Opinión - Bloomberg

La invasión rusa a Ucrania unió a Europa, pero ¿podrá sostenerse?

La sede de la Comisión Europea, en Bruselas
06 de junio, 2022 | 11:35 AM
Tiempo de lectura: 5 minutos

Bloomberg Opinión — Una malévola autocracia que busca expandirse mediante con una guerra que tiene lugar a sus puertas parece haber despertado a la Unión Europea de su sueño de complacencia en materia de autodefensa. La pandemia ya había puesto de manifiesto la necesidad de una coordinación más estrecha en otros ámbitos, y los políticos de Europa hablan ahora de una nueva era de cooperación.

Los historiadores seguramente registrarán la invasión por parte de Rusia a Ucrania como un momento de transformación, aunque es más difícil decir qué tipo de transformación. Celebrar la nueva unidad de Europa, generada bajo presión, podría ser prematuro. Las exigencias que se plantean a la unión podrían fortalecerla. O, en cambio, terminar fracturándola.

La conmoción de Europa ante la brutalidad de Rusia es difícil de exagerar. No hace mucho, la ahora ex canciller alemana Angela Merkel celebraba una nueva asociación económica con Moscú, que ponía a Alemania a merced de las exportaciones energéticas de Rusia. La invasión fue un shock. La UE se puso en marcha rápidamente, y más rápido de lo que cualquiera que esté acostumbrado a su habitual estado de letargo hubiera creído posible.

Los estados miembro acordaron sanciones sin precedentes. Enviaron armas a Ucrania. Suecia y Finlandia, en una decisión impensable antes de la guerra, solicitaron su ingreso a la OTAN. Los gobiernos se apresuraron a aumentar su gasto en materia de defensa, prometiendo reforzar la adquisición conjunta de armas e integrar mejor sus sistemas. De pronto, los políticos europeos comenzaron a consisderar que la defensa mutua eficaz es una necesidad urgente, no una aspiración.

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Sin embargo, mantener estos esfuerzos exigirá una unidad política más profunda, y es aquí donde la UE no siempre lo ha logrado.

Al principio, la agresión de Rusia se consideró una amenaza para todos, por lo que exigía solidaridad. A medida que los combates se prolonguen, surgirán desacuerdos sobre cómo terminar con la guerra. Las sanciones a Rusia causarán crecientes daños colaterales en Europa. Estos afectarán a algunos países más que a otros, poniendo a prueba los sistemas económicos y políticos de la UE, que están a medio construir.

El Banco Central Europeo decidirá esta semana cuándo y hasta dónde subir las tasas de interés. Por el momento, la tasa oficial se mantiene en el 0,5%, como hace años. Los shocks de oferta provocados por la pandemia y la guerra de Ucrania han llevado la inflación de la eurozona al 8,1%. Los inversores esperan que el BCE comience pronto a endurecer su política monetaria. Esto podría no ser fácil.

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La cifra de la inflación general fue sorprendente, y el patrón en la zona del euro no lo es menos. Hasta mayo, la inflación en Francia fue del 5,8%; en Alemania, del 8,7%. La más baja fue en Malta, con un 5,6%, y la más alta en Estonia, con un 20,1%. Esta diferencia es un indicador de lo lejos que está la integración económica en la UE, especialmente en lo que respecta al suministro de energía. Pero también plantea problemas políticos y de política económica.

La sensibilidad a la inflación varía de un lugar a otro. Una tasa de inflación del 8,7% se consideraría alta en cualquier lugar de Europa, pero en Alemania, preocupada desde hace tiempo por el imperativo de la estabilidad de los precios, es francamente horrorosa. Estas diferentes percepciones, junto con la gran dispersión de las fuerzas inflacionistas y las condiciones económicas nacionales, hacen que el trabajo de la Fed de EE.UU. parezca fácil. Es imposible que el BCE establezca una política que convenga a todos los miembros de la eurozona.

Eso no es todo. A medida que suban las tasas de interés, resurgirán otras fisuras. Los miembros de la UE difieren en su capacidad fiscal, es decir, en la facilidad con que pueden respaldar las acciones del BCE con cambios en sus saldos presupuestarios. La ralentización del crecimiento y el aumento de los costos de los préstamos renovarán los interrogantes sobre la solvencia de países como Italia, cuya deuda pública se elevó al 150% del PIB el año pasado (aproximadamente el doble que la de Alemania).

Las continuas demandas de aumento del gasto en defensa a medida que avanza la guerra e Ucrania, junto con todo tipo de costes de ajuste debidos tanto a la invasión como a la pandemia (gasto en infraestructuras, asistencia sanitaria, ayudas a la renta) llamarán de nuevo la atención sobre quién paga qué, y sobre lo que la UE ofrece a sus miembros y les pide.

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Los años de tasas negativas dejaron estas cuestiones divisivas en suspenso. Mientras tanto, los avances hacia el objetivo declarado de una unión cada vez más estrecha fueron, en el mejor de los casos, vacilantes. Los esfuerzos por construir la unión fiscal que lógicamente requiere la unión monetaria no han llegado muy lejos. La UE creó algunos programas relacionados con la pandemia, pero la respuesta fiscal de los miembros al Covid-19 fue mayormente desorganizada y descoordinada. El populismo euroescéptico ha seguido ganando terreno, y algunos países -Hungría y Polonia, sobre todo- parecen decididos a desafiar la idea predominante sobre el propósito de Europa. Las futuras discusiones podrían incluir las condiciones de adhesión de Ucrania, un país pobre incluso antes de que Rusia se propusiera destruirlo.

Las consecuencias de la guerra, por tanto, empujan con fuerza en direcciones opuestas. Europa entiende ahora que en su frontera oriental no hay un amigo potencial, sino un enemigo despiadado. Eso es clarificador. Nadie niega que la UE deba desarrollar un nuevo orden de seguridad y gastar lo necesario para hacerlo efectivo. Cualquier avance de este tipo, se podría pensar, va de la mano de un mayor sentido de la identidad europea. Pero este nuevo proyecto tiene que enfrentarse a presiones económicas cada vez mayores, a economías que distan mucho de estar plenamente integradas, a acuerdos fiscales disfuncionales, a una constitución poco rigurosa, a valores políticos divergentes y a demasiados ciudadanos que no están ni remotamente convencidos.

La UE ya ha superado pruebas como ésta. De hecho, sus visionarios han visto a menudo el camino de la crisis a una unión más estrecha como la mejor manera de progresar. Digamos que el éxito no está garantizado.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.