El presidente ruso Vladimir Putin
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Bloomberg Opinión — Ha comenzado. El presidente ruso Vladimir Putin, al reconocer dos regiones separatistas de Ucrania como estados independientes y enviar soldados rusos como “fuerzas de paz”, ha comenzado lo que podría convertirse en una guerra. ¿Qué tiene en mente este hombre? ¿Cómo ve el mundo? Los analistas y expertos de todo el mundo se lo preguntan. Las posibilidades son aterradoras.

Hubo un tiempo, en los primeros años de su reinado, en el que Putin todavía se rodeaba de asesores y expertos que le daban diversos puntos de vista e interpretaciones del mundo, un tiempo en el que hablaba con líderes extranjeros y realmente los escuchaba. En apariencia, estaba en contacto con la realidad.

Pero en algún momento -hace más de una década- Putin empezó a construir una realidad alternativa. Se convirtió en un historiador aficionado y se inventó sus propias teorías sobre el pasado, eludiendo los hechos a su antojo para contarse las historias que le gustaban. En una de ellas, Ucrania no es un país propiamente dicho, sino una parte de una Rusia más grande, su Rusia. En 2014 comenzó a apoderarse de partes de ella.

Por aquel entonces, Angela Merkel, entonces canciller alemana, mantuvo muchas conversaciones con él. Ella habla ruso con fluidez y se dice que es la líder mundial que mejor entiende a Putin. Después de una llamada, se dirigió a sus ayudantes y dijo que “no estaba segura de que estuviera en contacto con la realidad”, que parecía vivir “en otro mundo”.

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Ocho años después, Putin ha viajado, según todas las apariencias, a su propio metaverso. Como describen los politólogos Adam Casey y Seva Gunitsky en Foreign Affairs, esto se debe a que el presidente ruso, como la mayoría de los hombres fuertes, ha creado una burbuja de información de la que ya no puede escapar.

Obsesionado con el secretismo, ni siquiera utiliza teléfono móvil. Ha reducido su círculo de asesores a unos pocos secuaces, elegidos por su lealtad o habilidades para adularlo más que por su competencia. Proceden de forma desproporcionada de los llamados siloviki, los altos mandos del ejército y de servicios como el FSB, el sucesor del KGB que fue el alma mater del propio Putin.

Estos “yes-men” (personas que sólo le dicen que sí, la mayoría hombres) se hacen eco de la paranoia de Putin sobre un “Occidente” supuestamente agresivo. Alimentan su ego de halcón y le ocultan información sobre los riesgos, haciéndole sentir que controla los acontecimientos más de lo que lo hace. En efecto, Putin ha construido una máquina para el sesgo de confirmación. La pandemia ha empeorado todo esto. Ha convertido a Putin en un fóbico de los gérmenes, que no deja que nadie se le acerque, y sólo a una distancia donde haya que gritar.

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Putin no es, ni mucho menos, el único que ha sucumbido a este juego de reclusión y engaño. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, observó el historiador británico Lord Acton. Podría haber añadido que el poder también aísla y, en consecuencia, distorsiona la realidad. Le ha sucedido a todos los tiranos, desde Nerón hasta Saddam Hussein, y a innumerables jefes de empresas y otros reyes y peces gordos.

Esta afección no es necesariamente una peculiaridad de las autocracias. El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha comportado a veces como si emulara a Putin en su estilo, y se acerca a la verdad y a los hechos con una prestidigitación similar. La diferencia es que un Trump, que vive en una democracia vibrante como la estadounidense, sólo puede desterrar las opiniones contrarias de su propio círculo. Putin, a cargo de un aparato autoritario de propaganda y seguridad, puede suprimirlas en casi toda la vida pública.

Y así observamos escenas como las de esta semana, que parecen satíricas hasta que te das cuenta de que son históricas. En primer lugar, Putin, detrás de un escritorio dorado, convoca su llamado Consejo de Seguridad en una rotonda bordeada por columnas de imitación corintia. Sienta a sus compinches en sencillas sillas a gran distancia, dejándoles retorcerse torpe y ansiosamente. Algunos tartamudean incoherentemente. Putin les ordena que sean claros, y luego les pide que pronuncien las palabras correctas. Cuando uno de ellos apoya accidentalmente la anexión de Donetsk y Luhansk, Putin le recuerda que de momento sólo está decidiendo su independencia. Un Suetonio, Shakespeare u Orwell no podrían escribir un guión más devastador.

A continuación, Putin se lanza a las ondas con otra incoherente disertación histórica de aficionado que deja al mundo exterior con los ojos en blanco. ¿Ucrania fue una invención de Lenin y ahora es un peón de Occidente? ¿Hay un genocidio de rusos en el este del país? ¿En serio?

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Los observadores de Putin a menudo especulan sobre si el hombre realmente cree en esta patraña o simplemente está siendo cínico. En algún momento, esa distinción ya no importa, porque cuando la gente se escucha a sí misma o a otros repitiendo algo con suficiente frecuencia, lo consideran cierto. En cualquier caso, no hay nadie a su alrededor que pueda o quiera enderezar a Putin.

Algunos expertos occidentales parecen considerar a Putin como un genio del mal, un cerebro táctico que será más listo que todos nosotros. Tal vez. Pero parece más plausible que Putin sea sólo un ser humano ordinario que ha estado demasiado tiempo solo en su cámara de eco para escuchar cualquier sonido del exterior - un hombre que ha estado usando las gafas del poder hasta que ya no puede ver nada más que su realidad virtual. Esto hace a Putin más peligroso, no menos.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.