El presidente ruso, Vladimir Putin.
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Bloomberg Opinión — Ojalá que el presidente chino, Xi Jinping, vea este atropello como una afrenta personal y le dé una buena charla a su “amigo” en Moscú de una vez.

Hace apenas unos días, Xi visitaba al presidente ruso Vladimir Putin para hablar de su colaboración, pero también para convencerle de que abandonara la escalada nuclear e iniciara un proceso de paz con Kiev. Este fin de semana, Putin hizo exactamente lo contrario.

En la que quizá sea la más insidiosa de sus muchas amenazas nucleares contra Ucrania y Occidente, Putin anunció que estacionaría armas nucleares tácticas en Bielorrusia, su compañero de dictadura y Estado vasallo justo al oeste. Desde allí, incluso misiles y aviones de corto alcance podrían alcanzar objetivos en Ucrania o Europa central.

De forma tan poco sincera como siempre, Putin afirma que esta medida no incumplirá las obligaciones de Rusia en virtud del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Su lógica es que él, y no el dictador bielorruso Alexander Lukashenko, mantendría el control sobre las cabezas nucleares y los misiles que las transportarían. Por lo visto, eso está bien.

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En realidad, Putin ignora una vez más -o tal vez disfruta- la amarga ironía del pérfido camino que ha seguido hasta este momento de la historia. En el llamado Memorando de Budapest de 1994, tanto Ucrania como Bielorrusia -así como la tercera antigua república soviética entonces en posesión de armas nucleares, Kazajstán- acordaron renunciar a sus arsenales atómicos a cambio de garantías de seguridad por parte de Moscú.

Adiós a las garantías de seguridad rusas. En la actualidad, Putin afirma que Ucrania no es una nación en absoluto y que debe ser subyugada o destruida. Y considera a Bielorrusia como un feudo personal destinado a fusionarse en un “Estado de la Unión” con -obviamente- Putin a la cabeza.

La lección para los aspirantes a tiranos y agresores de todo el mundo, desde Corea del Norte hasta Irán y más allá, es clara. Sólo las armas nucleares pueden ofrecerles un seguro contra el chantaje nuclear de agresores despiadados como Putin, y pueden servir al mismo tiempo como instrumentos de extorsión en sus propios kits de herramientas. Sí, Putin acaba de lanzar una nueva era de proliferación.

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Su escalada es especialmente odiosa porque rima con su suspensión el mes pasado del Nuevo START, el único tratado de control de armas que queda para limitar las armas nucleares estratégicas. (Las ojivas tácticas, que pueden tener rendimientos relativamente “pequeños”, están pensadas para su uso en el frente para ganar batallas, mientras que las armas nucleares estratégicas están diseñadas para su despliegue contra la patria del enemigo como medio de disuasión apocalíptica).

Como siempre, Putin está utilizando todo el repertorio de métodos de la KGB que aprendió en los inicios de su carrera, distorsionando la realidad para crear narrativas que los rusos y los “idiotas útiles” de otros países difundirán. El envío de armas nucleares a Bielorrusia es sólo una respuesta proporcionada a los planes británicos de entregar a Ucrania proyectiles fabricados con uranio empobrecido, sugiere. Pero el uranio empobrecido no puede provocar la fisión y los proyectiles que lo contienen no son armas nucleares.

Putin también está tratando de confundir sus propios planes en Bielorrusia con la antigua práctica estadounidense de emplazar bombas nucleares en naciones aliadas como Bélgica, Países Bajos, Alemania, Italia y Turquía. Pero esos arsenales, independientemente de sus méritos en su momento, datan de la Guerra Fría. Ni Washington ni ninguna otra capital que controle las armas nucleares soñaría con situar esas cabezas nucleares más cerca de Rusia en el actual estado de tensión.

Así pues, Ucrania tiene razón al convocar una sesión inmediata del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Rusia tiene un asiento en él, pero también China, que debería utilizar su nueva influencia sobre Putin para convencerle de que abandone esta locura. Mejor aún, Xi debería descolgar el teléfono ahora mismo y recordarle a Putin dónde acaba su amistad.

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Y los bielorrusos incluidos los altos mandos del ejército deberían contemplar la posibilidad de agitarse contra su dictador una vez más, para impedir que Putin los arrastre con él al desastre.

Ucrania y Occidente, por su parte, no deben dejar que Putin les provoque histeria. El presidente ruso se ha vuelto tan impredecible y temerario, tan desquiciado en su visión del mundo y de su propio destino en él, que sólo una firme resolución y una serena fortaleza pueden disuadirle de empeorar inconmensurablemente una mala situación.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.