Bloomberg — OpenAI, la startup más valiosa del mundo, se ha disparado más de un 350% en las bolsas secundarias desde principios del año pasado, superando con creces a empresas como Nvidia Corp. (NVDA), la favorita del mercado bursátil, y contribuyendo a que las empresas privadas se conviertan en lo más cotizado del mundo financiero.
Todo ello inspira el síndrome FOMO (miedo a perderse algo) entre los inversores minoristas. Con la previsión de que miles de millones de dólares fluyan hacia los mercados privados procedentes de inversores particulares desesperados por participar en la acción, aumenta la preocupación de que los aficionados puedan estar entrando en el momento menos oportuno.
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La presión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para facilitar el acceso de los planes de jubilación 401(k) a activos alternativos es uno de los factores que atrae a los recién llegados. Lo mismo ocurre con las plataformas que han surgido para permitir a los particulares comprar porciones de unicornios, pensemos en mercados como Hiive o EquityZen, y con los fondos especializados que agrupan inversiones privadas para el gran público.
En conjunto, estos canales están abriendo las compuertas para que inversores sin experiencia entren en un rincón opaco de las finanzas. La IA es otra especie de canto de sirena que atrae a los minoristas hacia las rocas justo cuando las valoraciones se disparan. Incluso el CEO de OpenAI, Sam Altman, ha advertido de que la inteligencia artificial podría ser una burbuja, calificando algunas valoraciones de “demenciales” y advirtiendo de que algunos saldrán perjudicados por la histeria.
“El dinero inteligente es bastante bueno a la hora de predecir el techo o, al menos, de detectar una burbuja”, afirma Andrew Feller, antiguo asesor sénior de políticas de la Comisión de Bolsa y Valores y actualmente asesor especial sénior de Kohn, Kohn & Colapinto LLP. “Están tratando de crear un entorno en el que los inversores minoristas quieran invertir dinero para rescatarse a sí mismos de forma eficaz. Eso me pone nervioso”.
Este desajuste, los profesionales buscan salidas mientras los aficionados se agolpan para acceder, sienta las bases para posibles problemas. Sin experiencia en la debida diligencia, los inversores minoristas pueden ser presa fácil de gestores de fondos menos escrupulosos, sobre todo porque carecen de las herramientas que utilizan las instituciones para evaluar los activos privados.
Entonces, ¿cómo se protege el llamado “dinero tonto”?
Una estrategia consiste simplemente en comprender la deuda involucrada. Tomemos como ejemplo las empresas que se encuentran en muchas carteras de capital privado: empresas que luchan con mayores costos de crédito después de que la Reserva Federal comenzara a subir las tasas de interés en marzo de 2022. Las empresas propiedad de capital privado tienden a tener una deuda más alta, en parte porque los gestores a veces utilizan la deuda de la empresa para pagarse dividendos, lo que se conoce como recapitalización de dividendos. Cuando aumentan los costes de los préstamos, ese apalancamiento las hace vulnerables a todo, desde los aranceles hasta una recesión.
Otro riesgo es que los gestores, en su carrera por empezar a ganar comisiones con la afluencia de capital minorista, puedan pagar en exceso por los activos. Eso aumenta las posibilidades de que se produzcan demandas por venta abusiva por parte de inversores que carecen de los conocimientos necesarios para discernir si una inversión es rentable.
Y, a diferencia de las acciones o los bonos, las participaciones privadas no ofrecen una salida fácil para los inversores minoristas. La iliquidez significa que los ahorradores de planes 401(k) podrían no descubrir los errores durante años, momento en el que una mala marca puede metastatizarse en una pérdida permanente.
Incluso el auge de la IA, el motor que impulsa el frenesí, corre el riesgo de agriarse. El estado de ánimo ha cambiado en las últimas semanas, en parte debido a los acuerdos de financiación circular en los que empresas como OpenAI reciben inversiones para centros de datos de empresas como Nvidia a cambio de la compra de chips. Algunos académicos y analistas dicen que recuerda a las asociaciones establecidas durante la burbuja puntocom que impulsaron los ingresos y las valoraciones antes del colapso de hace 25 años.
Además de la concienciación minorista, la regulación es la otra respuesta. Los organismos de control ya han destacado los problemas de valoración en los mercados privados y la amenaza potencial para la estabilidad financiera mundial que supone una explosión imprevista. Las valoraciones pueden ocultar el verdadero nivel de riesgo, advirtió a principios de este año la Autoridad de Conducta Financiera del Reino Unido. Los reguladores estadounidenses han emitido alertas similares sobre la opacidad de los precios, el apalancamiento y los desajustes de liquidez, especialmente en los fondos dirigidos a inversores no profesionales.
Durante años, no se consideraba que los mercados privados pudieran desencadenar una crisis financiera más amplia, ya que el dinero procedía de inversores que podían permitirse bloquearlo durante largos periodos de tiempo. La llegada de los minoristas cambia esa suposición.
Cuando los planes 401(k) y otros instrumentos de jubilación invierten en activos alternativos, introducen un riesgo de liquidez, ya que esos fondos suelen necesitar poder rescatar una parte de su inversión con regularidad. Si los mercados se tambalean y los inversores minoristas se apresuran a retirar su dinero, los fondos pueden verse obligados a realizar ventas urgentes, vendiendo activos a precios de liquidación, lo que alimenta el pánico y erosiona aún más la confianza.
Las consecuencias pueden ser dramáticas y memorables. En el Reino Unido, las inversiones en empresas privadas contribuyeron a la caída de un fondo supervisado por Neil Woodford que, en un momento dado en 2019, gestionaba más de 10.000 millones de libras esterlinas (US$13.300 millones). Woodford era tan querido por los inversores particulares que se le apodó el Oráculo de Oxford. Sin embargo, cuando los resultados empeoraron, los inversores comenzaron a exigir la devolución de su dinero. Normalmente, un fondo vendería activos para satisfacer esas solicitudes. Su fuerte inclinación hacia activos ilíquidos lo hizo casi imposible.
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El fondo acabó en liquidación y unos 300.000 inversores perdieron lo que la Autoridad de Conducta Financiera calificó como “decisiones de inversión inadecuadas”. El riesgo ahora es que pueda volver a ocurrir algo similar, solo que esta vez a una escala mucho mayor.
Por ahora, la máquina del mercado privado funciona a toda marcha, impulsada por el entusiasmo, la esperanza y una demanda minorista sin precedentes. Sin embargo, si la historia sirve de guía, la verdadera prueba llega cuando los inversores minoristas intentan recuperar su dinero, no cuando se apresuran a invertirlo.
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