Un niño sentado frente a un edificio destruido tras un ataque en Kramatorsk, en la región oriental de Ucrania de Dombás, el 25 de mayo.
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Bloomberg Opinión — Ahora que la guerra de Putin contra Ucrania lleva más de 100 días y que la fatiga del ciclo de noticias relacionado está haciendo mella en la mayoría de la gente, por fin soy capaz de pensar de manera más o menos racional sobre una calamidad que ha cambiado mi mundo y el de muchos de ideas afines a las mías (aunque de una manera mucho menos traumática, por supuesto, que para los ucranianos).

Intentar analizar la injusta guerra que inició mi país siempre será difícil; hay una delgada línea entre ser analítico y ser insensible al horror que ha sembrado Rusia. Aun así, he perdido mucho sueño monitoreand los acontecimientos con minuciosidad, y me gustaría compartir las lecciones que he extraído hasta ahora, con una advertencia necesaria. Siendo ruso, y habiendo subestimado inicialmente la locura que llevó a Putin a invadir a Ucrania, no puedo hacer juicios autorizados.

1. Vigilar a los ultranacionalistas rusos

La niebla que oscurecía lo que ocurría en el campo de batalla durante las primeras semanas de la invasión se ha disipadoun poco. Los analistas militares se basaron inicialmente en los datos del Estado Mayor ucraniano y de los servicios de inteligencia occidentales, en parte porque no podían encontrar fuentes rusas fiables. Sin embargo, desde los primeros días, los nacionalistas rusos (tanto sobre el terreno como al margen) han surgido como una fuente sorprendentemente útil que hace innecesario el análisis de la propaganda oficial del país.

Me invade una sensación inquietante cuando el Instituto para el Estudio de la Guerra, el think tank que proporciona algunos de los análisis más detallados de la situación del campo de batalla, cita a alguien llamado Boitsovy Kot Murz (literalmente, Purr el gato luchador) sobre la situación dentro de los ejércitos ruso y prorruso. Por otro lado, Murz (el bloguero nacionalista Andrei Morozov) sabe de lo que habla y expresa sus críticas con no poco riesgo personal. Igor Girkin, conocido por su nombre de guerra, Strelkov, también ofrece un análisis creíble de los problemas de las tropas rusas y prorrusas, que enfrentan un mando y una logística deficientes, así como fracasos estratégicos de Moscú. Girkin, uno de los participantes clave en la rebelión prorrusa del este de Ucrania en 2014, sueña abiertamente con desempeñar un papel en la guerra actual, pero el Kremlin lo considera poco leal para otorgárselo. En parte por los celos y la frustración, su canal de Telegram ha sido una lectura obligada durante esta guerra.

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Los nacionalistas como Morozov y Girkin desean una victoria rusa con todo su corazón amante del imperio, pero su profundo odio hacia el adversario se entrelaza con un respeto igualmente profundo por la capacidad de lucha de los ucranianos. Los nacionalistas desconfían abiertamente, y a menudo desprecian, a los altos mandos de Putin. Nunca creyeron en la guerra relámpago que, al parecer, Putin pensaba que iba a llevar a cabo. También tienen acceso a fuentes en varias ramas del ejército invasor, desde las milicias separatistas hasta la compañía militar privada Wagner y las unidades regulares. En comparación con la información procedente de fuentes ucranianas y occidentales, su visión y análisis proporcionan un equilibrio muy necesario. Ese es un trabajo en el que la maquinaria de propaganda de Putin fracasa estrepitosamente.

Las voces de los nacionalistas también son importantes porque, en caso de que tenga lugar una derrota rusa, probablemente se escucharán con mayor fuerza; incluso podrían acabar siendo la próxima fuerza motriz revanchista del país. Su sinceridad les comprará el apoyo popular si el régimen se debilita y es incapaz de mantener a los rusos controlados sólo con la represión. Dado que los restos de la oposición liberal rusa han abandonado en gran medida el país desde el comienzo de la guerra, renunciando a cualquier pretensión realista de desempeñar un papel importante en el futuro posterior a Putin, personas como Girkin y sus camaradas dentro y fuera del ejército invasor son la fuerza más creíble que queda fuera del régimen. También son, en muchos sentidos, más peligrosos para la propia Rusia y sus vecinos que Putin y su equipo de delincuentes y aduladores.

2. No subestimes a ninguna de las partes y no esperes que cedan

En los primeros días de la guerra, la mayoría de los analistas serios creían que la derrota ucraniana era inminente. Pero durante las semanas posteriores, los movimientos rusos, azarosos, demasiado optimistas y mal planificados, hicieron que el ejército fuera visto como una especie de tigre de papel. Sin embargo, al llegar a los 100 días de guerra, ambos bandos han demostrado estar a la altura del otro en el plano militar. Los rusos demostraron que eran capaces de aprender de sus errores: Moderaron unos objetivos poco realistas, centralizaron el mando de su operación, concentraron los recursos en las zonas donde consideraban que había más probabilidades de éxito y mejoraron la logística y la coordinación entre las distintas ramas. Los ucranianos han convertido rápidamente su feroz motivación en conocimiento del adversario, lo que ha permitido algunos contraataques exitosos. El presidente Volodymyr Zelenskiy, que siempre ha sido un gran comunicador, se ha convertido en una figura tan heroica como hábil a la hora de transmitir mensajes. El Ministerio de Infraestructura de Ucrania hizo lo imposible y mantuvo el transporte en funcionamiento, despejó las carreteras, reemplazó los puentes volados y abasteció al ejército.

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Los primeros 100 días del conflicto han demostrado que la guerra puede ir en cualquier dirección. Ninguna de las partes colapsará ni se rendirá, y cualquier concesión que eventualmente pueda registrarse en un acuerdo de paz será muy reñida. Además, las atrocidades que los rusos han cometido en Ucrania, desde Bucha hasta Mariúpol y Odesa, hacen políticamente imposible que los dirigentes ucranianos ofrezcan algún tipo de concesión. La Rusia de Putin, por su parte, probablemente no esté dispuesta a cumplir su parte de cualquier acuerdo; tras el fracaso de los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, ya no cree en los acuerdos. Un resultado negociado sólo es posible si una de las partes está completamente vencida, y se parecerá más a una capitulación que a un compromiso.

La guerra promete extenderse tanto como pueda tomar una victoria decisiva para los invasores o los defensores. Eso puede llevar mucho tiempo, e incluso entonces es posible que el asunto no se resuelva, porque el perdedor estará empeñado en vengarse.

3. Quítate las gafas de color de rosa cuando mires a Occidente

Hay una gran diferencia entre la percepción de los políticos y expertos occidentales sobre una unidad sin precedentes en lo que es el apoyo a Ucrania y la sobria opinión de estos últimos sobre lo que ha podido hacer Occidente.

Antes de que comenzara el conflicto, el flujo de armas occidentales (en su mayoría armas pequeñas, portátiles y equipos no letales) era suficiente para que Putin viera un casus belli, en la medida en que lo necesitaba, pero ni de cerca suficiente para detener su fuerza invasora. Los ucranianos han tenido que demostrar su temple y seguir haciéndolo para recibir armas más pesadas. Sin embargo, las están recibiendo más lentamente de lo que dicta la necesidad militar, y la necesidad de formarse en el uso de los sistemas de armas ralentiza aún más el proceso.

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La OTAN se ha mantenido al margen de cualquier cosa que pudiera interpretarse como una intervención directa. Antes de la guerra, a medida que aumentaba la amenaza de una invasión rusa, no se movía para admitir a Ucrania, aunque en retrospectiva, la concesión de la adhesión de Ucrania podría haber sido uno de los pocos movimientos preventivos capaces de detener a Putin en su camino. Ahora que se unen Finlandia y Suecia, la respuesta de Putin es sorprendentemente ineficaz.

Desde que comenzó la invasión, la OTAN ha rechazado los llamamientos de Ucrania a establecer una zona de exclusión aérea, demostrando a los ucranianos, que mientras tanto luchaban contra todo el poderío militar convencional de Rusia, que se sentía intimidada por las amenazas rituales de Putin de una guerra nuclear. En lo que respecta a los combates reales, Ucrania sigue estando sola en la sangre y el barro, y esto se recordará durante mucho tiempo en la victoria o en la derrota. Los ucranianos no habrían elegido de buen grado el papel de soldados de infantería en la guerra por delegación de Occidente contra Rusia, y una vez restablecida la paz, guardarán rencores más grandes contra sus partidarios occidentales menos activistas, como Alemania, Francia y la vecina Hungría, y más pequeños, pero aún significativos, contra Estados Unidos, que tiene la palabra decisiva sobre el alcance del apoyo occidental.

También se recordarán todas las lagunas del aparentemente severo régimen de sanciones occidental; claro que las sanciones duelen, pero no lo suficiente a corto y mediano plazo como para que Putin pierda decisivamente o reconsidere sus opciones.

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Una derrota ucraniana provocaría con toda seguridad recriminaciones mutuas y desavenencias más profundas entre EE.UU. y Europa, entre el oeste y el este de Europa, e incluso dentro de Europa del Este entre, por un lado, los países bálticos, Polonia y la República Checa, que han ido más allá del deber en el apoyo a Ucrania, y una Hungría mucho menos entusiasta. Una derrota rusa ayudaría a enmascarar las diferencias, pero probablemente daría lugar a disputas sobre cómo compartir la carga financiera de la reconstrucción de Ucrania y otras sobre quién hizo cuánto durante el conflicto.

4. Seguir pensando en Ucrania

La guerra ha durado mucho más que la típica capacidad de atención moderna. Es difícil resistirse a las distracciones que, en gran parte, son también consecuencias de la guerra: la inflación causada por el aumento de los precios de la energía y los alimentos, la probable recesión de las economías occidentales, la caída en el mercado de valores. Cuando la guerra termine, poca gente fuera de Ucrania se interesará por su destino: por la cantidad de territorio que tenga que ceder a Rusia; por el enorme trabajo de reconstrucción de las ciudades, industrias e infraestructuras bombardeadas; por el destino de los casi 14 millones de ucranianos que se han visto obligados a abandonar sus hogares. A pesar de su geografía europea, Ucrania corre el riesgo de pasar a la periferia de las mentes occidentales, como lo ha hecho Siria.

Ese sería el mayor error que podría cometer el resto del mundo, no solo porque Putin y los nacionalistas que puedan llegar a gobernar Rusia después de él seguirán obsesionados con Ucrania. Si el apoyo disminuye, si Ucrania se ve obligada a hacer un trato humillante, si el esfuerzo de restauración de la posguerra es algo menos que el tipo de inversión que EE.UU. hizo en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, entonces es probable que haya más invasiones como la de Putin en cualquier parte del mundo donde un hombre fuerte alimente sus ambiciones territoriales. Los lados más débiles en tales conflictos estarán fuertemente motivados para rendirse en lugar de luchar como lo ha hecho Ucrania, aunque solo sea para evitar una destrucción en una escala similar. Si Ucrania no es recompensada y compensada por su sacrificio, otros en su posición se sentirán desalentados, temerosos e inseguros.

Ucrania ha luchado sola, pero ayudarla a recuperarse y prosperar incluso si Rusia gana más territorio es asunto del mundo. El país no puede levantarse por sí solo. Puede parecer demasiado pronto para que el mundo planee ayudar después de la guerra, pero la planificación podría evitar que el mundo olvide el precio que Ucrania está pagando ahora por su férrea voluntad de sobrevivir.

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Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.