Opinión - Bloomberg

Para una verdadera democracia, votar debe ser fácil

En carteles se lee "Vota No" en el referéndum de la Escuela Secundaria de Hoboken en Nueva Jersey, EE.UU. el sábado 22 de enero de 2022.
Por Jonathan Bernstein
06 de febrero, 2022 | 05:14 PM
Tiempo de lectura: 4 minutos

Bloomberg — Hablemos de dificultar el voto. La politóloga y estudiosa de la democracia Corrine McConnaughy hizo un comentario importante en Twitter: “Un recordatorio de que los derechos de voto tienen que ver tanto con la legitimidad sistémica como con los resultados electorales”.

Ella y yo luego tuvimos una pequeña discusión al respecto:

Jonathan Bernstein: ¿Puedo estar muy de acuerdo aunque no esté muy seguro de que la legitimidad sea algo?

Corrine McConnaughy: ¿Puedes estar de acuerdo en que las creencias de la gente sobre el sistema que los gobierna ayuda a permitir la gobernanza? Claro que podemos facilitar la gobernanza de otras maneras, pero ...

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JB: Eso me parece correcto, sí, al menos es importante para la gobernanza. Pero no estoy seguro de que sea la “legitimidad”.

CM: ... Pero la gente, seres humanos de verdad, dedican toda su vida a obtener derechos políticos, incluido el voto, porque esos derechos tienen un valor que va más allá de los beneficios electorales inmediatos.

JB: Y entre las razones por las que pueden tener un valor real y significativo para la gente está la de la plena ciudadanía, tanto en el sentido de “sentirse ciudadanos de pleno derecho” como en el de la aceptación de las políticas. Ambas cosas deberían tomarse en serio. ¿Sí?

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CM: Sí. También en el sentido de “ser tratados por los demás como personas de pleno derecho”.

¿Por qué es importante facilitar el voto? No porque ayude a un partido o a otro. Y aunque es injusto que algunos grupos específicos tengan mayores obstáculos para llegar a las urnas que otros (incluso si reaccionan superando esos obstáculos) esa equidad es sólo una parte de la razón.

La verdadera respuesta tiene que ver con la razón por la que queremos democracia en primer lugar. Una respuesta es que puede ser la mejor manera de asignar recursos escasos, o al menos de establecer sistemas para hacerlo. Para algunos, eso es suficiente. Pero no es la única razón para un gobierno democrático.

Después de todo, una república ofrece la oportunidad de participar en la toma de decisiones colectivas para toda una comunidad. Esas decisiones pueden no ser sabias o justas. Y no todos pueden estar del lado ganador de todos los argumentos políticos. Pero obtendrán ese sentimiento de ciudadanía, de participar en la toma de decisiones como iguales. Como ciudadanos con derecho a voto, sabemos que todos los funcionarios públicos, desde el presidente para abajo, trabajan para nosotros y acuden a nosotros en busca de nuestro apoyo. Si el voto se distribuye de forma desigual, sobre todo si se impide el acceso a personas que de otro modo no serían tratadas de forma equitativa, todo el sentido de la democracia se hace añicos.

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Pero hay más. Incluso si las cargas sustanciales del voto se reparten de forma equitativa (es decir, si el voto es de algún modo igual de difícil para todo el mundo) se sigue socavando la democracia. Esto recuerda cómo James Madison entendió el fracaso del primer gobierno de los Estados Unidos. En 1776, los revolucionarios llegaron a favorecer una república porque permitiría a todos los ciudadanos (en su visión truncada de “todos”) participar en el autogobierno. Pero les preocupaba que sólo pudiera sostenerse si los ciudadanos se preocupaban lo suficiente como para dedicarse a ello, si tenían “virtud”. Una década después, a muchos les pareció que sus temores se estaban haciendo realidad. Con la guerra ganada, los ciudadanos estaban más interesados en su felicidad privada que en la felicidad pública que los revolucionarios habían experimentado cuando fundaron la nación. Pero Madison, en lugar de desesperarse, tuvo una idea. En lugar de confiar en los ciudadanos de espíritu público, podían establecer un gobierno vigoroso y poderoso basado en el interés propio, con la esperanza de que cuando los ciudadanos se involucraran aprendieran la virtud pública de su participación. Incluso si sus motivos iniciales eran puramente egoístas.

En otras palabras, si el objetivo de la democracia es en parte experimentar la felicidad pública (permitir la participación política por sí misma, a pesar de nuestra tendencia natural hacia el egoísmo) entonces cualquier fricción innecesaria que los ciudadanos encuentren al tratar de participar es más que un inconveniente menor (y , sí, eso incluye restricciones en la votación tanto en los estados demócratas como en los republicanos, aunque hay mucho espacio para el desacuerdo sobre cómo hacer que votar sea fácil). Socava todo el proyecto. Esto puede ser especialmente cierto en lo que respecta al acto de votar, que es fundamental para establecer la plena ciudadanía y que, al mismo tiempo, es la versión de entrenamiento de la democracia, dado que es puramente personal y no implica interacciones políticas con otros. Si las personas se sienten desalentados por las altas barreras para votar, es menos probable que participen de otras maneras.

Todo ello significa que hay bastantes razones para facilitar al máximo la participación de la gente en la acción política, desde la equidad hasta la dignidad, pasando por ese sentido de felicidad pública. Y no conozco ninguna buena razón para aumentar deliberadamente las barreras al voto.

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Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha