Manifestantes a favor del aborto sostienen pañuelos verdes durante una protesta frente al edificio del Congreso Nacional en Buenos Aires, Argentina, el miércoles 8 de agosto de 2018. Fotógrafo: Erica Canepa/Bloomberg
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Bloomberg Opinión — Durante décadas, los activistas de todo el mundo han mirado a Roe v. Wade, la histórica sentencia estadounidense sobre el aborto, como un modelo digno de emular. Ahora que la Corte Suprema está a punto de anular esa decisión, es necesario invertir los papeles: Los grupos defensores de los derechos en Estados Unidos deben ahora recurrir a las exitosas campañas de América Latina e Irlanda en busca de inspiración y asesoramiento para movilizar a los votantes, galvanizar a los legisladores y ampliar el apoyo.

El impacto de estos movimientos populares es difícil de sobreestimar. La marea verde latinoamericana surgió en Argentina como respuesta a los altos índices de violencia contra las mujeres con la campaña Ni Una Menos, ilustrado en protestas callejeras masivas. Se amplió para incluir la demanda de abortos legales y seguros, y tomó su nombre de los pañuelos verdes que empezaron a llevar las mujeres, un eco de los blancos que llevaban las madres de la Plaza de Mayo, símbolos de la resistencia y la protesta social contra la última dictadura en el país. Se extendió por la región y le siguieron avances en Uruguay, la misma Argentina, México, Ecuador. La católica y socialmente conservadora Colombia acaba de despenalizar el aborto durante las primeras 24 semanas.

Irlanda no ha sido menos notable. En 1983, los tradicionalistas y la Iglesia católica impulsaron una enmienda constitucional sobre el aborto para proteger a Irlanda de las fuerzas liberalizadoras que actuaban en Gran Bretaña y Estados Unidos; el 67% de los votantes acabaron apoyando la medida para dar los mismos derechos a la madre y al no nacido. Una decidida campaña popular le dio la vuelta con la ayuda de una amplia alianza, y en 2018 más del 66% votó para anular la prohibición efectiva del aborto en un referéndum. Ya no habrá más viajes solitarios a través del Mar de Irlanda, dijo el primer ministro a una multitud al conocerse el resultado.

Hasta cierto punto, ya existen vínculos entre estos esfuerzos y los de Estados Unidos: colectivos como Las Libres de México, por ejemplo, planean ayudar a las mujeres del otro lado de la frontera. Todas estas campañas difieren en sus trayectorias y tácticas. Y para casi todas ellas, la lucha no ha terminado: En países como El Salvador todavía existen leyes muy restrictivas. Pero en un momento en el que los activistas estadounidenses deben convertir una derrota inminente en una llamada a las armas, aprender de la defensa en otros lugares es una cuestión urgente.

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Un factor que destaca de todos estos movimientos es la necesidad de situar la conversación en el contexto más amplio de los derechos humanos. El aborto no es sólo el derecho a decidir. Dado que las prohibiciones del aborto conducen a terminaciones inseguras y muertes evitables, se trata del derecho de la madre a la vida. Y dado que las minorías y las mujeres más pobres sufren de forma desproporcionada las restricciones, se trata del derecho a no sufrir tratos crueles, inhumanos y degradantes y a no ser discriminado, por no hablar del derecho a la intimidad. El gobierno de EE.UU., por ejemplo, ha reconocido estos derechos en diversas sentencias y formas.

Los activistas irlandeses llevaron su lucha hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos para hacer valer estos derechos, con un caso emblemático de 2010 que no impugnó en última instancia la prohibición del aborto, pero sí consideró que Irlanda violaba el derecho a recibir una atención médica adecuada en casos de riesgo vital, un paso importante para dar impulso a la campaña, en parte debido a la posterior muerte en 2012 de Savita Halappanavar, a quien se le negó el procedimiento incluso cuando tuvo un aborto espontáneo. En Colombia, el movimiento Causa Justa argumentó explícitamente que la penalización del aborto violaba el derecho a la salud, a la igualdad y a la libertad de conciencia de las mujeres y de los profesionales sanitarios. También discriminaba: En 2013, un tercio de las mujeres que abortaron clandestinamente en Colombia tuvieron complicaciones que requirieron atención médica, pero entre las mujeres rurales en situación de pobreza fue más de la mitad.

La Corte Constitucional falló a su favor, reforzando un argumento instrumental para ganar a los centristas no convencidos por los argumentos en torno a la elección individual. Como me dijo Ximena Casas, de Human Rights Watch, en Colombia, al igual que en México, las sentencias se apoyaron en argumentos que no estaban presentes en Roe, pero que estaban arraigados en los derechos humanos y protegidos en sus respectivas constituciones.

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Otra táctica efectiva ha sido hacer que la discusión sea menos sobre mujeres abstractas y más sobre personas familiares y reales. En 2018, la campaña del referéndum irlandés utilizó historias personales y testimonios de familias ordinarias con gran efecto, bajo el lema “¿Quién necesita tu Sí?”, que tenía el poder añadido de poner a las mujeres en el contexto de sus relaciones, como madres e hijas ordinarias. También ayudaron otros esfuerzos para fomentar las conversaciones en la mesa de la cocina, como “In her Shoes” (“En su lugar”), una campaña de voluntarios que recogía historias anónimas y las publicaba con fotos de los zapatos de la persona. A pesar de que las primeras encuestas sugerían un malestar general en torno al tema, después de la votación casi dos quintas partes citaron las conversaciones con la familia, los amigos o las redes sociales como factores que influyeron en su decisión.

Los casos de gran repercusión pueden matizar el debate haciendo que incluso los reacios a la interrupción del embarazo reconozcan que puede ser necesaria, pero la normalización es vital. Como argumenta Christine Ryan, del Global Justice Center, la mayoría de los casos de aborto no son extremos; legislar sólo para las excepciones corre el riesgo de dejar a muchas personas atrás, y al aborto fuera de la atención sanitaria reproductiva normal. Otro riesgo es que sólo se considere merecedoras de esta libertad a aquellas personas que suscitan nuestra compasión. “Las mujeres no deberían necesitar hacernos llorar para que se respeten sus derechos”, dice Ryan.

Tanto en América Latina como en Irlanda, la elección del lenguaje ayudó a romper los tabúes. Evitando palabras muy cargadas (entre ellas, aborto), las campañas se han centrado en la interrupción voluntaria del embarazo como procedimiento médico. La de Irlanda destacó por su énfasis en la esperanza. Su campaña “Juntos por el Sí” presentaba eslóganes como “A veces un asunto privado necesita el apoyo del público” y anuncios que recordaban acontecimientos nacionales unificadores, animando a los votantes a impulsar el cambio. La campaña “Niñas No Madres”, en América Latina, trató de proteger a las niñas animándolas a ser vistas sólo como eso: niñas.

Por último, todos estos movimientos han progresado al ir más allá de los partidarios tradicionales, construyendo alianzas más allá de las divisiones sociales, religiosas y regionales. Imágenes poderosas como las de los pañuelos verdes se difundieron por toda América Latina y más allá, dando ánimos y fomentando un sentimiento de causa común. Los activistas argentinos (que cuentan con un país diverso y extenso, como sus homólogos estadounidenses) difundieron eficazmente el mensaje más allá de las grandes ciudades, utilizando no a activistas sino a médicos locales como voces de confianza, con Salvemos Miles de Vidas. En Irlanda y en Irlanda del Norte, los sindicatos también se han puesto de acuerdo, presentando el aborto como algo crucial para el progreso social y económico de las mujeres y, por tanto, como una cuestión relevante para el lugar de trabajo y para los hombres.

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Estas coaliciones tampoco dejaron de lado a los grupos religiosos, abarcando las preocupaciones católicas con movimientos como Católicas por el Derecho a Decidir, que destacan el compromiso de la Iglesia con la justicia social, el papel de la conciencia y el derecho a decidir. Es una pieza crucial del rompecabezas para Estados Unidos, donde el movimiento antiabortista reivindica la religión y pasa por alto las diferencias de opinión entre los grupos religiosos, incluso dentro del cristianismo, mientras que el judaísmo no comparte la creencia de que la vida comienza en la concepción. El Consejo Nacional de Mujeres Judías se ha pronunciado contra el asalto al acceso al aborto.

Desde Bogotá hasta Dublín, han habido muchos otros factores en juego, como la llegada del aborto con medicamentos o un cambio social más amplio. Pero está claro que las campañas de base amplia, con estrategias inteligentes y tácticas judiciales han funcionado, y pueden hacerlo de nuevo.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Andrea González