Donald Trump, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora. Fotógrafo: Dylan Hollingsworth/Bloomberg
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Bloomberg — A medida que las negociaciones nucleares entre las potencias mundiales e Irán se acercan a su desenlace, la administración Biden está aumentando la presión sobre... ¿¡Donald Trump!? Frente al clamor republicano en contra de revivir el acuerdo de 2015, la Casa Blanca está dispuesta a reformular el análisis en Washington sobre las conversaciones en Viena al culpar al presidente anterior por haberse retirado del acuerdo de manera desacertada.

Dos veces la semana pasada, los portavoces del Departamento de Estado y la Casa Blanca desviaron las preguntas de los periodistas sobre las negociaciones para hablar sobre el retiro de Trump del acuerdo en 2018, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés). Jen Psaki, la secretaria de Prensa de la administración, lo describió como la raíz de todas las actividades malignas de la República Islámica : “Ninguna de las cosas que estamos viendo ahora: la mayor habilidad y capacidad de Irán, las acciones agresivas que han tomado a través de guerras proxy alrededor del mundo, estaría sucediendo si el ex presidente no se hubiera retirado imprudentemente del acuerdo nuclear sin pensar en lo que podría venir después”.

Como táctica política, esto es astuto: le da al presidente Biden una excusa preparada para los dos resultados más probables de las conversaciones. Si la administración hace concesiones significativas para revivir el JCPOA, como aceptar levantar algunas sanciones económicas antes de que Irán haya vuelto a cumplir plenamente con sus términos, entonces la Casa Blanca puede afirmar que la retirada precipitada de Trump no le dejó buenas opciones. Si, como parece más probable, las conversaciones fracasan y la República Islámica continúa enriqueciendo uranio hasta niveles aptos para fabricar armas, entonces fue culpa de Trump por eliminar las restricciones impuestas en el acuerdo original.

Pero como estrategia de política exterior, es solo inteligente a medias: les da a los iraníes una excusa preparada (Donald Trump) por sus violaciones cada vez más peligrosas del JCPOA y su comportamiento agresivo en Medio Oriente. Para los aliados de EE.UU. en la región, indica que la administración tiene una visión limitada de la amenaza que enfrentan de parte de Teherán.

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Ciertamente existe un argumento de que el régimen podría no haber intensificado su programa nuclear (no abiertamente, de todos modos) si el acuerdo de 2015 aún estuviera en vigor. Pero como Israel y los estados árabes del Levante y el Golfo Pérsico saben en base a sus dolorosas experiencias, la amenaza iraní precede a las capacidades nucleares de Irán.

Las guerras proxy a las que hace referencia Psaki se han estado librando desde la creación de la República Islámica en 1979, cuando el nuevo régimen teocrático en Teherán comenzó a apoyar a los grupos armados en todo el Medio Oriente. Durante las siguientes tres décadas, construyó una vasta red de proxies y socios, que van desde Hezbolá en el Líbano y Hamás en Gaza hasta los hutíes en Yemen y varias milicias en Irak. Estos fueron utilizados para fomentar el conflicto dentro de las sociedades árabes, así como para amenazar a Israel.

Incluso antes de que se firmara el JCPOA, una guerra civil instigada por los hutíes en Yemen había atraído a una coalición árabe liderada por Arabia Saudita, Hezbolá y las tropas iraníes estaban masacrando a civiles sirios para apuntalar el régimen sirio del dictador Bashar al-Assad, Hamás estaba permanentemente enfrentado a Israel y los representantes de Irán en Irak habían matado a cientos de tropas estadounidenses.

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Mientras tanto, en casa, el régimen de Teherán estaba desarrollando tecnología de misiles balísticos y aumentando sus fuerzas militares y paramilitares.

El acuerdo de 2015 perseguido por la administración del presidente Barack Obama se limitó a un elemento de la amenaza iraní: un programa nuclear que Teherán afirmó que era completamente pacífico. El acuerdo estaba destinado a evitar que el régimen adquiriera armas nucleares durante un par de décadas, a cambio del levantamiento de las sanciones impuestas por la ONU y EE.UU. Pero no requería que Irán renunciara a sus actividades desestabilizadoras.

A los críticos del acuerdo les preocupaba que una República Islámica sin restricciones se volviera más agresiva y asertiva. Tenían razón: en los dos años que el JCPOA estuvo en vigor, Irán aumentó el gasto militar en el país, especialmente en su programa de misiles y aumentó el apoyo a sus proxies.

Los críticos de Trump tienen razón al señalar que su imprudente finalización del acuerdo no puso fin a estas actividades, pero la reimposición de sanciones ciertamente restringió el acceso de Irán a dinero y municiones. No es difícil imaginar cuánto más daño habrían hecho Hezbolá o los hutíes, o serían capaces de hacer, si hubieran tenido más dinero y armamento avanzado de Teherán.

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En cualquier caso, es absurdo sugerir que la retirada de Trump del JCPOA aumentó la agresión de Irán y mucho menos la provocó. Si bien el nuevo mensaje de la administración Biden podría funcionar en Washington, no funcionará en el Medio Oriente.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Miriam Salazar