiere antibióticos eficaces. Y ahora preocupa que las hospitalizaciones por Covid-19 hayan llevado a un mayor uso excesivo de antibióticos, lo que podría aumentar la resistencia a los medicamentos.

Las infecciones resistentes a los medicamentos ya están matando a más personas en el mundo que la malaria y el VIH juntos. Aunque se concentra en los países de bajos ingresos, el problema no se limita a ellos. En EE.UU. se producen anualmente unas 2,8 millones de infecciones resistentes a los antibióticos y más de 35.000 personas mueren por ello. La resistencia a la Escherichia coli (E. coli), causante de infecciones renales y al Staphylococcus aureus (o estafilococo), que suele recogerse en los hospitales y es la causa de las infecciones sanguíneas, ha alcanzado niveles elevados en todo el mundo.

Cuanto más resistentes se vuelvan los patógenos a los medicamentos, más se extenderán, haciendo que las infecciones ordinarias sean potencialmente mortales y comprometiendo el éxito de los avances en cirugía y terapia contra el cáncer.

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Un nuevo estudio publicado la semana pasada en The Lancet presenta las primeras estimaciones mundiales de la carga de la resistencia a los antimicrobianos, y estas confirman los peores temores. Los autores estiman que en 2019 casi 1,3 millones de muertes se atribuyeron directamente a infecciones resistentes a los medicamentos y más de 4,9 millones de muertes se asociaron con la resistencia a los medicamentos. Una de cada cinco muertes por AMR se produjo en un niño menor de cinco años.

Resistencia bacteriana a los antimicrobianos 
Tasas por 100.000 habitantes, 2019
Azul: Muertes asociadas a
Blanco: Muertes atribuibles a 
De arriba a abajo:
Global, África Subsahariana, Asia Meridional, Europa Central/Este de Europa/Asia Central, América Latina/Caribe, Renta Alta, Sudeste de Asia/Asia Oriental/Oceanía, Norte de África/Oriente Medio

La gran mayoría de las muertes, casi el 79%, se atribuyeron a tres síndromes: infecciones de las vías respiratorias inferiores y del tórax, infecciones del torrente sanguíneo e infecciones intraabdominales. Seis patógenos fueron responsables de más de un cuarto de millón de muertes en todo el mundo.

Es difícil imaginar que estas cifras se reduzcan sin una intervención inmediata. Es urgente mejorar la educación, el saneamiento, la vigilancia y la innovación en el diagnóstico, y nuestra experiencia con el Covid-19 debería ayudarnos en todas estas áreas. Si menos personas contraen infecciones en primer lugar, se necesitan menos antibióticos y hay menos posibilidades de resistencia a los medicamentos. Pero los nuevos fármacos también deben formar parte de la solución, y para ello será necesario que los gobiernos den un empujón a la innovación y a los lanzamientos.

Aunque también hay retos científicos en este sentido, son los incentivos deformados a la hora de desarrollar y comercializar nuevos medicamentos los que explican por qué no ha habido antibióticos verdaderamente nuevos en los últimos 30 años.

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Los medicamentos tienen éxito comercial si las empresas farmacéuticas pueden ganar suficiente dinero con ellos para recuperar el costo de su desarrollo. Pero el costo de desarrollar un antibiótico se ha estimado en unos US$1.500 millones, mientras que los ingresos medios se calculan en unos US$46 millones al año. (Según una estimación citada en Nature, un nuevo antibiótico necesita ganar al menos US$300 millones al año para seguir adelante). De hecho, el valor neto actual de un nuevo medicamento contra la artritis se estima en US$1.000 millones en el momento de su descubrimiento, mientras que un nuevo antibiótico puede aportar a menudo un valor negativo al desarrollador o un valor modesto de hasta US$37 millones, según un estudio.

Un giro irónico es que se desanima a los médicos a recetar nuevos antibióticos a menos que sea absolutamente necesario (para reducir la ARM), lo que hace bajar las ventas y desalienta la inversión. El precio de los nuevos antibióticos también parece poco competitivo en comparación con los genéricos existentes.

De los 15 nuevos antibióticos que obtuvieron la aprobación de la FDA (Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU.) en la década hasta 2020, cinco fueron archivados porque las empresas se declararon en quiebra o fueron vendidas. Los investigadores señalaron el año pasado que, mientras que 18 antibacterianos habían sido aprobados y lanzados en el G7 y otros países europeos de renta alta entre 2010 y 2020, la mayoría eran accesibles sólo en tres naciones: Gran Bretaña, Estados Unidos y Suecia. También suele haber grandes retrasos antes de que se lance un medicamento.

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Pocas ofertas, largos retrasos 
De los 18 nuevos antibacterianos aprobados por los organismos gubernamentales entre 2010 y 2019, la mayoría de los países de renta alta lanzaron menos de 10 y tardaron más de un año en hacerlo
Azul: Mediana del retraso en el lanzamiento (número de lanzamientos)
Japón, Canadá, Francia, Italia, Alemania, España, Suecia, Noruega, Reino Unido, Dinamarca, EE.UU.

Muchas empresas han decidido retrasar o renunciar por completo a la comercialización, sobre todo teniendo en cuenta que la oncología y otras áreas proporcionan rendimientos incomparablemente mayores. La suiza Novartis AG (NOVN) retiró su investigación sobre antibióticos en 2018, diciendo que prefería centrarse en el tratamiento del cáncer. La francesa Sanofi (SAN) y la británica AstraZeneca Plc (AZN) también lo han hecho.

La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) estimó en 2017 que se necesitarían US$500 millones adicionales al año durante 10 años para sacar al mercado cuatro nuevos antibióticos de primera clase en los próximos 10 años. Un importante informe del gobierno del Reino Unido en 2016 dirigido por el ex economista jefe de Goldman Sachs (GS), Jim O’Neill, concluyó que costaría US$16.000 millones revisar la cadena de producción de antibióticos para sacar al mercado 15 nuevos antibióticos en la próxima década.

Dados los escasos incentivos del mercado, un problema de esta envergadura requiere un enfoque multilateral coordinado. “¿Cuántas décadas de trabajo se dedicaron a las vacunas de ARNm; cuántos científicos en todo el mundo, cuánto dinero de los gobiernos? Esto no fue un milagro; se construyó con una financiación inteligente”, dice Kevin Outterson, profesor de Derecho de la Universidad de Boston y director ejecutivo de CARB-X, una organización sin ánimo de lucro que es un importante inversor en antimicrobianos. “Con el desarrollo de vacunas, el gobierno de EE.UU. eliminó todas las cuestiones comerciales”. Los antimicrobianos merecen algo similar y, con un mejor modelo de financiación, los inversores también vendrán, dice.

Se necesita una combinación de lo que los economistas de la salud llaman incentivos de empuje y de atracción. Los gobiernos podrían ofrecer incentivos de empuje (créditos fiscales o financiación directa de la I+D) para subvencionar los costos de los desarrollos, así como incentivos de arrastre, que recompensen a las empresas que consigan la aprobación reglamentaria y lancen productos.

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El reto es diseñar un sistema que garantice el acceso a los medicamentos sin fomentar la prescripción excesiva. Poco a poco, varios países están tratando de abordar la cuestión. Un programa piloto del Reino Unido paga a las empresas por los antimicrobianos sobre la base de una suscripción, no sobre los volúmenes utilizados. En EE.UU., la ley Pasteur pasada con apoyo de los dos partidos también utiliza un sistema de “desvinculación” para financiar los contratos de suscripción. Pero el proyecto piloto del Reino Unido es demasiado limitado en la actualidad para incentivar nuevos desarrollos, y la legislación estadounidense aún no ha sido aprobada por el Congreso. Francia, Alemania y Suecia también tienen iniciativas, pero falta un enfoque más coordinado.

Puede haber un rayo de esperanza en el frente científico. A principios de esta semana, un grupo de científicos australianos afirmó haber encontrado una forma de derrotar a las superbacterias que han desarrollado una resistencia a los antibióticos. Su enfoque consistía en utilizar tratamientos que combinan nanopartículas (partículas ultrafinas) con antibióticos. El uso de la nanotecnología para reducir la dosis de antibióticos podría ayudar a reducir la necesidad de nuevos tratamientos antibióticos, dijeron los autores.

La pandemia nos ha enseñado el alto costo que supone el retraso en la actuación ante las crisis de salud mundial, así como los enormes beneficios que se obtienen cuando los gobiernos se aseguran de incentivar la innovación científica. Nuestra próxima prueba es ver si podemos recordar esas lecciones.

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Con la asistencia de Elaine He.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Andrea González