Luiz Inacio Lula da Silva
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Bloomberg Opinión — Brasil necesita amigos.

Este no es un pensamiento cotidiano entre los pulidos diplomáticos del Ministerio de Asuntos Exteriores en Itamaraty, donde la diplomacia se entiende principalmente como el arte de proyectar la grandeza de Brasil y defender un estrecho interés propio.

Pero a raíz de la insurrección de la derecha en Brasilia el 8 de enero, con revelaciones sobre la participación de los aliados del ex presidente Jair Bolsonaro en un complot para anular las elecciones presidenciales y los esfuerzos para incriminar y arrestar al jefe del tribunal electoral, la democracia brasileña necesita todo el apoyo que pueda obtener del mundo liberal y democrático.

Cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva llegue a la Casa Blanca el viernes, el presidente Joe Biden debe proporcionarle ese apoyo, sin condiciones. Y Lula debe superar los recelos de su burocracia hacia Estados Unidos y aceptarlo. Con la estabilidad política del hemisferio en juego, los gigantes de Norteamérica y Sudamérica deben construir un vínculo más sólido.

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“La razón por la que Lula quería venir y venir ahora es porque ve que su posición es débil”, dijo Monica de Bolle, del Peterson Institute for International Economics de Washington. “Lula quiere alguna muestra clara de apoyo. Eso es todo”.

Sería un error que Biden enredara la solidaridad estadounidense con cualquier exigencia que al líder brasileño le resulte imposible aceptar.

Como descubrió la semana pasada el canciller alemán, Olaf Scholz, Brasil ve pocas ventajas en ayudar a armar a Ucrania y enemistarse con Rusia, un proveedor clave de fertilizantes esenciales para sus intereses agrícolas (que, como feroces partidarios de Bolsonaro, ya son bastante antagónicos con Lula).

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Tampoco tiene mucho sentido que Biden pida a Lula apoyo en el incipiente conflicto de Estados Unidos con China, que, como Brasil y Rusia, forma parte del grupo BRICS de grandes países en desarrollo, con India y Sudáfrica.

“Querrá mantener cierto grado de influencia e independencia de ambas partes”, dijo Thomas Shannon, que fue embajador del presidente Barack Obama en Brasil de 2010 a 2013. “No quieren ser el jamón del sándwich”.

Es fundamental que el gobierno de Biden comprenda lo débil que es el gobierno de Lula, dependiente de una gran coalición de partidos que no están necesariamente alineados con los objetivos de su Partido de los Trabajadores, también conocido como PT. “Lula puede ser popular, pero el PT no lo es”, señaló Shannon.

Ni siquiera la popularidad de Lula es universal. Aunque el presidente brasileño es un hábil operador político que ha demostrado ser capaz de llegar a acuerdos entre partidos, la oposición es inflexible. Las fuerzas armadas no se unieron a la insurrección, pero los cuadros del ejército, la policía y los servicios de inteligencia están encantados de socavar el régimen.

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Hamilton Mourão, ex general y vicepresidente de Bolsonaro, está ahora en el Senado, fulminando al Gobierno por maltratar a los insurrectos y obstaculizando los intentos de Lula de reformar las fuerzas de seguridad. “El gobierno no puede confiar en su propia seguridad”, añadió de Bolle. “Las cosas se están poniendo muy raras”.

Estados Unidos puede ayudar mucho en esto. Para empezar, señala Shannon, Lula ve a EE UU como una “fuerza tranquilizadora” no sólo para la oposición política sino, sobre todo, para las fuerzas armadas y el ejército, que han forjado estrechos lazos con sus homólogos estadounidenses.

La ayuda estadounidense también podría resultar muy valiosa para otras prioridades de Lula. Consideremos la preservación de la selva amazónica, que encabeza la lista de Lula. Acabar con la deforestación, proteger los derechos de los indígenas y desarrollar estrategias de desarrollo viables para las comunidades que dependen de la selva será difícil.

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Para empezar, esos objetivos exigirán aplastar una floreciente economía ilegal -robo de tierras y deforestación, pastoreo ilegal, minería, tala de árboles, tráfico de drogas-, una tarea difícil sin el pleno apoyo de las fuerzas de seguridad. “Lula no puede hacer eso ahora”, afirmó de Bolle. “Necesita a Europa. Necesita a Estados Unidos. Necesita a todas las grandes democracias”.

Al igual que ayudó a desarrollar el sistema que ha demostrado ser esencial para vigilar la salud de la Amazonia, EE.UU. - y otros países ricos - podría proporcionar apoyo diplomático, financiero y tecnológico para construir una nueva estrategia económica, social y medioambiental que se asiente en Brasil y en las demás naciones amazónicas, desde Perú a Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela.

La lucha contra el hambre en el mundo es otro ámbito de cooperación potencialmente fructífero. Estados Unidos y Brasil se encuentran entre los mayores productores y exportadores de alimentos del mundo. Aunque no puedan ponerse de acuerdo sobre la guerra de Ucrania, podrían colaborar para hacer frente a una de sus devastadoras consecuencias.

Pase lo que pase, los asesores de Biden no deberían frustrarse demasiado si no hay victorias evidentes que anotar, ni acuerdos que anunciar, ni puntos que poner en el tablero. Una muestra inequívoca y contundente de apoyo a la democracia brasileña sería, por sí sola, una clara victoria también para Estados Unidos.

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Estados Unidos comparte la responsabilidad del ataque a la democracia en Brasilia el mes pasado. Los norteamericanos ofrecieron planos sobre cómo socavar las elecciones, guías para asaltar las sedes del poder. Esto por sí solo justifica el despliegue de la influencia estadounidense para garantizar que nada parecido vuelva a ocurrir.

Pero hay más. Al final, Brasil y Estados Unidos comparten un imperativo: Lula debe hacer lo que pueda para garantizar que Bolsonaro se desvanezca en la insignificancia. Biden debe hacer lo mismo con Donald Trump. Si lo consiguen, habrán enviado un poderoso mensaje a un hemisferio en el que la democracia apenas resiste: que la democracia puede, de hecho, recuperarse y perdurar.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.