Es por esto que incluso los científicos subestiman el cambio climático

Una tendencia a presentar resultados alarmantes de manera “sobria” y el abordaje en el campo de la economía del clima están entre las principales razones.

Un bombero de la estación de CDF de Jameson Creek lucha contra un incendio en una propiedad en Acorn Drive durante el incendio del complejo CZU Lightning en el condado de Santa Cruz, California.
Por Gernot Wagner
08 de agosto, 2021 | 06:48 PM

Bloomberg — Los científicos Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), un grupo global respaldado por las Naciones Unidas, pasó las dos últimas semanas en reuniones para preparar su última evaluación de la ciencia física que sustenta el cambio climático pasado, presente y futuro. El IPCC ofrece un panorama preocupante de lo que está por venir. Los elevados costos de un mundo así son muy evidentes, pero calcularlos es aún más difícil.

Esto último es el pan con mantequilla de la economía climática: contabilizar los daños climáticos en dólares y centavos. El Santo Grial consiste en traducir esos números en cuánto le cuesta a la sociedad cada tonelada de CO₂ y, por lo tanto, cuaánto debería costarle a quienes contaminan. Es importante, pero desagradable, más parecido a una contabilidad aburrida que a una ciencia económica de vanguardia.

Teniendo en cuenta que se tardarán años en evaluar los últimos datos científicos (hay 234 autores de todo el mundo trabajando en más de 14.000 estudios) añadir las ciencias económicas a todo ello implica un retraso aún mayor entre los últimos cambios climáticos observados y una evaluación completa de sus impactos.

“Creo que ahora está claro que los economistas han subestimado los costos del cambio climático”, señala Naomi Oreskes, historiadora de la ciencia de la Universidad de Harvard. A estas alturas no faltan las críticas a la economía del clima: la disciplina “nos ha fallado”, la concesión del primer Nobel de economía del clima puede haber causado “más daño que beneficio”, e incluso lo habrían hecho los llamamientos a que la economía se someta a “una revolución climática”. La disciplina necesita un cambio, y yo debería saberlo: Soy una economista del clima citado en uno de esos estudios y a coautores de otro. Sí, muchas de estas críticas son autorreflexivas, vienen de dentro.

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Criticar, por supuesto, es fácil. Señalar las razones específicas por las que los economistas han subestimado tradicionalmente los costes climáticos, y luego mejorar esas deficiencias, es mucho más difícil.

Una razón, (y hablo desde mi propia experiencia) es la dificultad objetiva de calcular los costos. Hacerlo “de abajo hacia arriba”, una ola de calor o un huracán a la vez, es una tarea agotadora. Eso ha llevado a los economistas climáticos a hacer suposiciones habitualmente heroicas que les permiten estimar los daños climáticos “de arriba hacia abajo” con conjeturas de cómo los daños climáticos afectan a la economía. Así es como calculamos los daños económicos totales por cada grado de calentamiento global promedio.

No es sorprendente que un ejercicio de este tipo pase por alto muchos detalles. Sin embargo, todavía no está claro que este proceso conduzca necesariamente a subestimaciones. ¿Quizás la economía del clima, como disciplina, se ha acercado a supuestos progresivamente más altos que acaban por sobreestimar los costos climáticos?

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Para obtener más información, volví a leer el libro de Oreskes ¿Why Trust Science? (¿Por qué confiar en la ciencia?) El libro se centra en la ciencia física del clima y en el “conservadurismo” inherente a la disciplina. También hablé con ella sobre la economía del clima específicamente.

Oreskes ve paralelismos entre las ciencias naturales y las sociales. “Esto puede ser, en parte, otro ejemplo de lo que mis colegas y yo documentamos en la ciencia física del clima: la tendencia a subestimar la velocidad y la magnitud del cambio climático. Denominamos a esto “errar por el lado de menor drama”, escribió en un intercambio de correos electrónicos esta semana. Oreskes ve esa tendencia como parte del ADN de los científicos: “La concepción científica de la racionalidad como algo opuesto a la emoción lleva a muchos científicos a sentir que es importante que sean ‘sobrios’, desapasionados, no emocionales y conservadores. Esto les lleva comúnmente a sentirse incómodos con descubrimientos fuertes, incluso cuando son verídicos”.

Hay, en efecto, algunas fuerzas compensatorias. Los titulares dramáticos pueden ser una buena manera de ganar visibilidad. Pero la ciencia del clima y la economía del clima siguen siendo disciplinas científicas en las que el progreso ocurre en un artículo de revista a la vez. Comúnmente, la mejor manera de avanzar en la disciplina (y de que un artículo propio pase la revisión por pares) es aspirar añ progreso gradual.

La economía del clima puede tener otros dos factores que influyen. Uno de ellos lo comentó Oreskes en un artículo de opinión del que es coautora con Lord Nicholas Stern: es probable que los efectos del clima se produzcan en cascada, y los economistas pueden carecer de las herramientas necesarias para abordar específicamente estos efectos en cascada. Los economistas acostumbran a compartimentalizar. Abordar un problema a la vez tiene sus indudables ventajas, pero como he argumentado (con Tom Brookes, de la Fundación Europea del Clima), “el pensamiento marginal es inadecuado para un problema que lo consume todo y que afecta a todos los aspectos de la sociedad”.

La segunda razón que identificó Oreskes tiene más que ver con la orientación general del campo de la economía. Dijo que “ha tendido a confiar demasiado en el poder de los mercados y a ser reacia a reconocer los fallos del mercado a gran escala”. También habla de cómo se enseña la economía en las escuelas. El típico libro de texto de introducción a la economía se explaya sobre el poder de los mercados y describe con detalle cómo funcionan las fuerzas del mercado. Se dedica mucho menos tiempo a los casos en los que fracasan, y el calentamiento global encabeza sin duda esa lista.

Por supuesto, no todas las cifras generadas por los economistas del clima, ni todos los pronunciamientos políticos, serán conservadores. Pero es importante reconocer los retrasos y sesgos inherentes a la iniciativa científica en su conjunto. Las mismas razones por las que podemos confiar en la ciencia del clima en general llevan a que los informes del IPCC sean intrínsecamente conservadores en su evaluación general, y a que la economía del clima se haya quedado rezagada en sus recomendaciones políticas.