Fanáticos del Liverpool hacen fila fuera del estadio donde se disputó la final de la máxima competición del fútbol europeo de clubes
Tiempo de lectura: 4 minutos

Bloomberg Opinión — Se esperaba que el traslado de la final de la Champions League a París desde el Gazprom Arena de San Petersburgo fuera un golpe diplomático para Vladimir Putin.

Pero se ha convertido en una prueba de estrés pospandémica de la capacidad de la ciudad para gestionar un evento deportivo internacional de alto calibre (y todos los visitantes que esto implica) antes de los Juegos Olímpicos de Verano de 2024.

Las escenas caóticas en el Stade de France no fueron nada buenas, incluso si los fanáticos del fútbol puedan llegar a ser más revoltosos que los del triatlón.

Entró gente sin entradas y algunos que sí tenían quedaron fuera, resultado de lo que el gobierno atribuyó a una estafa masiva de tickets falsos. El hecho de que los fans fueran rociados con gas pimienta confirmar los extremos a los que llega la policía francesa. La búsqueda de los ministros de desviar la culpa a los funcionarios locales y a la policía no ha sido algo alentador.

PUBLICIDAD

La prensa internacional llegó de manera masiva a una de las ciudades más visitadas del mundo, y las cámaras cubrieron muchas otras cosas. La televisión española filmó alegremente a una rata que se escabullía frente a la catedral de Notre Dame, mientras que el domingo un hombre disfrazado de mujer en silla de ruedas lanzó un pastel a la Mona Lisa en el Louvre como parte de una protesta climática.

Sería erróneo pintar este tipo de caos como un fenómeno exclusivamente parisino o francés. La final de la Eurocopa 2020 del año pasado en Wembley se vio empañada por una avalancha similar de hinchas sin entradas y violencia. Cuando las ciudades vuelven a la vida después del Covid-19, la gestión de las multitudes se siente como un trabajo en progreso.

Sin embargo, Francia depende en gran medida de los grandes eventos deportivos diseñados para mejorar su imagen global. Su exitosa candidatura a los Juegos Olímpicos de 2024 la convirtió en el ejemplo de un nuevo tipo de diplomacia deportiva, que se deshace de los costosísimos estadios antiguos que terminan siendo elefantes blancos en favor de proyectos más sostenibles y baratos que utilizan instalaciones existentes.

PUBLICIDAD

Se supone que su costo estimado, de 6.600 millones de euros (US$7.100 millones), es la prueba del nuevo paradigma, comparado con los 31.000 millones de euros que costaron los Juegos Olímpicos de Pekín o los 16.500 millones de euros de los de Río de Janeiro. Y también se supone que es una reivindicación del urbanismo medioambiental de la alcaldesa Anne Hidalgo, considerando que tendría una huella de carbono menor que la de Londres 2012.

En la práctica, eso significa una mezcla de edificios nuevos y renovados entre París y Saint-Denis, sede del Stade de France, que se supone que será el principal beneficiario de la regeneración, similar a la zona de Stratford, en Londres.

También significa nuevas infraestructuras de transporte, desde la ampliación del metro hasta la peatonalización de las calles y la dedicación de parte de la carretera de circunvalación de París, conocida como “periferia”, al transporte olímpico. Los aficionados al fútbol que pasearon por el Sena el sábado ya tuvieron una muestra del tipo de entusiasmo anti-autos que hace que Hidalgo sea popular entre el público “bobo” (hipster).

Ya había riesgo de decepción antes de este fin de semana. El Covid-19 ya ha significado que varios de estos proyectos no estarán listos a tiempo.

PUBLICIDAD

El urbanista Laurent Chalard también advierte que reducir el costo y la extensión de un proyecto olímpico también significa perder potencialmente parte del beneficio de la regeneración. A diferencia de Stratford, los planes para Saint-Denis, en el extremo norte de París, no incluyen una estación de tren ni tantos inmuebles.

Por lo tanto, es vital que se arregle lo que se puede arreglar. Algunas de las lecciones de este fin de semana serán organizativas. Sébastien Louis, historiador especializado en organizaciones de aficionados al deporte, señala que la seguridad de los estadios en Francia puede implicar un reclutamiento apresurado de última hora; sugiere fijarse en Dinamarca, que exige formación y licencia.

Otros serán culturales: La gestión de las multitudes de aficionados al fútbol ha tendido a recurrir a tácticas de mano dura utilizadas en su día contra los vándalos, como admitieron el lunes algunos funcionarios locales.

PUBLICIDAD

Y otras tendrán que ver con las desigualdades urbanísticas de las grandes ciudades, como el acceso al empleo, el transporte y la vivienda. Si los retrasos y las decepciones empañan las esperanzas de inclusión social de Saint-Denis (que Emmanuel Macron describió sin convicción como una “California” en ciernes), los conflictos con la policía no cesarán.

La final de este fin de semana no fue la vuelta del soft power que se suponía que sería. Pero como prueba de estrés para el futuro del desarrollo urbano, es una llamada de atención necesaria.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.