Compradores dentro de una tienda de Marks & Spencer Group Plc
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Bloomberg Opinión — La globalización parecía ir en retroceso mucho antes de que los tanques rusos entraran a Ucrania. La elección de Donald Trump, el Brexit y el Covid-19 fueron señalados como hitos en el camino hacia un mayor proteccionismo y mayores costos para las empresas multinacionales.

Sin embargo, la velocidad y la gravedad de caer en la guerra y sus consecuencias han conmocionado claramente a la clase política y empresarial de Europa. Los planes estratégicos y las inversiones de largo plazo se están quebrando, dejando atrás fábricas y trabajadores. El fabricante de automóviles Renault SA (RNO) ha interrumpido sus operaciones en Rusia, al igual que la cervecera Carlsberg AS (CARL-B). En ambos casos, el 10% de los ingresos es una lección que no se olvidará rápidamente.

Y aunque la atención se centra en Rusia, la angustia de los consejos de administración también se extiende a ese otro mercado emergente, China, ya que sus vínculos con Moscú están bajo la lupa. Con las relaciones entre Pekín y Bruselas ya congeladas, y una cumbre entre China y la Unión Europea (UE) sobre un acuerdo de inversión estancado el viernes que probablemente no mejorará las cosas, prepararse para una economía de posguerra significa cada vez más asumir una visión del mundo de la Guerra Fría.

Las presiones empresariales relacionadas con la geopolítica de China siempre han girado en torno a una desvinculación “selectiva” más que a algo más radical (comprensible, teniendo en cuenta que China es la segunda economía del mundo y se encuentra entre los principales socios comerciales de la UE), pero las esperanzas de un deshielo se están desvaneciendo. “El replanteamiento de los vínculos comerciales ya se ha producido en Rusia, y espero que ocurra en China”, afirma Noah Barkin, de la empresa de investigación Rhodium Group.

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El fabricante de automóviles Renault y la cervecera Carlsberg son algunos de los últimos en abandonar Rusiadfd

Mientras que en el pasado Europa ha estado profundamente dividida sobre cómo afrontar la expansión de las inversiones de China en el este y el sur de la región, es probable que presente un frente político cada vez más unido. Alemania reitera la visión europea de China como “rival sistémico”: El apoyo de Pekín a Rusia y las advertencias a Occidente sobre Taiwán se suman a los antiguos agravios por su influencia geopolítica y sus adquisiciones dentro de la UE.

Y así como a Rusia le ha resultado más difícil dividir a Occidente, Pekín ha acercado a Europa con episodios como su boicot a Lituania después de que Taiwán abriera una oficina de representación en Vilna. Con China ansiosa por mantener abierta la puerta del comercio europeo, la cumbre del viernes será una prueba de la capacidad de la UE para manejar su cohesión política y su peso económico, dice Philippe Le Corre, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.

Las empresas siguen queriendo destacar a China como mercado estratégico, pero algunos comportamientos están cambiando. Volkswagen AG, que realiza casi el 40% de sus ventas anuales en China y que en Navidad pedía más cooperación entre China y la UE, está replanteando su cadena de suministro pensando en la “resiliencia”. Los ejecutivos hablan de reducir la dependencia empresarial de China ampliando las inversiones en Estados Unidos y duplicando la producción ucraniana en países como Polonia y Rumania, según informó esta semana el Wall Sreet Journal (WSJ).

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Más allá de la guerra, el Covid-19 es un catalizador obvio, ya que Shanghái se ha cerrado y ha obligado a empresas como Volkswagen a detener parte de su producción. Pero Ucrania ha acelerado las cosas, clavando una estaca en las viejas formas de hacer negocios. Rusia es la punta visible del iceberg de los beneficios vulnerables en las naciones autoritarias. Las empresas europeas que iniciaron sus inversiones tomando tragos de vodka con Vladimir Putin, imaginando nuevos mercados traídos del frío a través del comercio, hoy carecen de componentes y clientes.

Pocas empresas renunciarían voluntariamente a sus plantas y a sus beneficios, y mucho menos a tal velocidad. Los ejecutivos que se enorgullecían de tener una plantilla global cuentan ahora historias de divisiones políticas internas del personal, desde Rusia y Ucrania hasta China. Ceñirse a los contornos explícitos de las sanciones internacionales o al derecho contractual no ha apaciguado las tensiones ni las llamadas al boicot. Después de que un cohete destruyera una de las tiendas de la cadena francesa de artículos para el hogar Leroy Merlin en Kiev, el personal ucraniano pidió a la empresa que dejara de vender en Rusia (no lo ha hecho). El mapa mundial de la conquista corporativa parece ahora un juego de Risk.

A los ejecutivos se les enseña a prepararse para escenarios extremos, como una interrupción de la globalización más abrupta de lo que se teme. Si se produce, el nuevo orden podría ver dos bloques que comercien más internamente que entre ellos. La ventaja para Europa podría ser una unión más integrada y una menor dependencia del gas barato. Cadenas de suministro sólidas y resistentes serían una ventaja estratégica. Los lazos con Estados Unidos se profundizarían.

Pero no existe el almuerzo gratis. La deslocalización de puestos de trabajo, la puesta en marcha de cadenas de suministro alternativas y el abandono de las fuentes de energía baratas conllevan costos, que ya se están viendo en la altísima inflación europea. Decir a las empresas y a los consumidores que recorten no sólo significa ponerse otro suéter, sino también reducir la inversión.

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Son decisiones que Europa esperaba no tener que tomar nunca, dadas sus propias ambiciones de sentarse a la mesa de las superpotencias. Sin embargo, las empresas se están preparando para lo peor, por si acaso.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.