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Bloomberg Opinión — Antes de las quintas elecciones generales en menos de cuatro años para Israel, lo más parecido a una apuesta segura es que pronto habrá una sexta. De cara al fin de semana, los sondeos de opinión sitúan a la coalición liderada por el ex primer ministro Benjamin Netanyahu por delante de la liderada por el primer ministro interino Yair Lapid, pero ninguno de los dos reunirá los 61 escaños necesarios en la Knesset, de 120 plazas, para formar gobierno.

Estos dos hombres depositarán sus esperanzas, en primera instancia, en los votantes de ascendencia palestina; y en segundo lugar, en los partidos políticos que los representan. Si hemos aprendido algo de las últimas cuatro elecciones, es que los árabes-israelíes, considerados durante mucho tiempo como una minoría sin derecho a voto, son la clave para romper el estancamiento disfuncional que ha llegado a caracterizar la democracia del país.

Representando la quinta parte de la población, los árabe-israelíes ha tenido históricamente escaños en la Knesset, con un máximo de 15 hace dos años. Pero hasta hace poco sus representantes nunca formaban parte de una coalición de gobierno. Ese tabú lo rompió el verano boreal pasado la Lista Árabe Unida, conocida comúnmente por su acrónimo judío Ra’am, que se unió a la coalición liderada por Lapid y Naftali Bennett. Las encuestas muestran que la mayoría de los árabes-israelíes, incluso los que no votan, quieren ver a sus representantes en el gobierno.

Ello significa que un partido árabe-israelí, incluso con un puñado de escaños, podría decidir quién es el primer ministro.

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El martes, Netanyahu y Lapid estarán muy atentos a las filas en los colegios electorales de los barrios árabes. Las predicciones sobre la participación árabe-israelí son muy variadas, desde un 42% hasta un 70%.

Y luego está la cuestión de cuál de las tres facciones árabe-israelíes obtendrá más escaños. Las encuestas sugieren que la Lista Árabe Unida y Hadash-Ta’al ganarán cuatro cada una. La tercera, Balad, podría no alcanzar el umbral del 3,25% de los votos necesarios, según el sistema israelí de representación proporcional, para obtener algún escaño. Si la participación se sitúa en el extremo superior de la escala, la representación árabe-israelí será probablemente mayor.

Esto importará en el intenso regateo que sigue a las elecciones israelíes, cuando las principales coaliciones cortejan a los partidos no alineados (un escaño aquí, dos escaños allá) para intentar llegar a los 61. Y, sin duda, mucho de eso se hará. Y, sin duda, gran parte de ese cortejo se dirigirá a los partidos árabe-israelíes.

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Lapid, al haber estado en coalición con la Lista Árabe Unida, tendrá la ventaja. También ayudará el hecho de que haya manifestado su apoyo a una solución de dos estados y haya prometido enmendar la controvertida ley del estado-nación de Israel, que convierte de hecho a los árabes en ciudadanos de segunda clase.

Netanyahu tiene una montaña más alta que escalar. Tras haber hecho una carrera de demonización de los árabes-israelíes y los palestinos, el exprimer ministro ha hecho uno o dos intentos torpes de cortejar su apoyo, sólo para ser rechazado. Unirse a una coalición liderada por Netanyahu puede ser un tabú demasiado grande para cualquier político árabe-israelí.

Sin embargo, si no puede ganárselos, el viejo estratega podría aprovechar el miedo y la aversión a los árabes-israelíes de la extrema derecha israelí, que está impulsando las fortunas de partidos como el Poder Judío de Itamar Ben-Gvir, que podría convertirse en el tercer partido más grande de la Knesset tras la votación del martes.

Netanyahu también espera que los árabes-israelíes, desilusionados por el fracaso de la Lista Árabe Unida para mejorar sus vidas a pesar de su participación en el gobierno de coalición saliente, simplemente no acudan el martes.

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En cualquier caso, todas las miradas estarán puestas en los árabes-israelíes este día de las elecciones, y en todos los días de las elecciones venideros.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.