Bloomberg Opinión — Cuando veo imágenes de la devastación de Mariúpol, imágenes de tanques rusos quemados o escucho los relatos ucranianos, cada vez más frecuentes, de secuestros y desapariciones, me viene a la mente una lucha anterior con motivos nebulosos y tácticas despiadadas: Chechenia.
Probablemente esto se deba a que, tras un mes de combates, el enfoque de Rusia en Ucrania sugiere que no sólo ha malinterpretado a su vecino y a Occidente. También ha sacado sólo las lecciones equivocadas de sus dos guerras en Chechenia, que marcaron profundamente a ambos bandos y mataron a muchas decenas de miles de personas, en su mayoría civiles, y eso no es una buena noticia.
Rusia ha insinuado en los últimos días que está recalibrando su enfoque relacionado a Ucrania y reformulando sus objetivos de guerra para centrarse en la “liberación de Donbás” en el este del país. Ha dicho que reduciría la actividad militar en el norte, cerca de Kiev y Chernihiv. No hay duda de que sus fuerzas están cansadas y Moscú quiere darse opciones. Una victoria en Mariúpol, especialmente sobre el regimiento ultranacionalista ucraniano Azov, podría satisfacer las demandas de “desnazificación”. La historia reciente también apoyaría que Rusia reduzca sus pérdidas: Sin incluir el interludio, el conflicto de Chechenia se prolongó durante más de 11 años, algo que Moscú no podía permitirse en las condiciones actuales, y provocó un derramamiento de sangre que se extendió mucho más allá de la provincia.
Pero, ¿realmente está Rusia revisando sus objetivos a la baja? Putin es un líder que ha indicado voluntad de golpear primero cuando se ve amenazado, retroceder y luego volver a golpear. Y cuanto más nebulosos sean sus objetivos, más difícil será vender algo que no sea una victoria dramática. Sí, Moscú puede estar buscando una salida. Pero otra posibilidad real es una nueva fase de destrucción mucho más metódica, con terror sobre el terreno de guerra y represión en casa, pasando de los errores de la primera guerra de Chechenia al libro de jugadas de la segunda, con sus planes más metódicos para agotar y aterrorizar.
Las similitudes entre los dos conflictos han sido sorprendentes, y no sólo por las imágenes terriblemente familiares de bloques de departamentos con sus paredes destruidas por los proyectiles de artillería, dejando las vidas en su interior expuestas. Ambos se llevaron a cabo en dos pasos: el actual conflicto en Ucrania comenzó con la anexión de Crimea en 2014. El apoyo popular ha sido una idea tardía en esta campaña, como lo fue en la de Yeltsin. Y los motivos han sido confusos en Ucrania, donde Rusia ha afirmado estar “desnazificando” el país, al igual que en los primeros días en Chechenia, cuando las fuerzas estaban “restaurando el orden constitucional”, arrasando ciudades y desplazando a cientos de miles.
“Sinceramente, no entendemos qué quiere Rusia de nosotros”, dijo el representante checheno en Washington en una audiencia del Congreso en 1999. “Si quieren que estemos en Rusia, ¿por qué nos persiguen? Si no nos quieren, ¿por qué no nos dejan (vivir) de forma independiente?”. Los ucranianos se preguntan hoy lo mismo, desde Mariúpol hasta Kharkiv.
También están los repetidos errores militares, a pesar de la experiencia en combate y los miles de millones de dólares invertidos en la renovación de las fuerzas armadas rusas. El exceso de confianza de Moscú ha sido tan problemático en los últimos meses como lo fue en 1994, cuando la predicción oficial era que la primera guerra en Chechenia sería “una guerra relámpago incruenta” que podría domar una región escindida y dar un empujón a la decadente fortuna de Yeltsin.
Al igual que en Chechenia, Moscú subestimó dramáticamente la escala de la resistencia y el desafío de su asalto. Rita Konaev, del Centro para la Seguridad y la Tecnología Emergente de Washington, explica que el combate urbano es tan difícil para los atacantes que derrotar al Estado Islámico en la ciudad iraquí de Mosul requirió usar el músculo de las fuerzas estadounidenses y aún así llevó nueve meses, costó miles de vidas y dejó poco en pie. También es más habitual que las ciudades se combatan de una en una. Y sin embargo, Rusia, como señala Konaev, ha librado múltiples batallas urbanas a la vez en Ucrania.
Pero lo crucial de los inquietantes paralelismos históricos es que pueden ayudarnos a vislumbrar lo que viene a continuación.
Luego de que las primeras semanas en Ucrania no hayan salido de acuerdo a lo planeado, Putin está ahora magullado y acorralado, como lo estuvo Yeltsin en 1996. Pero Putin, que ascendió a finales de la década de 1990, no se conformó con un estancamiento. De hecho, volvió con mucha más dureza (después de los atentados en apartamentos atribuidos a los rebeldes chechenos), jurando “acabar con ellos” con su “operación antiterrorista”, lo que acabó por cimentar su autoridad. Las sugerencias de que Rusia volverá a tomar ese foco también suponen que Putin tiene una visión clara de lo que está ocurriendo sobre el terreno (y del alcance de las pérdidas rusas), algo que parece poco probable.
Al igual que antes de la segunda guerra de Chechenia, cuando subió al poder, Putin se encuentra en una posición de debilidad en casa, y necesita una victoria concluyente. Puede que no utilice necesariamente armas nucleares o químicas, pero eso significa que todavía puede tratar de infligir bastante más dolor para conseguir lo que necesita, y tiene la potencia de fuego, el músculo y la crueldad para hacerlo.
También puede utilizar otros medios para someter a las poblaciones resistentes. Como en Chechenia, puede usar las detenciones arbitrarias, la tortura y las desapariciones. En Ucrania están apareciendo pruebas de tácticas de ello. Eso aumentará para acobardar a los ciudadanos que se han enfrentado a las fuerzas rusas con un valor extraordinario. (En Chechenia, esta táctica era tan habitual que las familias retiraban rutinariamente los zapatos masculinos por la noche a los que dejaban, por costumbre, en la puerta). También lo será la búsqueda de colaboradores que puedan mantener el territorio. Informar de forma independiente sobre el conflicto desde dentro de Rusia y en las zonas ocupadas también será cada vez más difícil, al igual que ocurrió a medida que avanzaba el conflicto checheno: en la segunda guerra, los periodistas no podían viajar a la región de forma independiente y se convirtieron en objetivos.
Por supuesto, a pesar de todas las similitudes, estos conflictos no son idénticos. Chechenia es una pequeña y montañosa región musulmana de poco más de un millón de habitantes. Ucrania es un vasto país europeo independiente de 44 millones de habitantes con un ejército profesional, fortalecido por ocho años de conflicto con Rusia. El apoyo de Occidente es aquí algo más que retórica. La cuestión es si un Putin cada vez más desesperado puede reconocer la diferencia.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.