Putin
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Bloomberg Opinión — Tenga cuidado con las “lecciones de la historia” de charlatanes, ignorantes o tiranos, porque serán tontas, erróneas y posiblemente desastrosas. La historiografía amateur e interesada del presidente ruso Vladimir Putin es un ejemplo de ello.

El año pasado, Putin inventó una narrativa “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”, que posteriormente se reveló como una de las alucinaciones que le hicieron invadir Ucrania. El otro día volvió a hacer de las suyas, comparándose con Pedro el Grande e insinuando que “parece que nos ha tocado a nosotros también reclamar y fortalecer”. Eso implicaba que le gustaría hacer la guerra contra Suecia (como hizo Pedro en el siglo XVIII) y apoderarse de tierras que ahora forman parte de Estonia, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Caray. Si Putin fuera un borracho de bar, los verdaderos historiadores se reirían. Su legado general no se parecerá en nada al de Pedro: el zar, al igual que Putin, era brutal e imperialista, pero también conocido por abrir Rusia hacia Occidente y el progreso. En contraste, Putin es un dictador que posee los códigos de lanzamiento del mayor arsenal de armas nucleares del mundo, por lo que sus desvaríos son aterradores.

Dicho esto, la inevitabilidad de que algunas personas saquen conclusiones inútiles de la historia no debería impedir que el resto de nosotros intentemos ser más sofisticados al respecto. Como dicen los maoríes de Nueva Zelanda, caminamos hacia el futuro con la mirada puesta en el pasado. Necesitamos de la historia para dar sentido al mundo; necesitamos el ayer para entender el hoy.

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El truco es ser ecléctico, preciso y sutil. Nadie es hoy exactamente como Aníbal, Boudica, Carlomagno, Gengis Khan, Catalina la Grande o cualquier otra figura histórica. Pero hay aspectos concretos de personas y acontecimientos del pasado que tienen su eco a lo largo del tiempo. Sólo tenemos que tener claro cuáles son en cada contexto.

Al buscar analogías con la guerra de Putin contra Ucrania, hay muchas opciones posibles. Yo he comparado los escenarios con los resultados de la Guerra de Corea y la Guerra de Invierno entre la Unión Soviética y Finlandia; otros se han fijado en la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-05 y más allá.

Sin embargo, para la mayoría de la gente, las comparaciones más evocadoras son las de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, sobre todo por el temor de que Putin pueda intensificar la situación y lanzarnos a una tercera. Pero esas dos conflagraciones anteriores fueron completamente diferentes, y ofrecen lecciones divergentes.

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Los polacos, estonios, letones, lituanos y otros miembros de países de Europa del Este tienden a ver la guerra de agresión de Rusia como algo comparable a los ataques de la Alemania nazi a Checoslovaquia y Polonia en 1938-39. El presidente polaco Andrzeij Duda, por ejemplo, ha comparado explícitamente a Putin con Adolf Hitler.

En cambio, los intelectuales y políticos alemanes y franceses prefieren las analogías con la Primera Guerra Mundial. En parte, esto se debe al tabú alemán de no comparar nada con Hitler (una especie de Ley de Godwin inversa), ya que eso parecería poner en duda la singularidad histórica de sus crímenes, sobre todo el Holocausto.

Al citar la Primera Guerra Mundial, estos observadores también señalan la preocupación de que Occidente, como Europa en 1914, pueda tropezar accidentalmente hacia un desastre mayor. El canciller alemán Olaf Scholz ha invocado “Los sonámbulos” de Christopher Clark. Ese libro describe con minucioso detalle cómo los estadistas europeos (todos hombres), al responder al asesinato por un serbio de Bosnia de un príncipe austrohúngaro en un remanso de los Balcanes, se deslizaron hacia un fratricidio continental porque no comprendieron las espirales de escalada automática que habían incorporado a sus sistemas de alianzas y a sus calendarios de movilización.

Con estos precedentes en mente, los líderes tenderán a ver el Donbás ucraniano como algo parecido a Bosnia Herzegovina en 1914: una tierra en la que Occidente tiene intereses, pero también un lugar que podría ser una trampa potencial, atrayendo a los países de la OTAN a una guerra a tiros contra Rusia, con consecuencias desconocidas.

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La analogía de la Primera Guerra Mundial también explica por qué el presidente francés Emmanuel Macron se preocupa por resultados que “humillarían” a Putin. El Tratado de Versalles humilló a Alemania, dejándola resentida y sembrando así la siguiente Guerra Mundial.

Pero estas comparaciones son erróneas, según Martin Schulze Wessel, historiador alemán de Europa del Este. En la Primera Guerra Mundial, varios líderes y potencias compartieron la responsabilidad de un desastre que podrían haber evitado. En 1939, por el contrario, un solo hombre lanzó un ataque no provocado contra un vecino más débil como parte de un patrón de agresión irredentista, chauvinista e imperialista. Esto es lo que más se ajusta a Putin en 2022.

En esa analogía, los líderes occidentales que pasaron años tratando de “apaciguar” al tirano, durante el siglo anterior o este, malinterpretaron la situación, la amenaza y al hombre. También se deduce, como dijo el polaco Duda, que negociar con Putin (hablar por hablar) no servirá de nada, a menos que y hasta que se lo detenga en el campo de batalla. Por eso los polacos y los bálticos dicen sin rodeos lo que Scholz se niega a declarar hasta ahora: Ucrania debe ganar.

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Nótese que la analogía de la Segunda Guerra Mundial no se extiende a todo lo que hizo Hitler en los años posteriores a 1939. La comparación no implica que Putin esté planeando un Holocausto, ni que deba acabar suicidándose, ni que Rusia, como la Alemania nazi, deba acabar ocupada y desmembrada. Para entender cómo podría terminar la guerra de Putin, tenemos que observar cómo se desarrolla esta tragedia, mientras buscamos una y otra vez las lecciones más apropiadas del pasado.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Andrea González