BERLÍN, ALEMANIA - 17 DE ABRIL: Un trabajador enrolla banderas, incluidas las de Alemania y la Unión Europea, tras la visita de Estado de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, en la Cancillería el 17 de abril de 2018 en Berlín, Alemania. (Foto de Sean Gallup/Getty Images)
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Bloomberg Opinión — Los 27 líderes nacionales de la Unión Europea (UE) aman enaltecer la solidaridad que une a sus países. Incluso las palabras señalan que es un destino. “Unión” viene del francés del latín unus para “uno”, y solidaridad de solidus para “firme, entero e indiviso”. Como en un buen matrimonio, el bloque pretende ser una unión solidaria.

Sin embargo, en realidad no lo es, y los enemigos de Europa lo saben. Entre ellos están el Presidente ruso Vladimir Putin y los autócratas de China y otros países. El mayor problema de la UE es la incapacidad de ver las amenazas, las responsabilidades y los sacrificios como algo compartido.

Precisamente ahora, el problema es que se trata de Putin, tanto de su guerra física contra Ucrania como de su guerra híbrida contra la UE. Su arma preferida es la energía. Durante dos décadas, Putin ha hecho que la UE sea vulnerable (es decir, que dependa del gas natural y otros hidrocarburos rusos) mediante la construcción de una red de gasoductos hacia naciones crédulas como Alemania. Este año, tras su invasión de Ucrania en febrero, ha amartillado estas armas y ha puesto el dedo en el gatillo.

Con el comienzo de la temporada de verano del hemisferio norte, redujo el flujo de gas a través del Nord Stream 1, un gran gasoducto que va de Rusia a Alemania por debajo del Mar Báltico, al 60% de su capacidad. Esta semana ha vuelto a reducirlo al 20%. Podría reducirlo más, o apagarlo. Como resultado, los tanques de almacenamiento de Europa estarán más vacíos de lo que deberían al entrar en el invierno. Putin amenaza con hacer que los europeos tiemblen en sus casas sin calefacción y con obligar a cerrar a gran parte de la industria europea.

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Como en cualquiera de sus crisis, la cuestión que se plantea la UE es qué hacer con este lío. Así que los países más afectados, encabezados por Alemania en este caso, están invocando ese famoso sentido de la solidaridad.

La semana pasada, la Comisión Europea propuso que todo el bloque redujera voluntariamente su consumo de gas en un 15%, con recortes obligatorios si fuera necesario. La reacción fue inevitable, comprensible y poco tranquilizadora.

España, Portugal, Italia, Grecia y otros Estados miembros no dependen del gas ruso y, por tanto, no corren mucho riesgo. Además, el ahorro de gas que supongan para sus propias empresas y consumidores no ayudaría a los alemanes, porque no hay gasoductos que lleven el gas sobrante desde Madrid o Malta, por ejemplo, a Baviera o Berlín. Entonces, ¿por qué deberían decir “sí” al racionamiento coaccionado?

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Y además, ¿no es Alemania la responsable? Muchos europeos se pasaron años advirtiendo a Berlín de que no construyera los dos gasoductos del Báltico hacia Rusia, y de que no abandonara simultáneamente la energía nuclear. Con suficiencia, Alemania ignoró a sus socios y se desentendió de la amenaza procedente del Kremlin. Los alemanes piden a los españoles que tomen duchas más cortas ahora parece un poco extraño.

Es también hipócrita. Hace una década, durante la crisis del euro, los papeles se invirtieron. Las turbulencias financieras que habían comenzado en Estados Unidos provocaron la venta de los títulos de deuda de Estados miembros como Grecia, España y Portugal, amenazando incluso con un Grexit involuntario. Pero cuando estos países pidieron la solidaridad de Alemania y otros países del norte, recibieron en cambio sermones sobre los males de su despilfarro por haberse endeudado demasiado en primer lugar.

La UE no se mostró más entusiasta a la hora de mostrar su solidaridad en 2015-16, cuando más de un millón de refugiados cruzaron de Turquía a Grecia, que aún se tambaleaba por la crisis del euro. Algunos Estados miembros, como Alemania, ofrecieron ayuda, pero otros, encabezados por Polonia y Hungría, se negaron.

Lo mismo ocurrió en 2020, cuando apareció el SARS-CoV-2. El reflejo instintivo de los Estados miembros fue cerrar sus fronteras (incluso para las mascarillas y el equipo médico), convirtiendo el cacareado “mercado único” de la UE en una parodia. Los europeos estuvieron a punto de enfrentarse por las vacunas. Al final, Bruselas se recompuso, pero Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, admitió que “hemos vislumbrado el abismo”, es decir, el desmoronamiento de la UE.

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¿Y si los invasores fueran soldados rusos en lugar de un virus? Teniendo en cuenta el historial de la UE, se puede perdonar a los Estados miembros que se encuentran en primera línea de fuego que consideren risible hablar de un “ejército europeo”. ¿Enviarían los holandeses, italianos y alemanes a sus hijos e hijas a morir defendiendo a estonios, letones o polacos? Sí, es la respuesta. Pero eso es porque están en la OTAN y respaldados por Estados Unidos, no porque estén en la UE y sean muy solidarios.

Las principales potencias del mundo comprenden esta debilidad de la UE. Los amigos de Europa en Washington se preocupan por ella; sus enemigos en Moscú y Pekín tratan de explotarla. Para agravar las luchas internas de la UE, Turquía y Bielorrusia, por ejemplo, han intentado urdir nuevas crisis de refugiados.

Los líderes europeos son igualmente conscientes, y por ello quieren restar importancia a la vulnerabilidad. Por ejemplo, el canciller alemán Olaf Scholz. Al elogiar la “unidad” de Europa, protesta demasiado. Traicionando lo poco que cree que hay de ella, inmediatamente pasa a exigir el fin de los vetos nacionales y de los “Estados miembros individuales que bloquean de manera egoísta las decisiones europeas”. En ese momento pensaba en Hungría, pero otros piensan lo mismo de Alemania.

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Como es habitual, los 27 resolvieron esta semana su última disputa sobre el ahorro de gas de la forma habitual: Han llegado a un compromiso. El gas se ahorrará (en algún lugar, de alguna manera), pero tantos países tendrán cláusulas de exclusión, lagunas y excepciones que se necesitaría una lupa para encontrar la solidaridad. Putin no vio nada en Bruselas esta semana que le pusiera nervioso.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.