Emisiones de unas chimeneas
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Bloomberg — En el mercado internacional, el barril de crudo cuesta alrededor de US$80. Considere la fuerza de ese precio.

Ha generado una gran actividad humana, billones de dólares en inversión, adelantos en tecnología y el establecimiento de varias de las mayores empresas del planeta, con el fin de explotar los combustibles fósiles dondequiera que se encuentren.

La combustión de dichos productos, entre otras actividades, supondrá la emisión de 36.000 millones de toneladas de CO² a nuestra atmósfera este año.

Las autoridades desearían que esta cifra se redujera a cero. Sin embargo, para lograrlo hace falta un poderoso incentivo: por ello, los gobiernos deberían poner un precio al carbono cuanto antes.

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El mejor planteamiento consistiría en un impuesto sobre el carbono. Permitiría reorientar las inversiones hacia los proyectos verdes y reducir otros impuestos que causan distorsiones.

No obstante, hasta el momento las políticas se han mostrado infranqueables. Las naciones ricas creen que la subida de los precios de la energía supondrá una pérdida de su competitividad.

Por su parte, los países en desarrollo con una economía basada en el carbono se preocupan por pagar más de lo que les correspondería. Desde el año 2023, la aplicación de unos impuestos sobre el carbono adecuados afectará a menos del 5% del total mundial de emisiones de gases de efecto invernadero.

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Otra alternativa es el mercado de carbono, por el que los gobiernos establecen límites a las emisiones y permiten que los mercados fijen el precio.

Quienes puedan reducir más pueden vender créditos a los que no puedan. El régimen de comercio de la UE, el más importante de 36 planes de estas características que abarcan casi una quinta parte de las emisiones globales, ha establecido el coste de una tonelada de carbono en US$110 dólares (en la actualidad es más bajo, en parte debido al auge de las energías limpias).

El mercado no regulado de las compensaciones permite a las empresas comprometidas con el medio ambiente financiar todo tipo de actividades, desde las tecnologías de captura de carbono en Dinamarca hasta la preservación de los bosques en Zimbabwe.

Sin embargo, unificar esos mercados para lograr algo cercano a un precio global sigue siendo una perspectiva lejana.

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Las reducciones de emisiones no son fungibles como los productos físicos: una tonelada procedente de un país con una supervisión deficiente podría no valer mucho; una compensación para salvar árboles puede esfumarse o convertirse en un fraude total.

Los precios oscilan tan solo US$1 por tonelada para las compensaciones más deficientes, válidos sólo para el lavado verde más inconexo. Los esfuerzos de control de calidad, por loables que sean, tienen un largo camino por recorrer. A menos que la mitigación sea perfecta y permanente, acreditarla contra las emisiones reales deja al mundo más lejos del cero neto.

Mientras tanto, se está perdiendo un tiempo valioso. Para evitar que el calentamiento global cruce la línea roja de 2°C, las emisiones de gases de efecto invernadero deben ser al menos un 25 % más bajas en 2030 que en 2019.

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Los compromisos en virtud del Acuerdo de París lograrían solo una reducción del 11%. El precio medio ponderado mundial del carbono es de unos 5 dólares por tonelada, menos de una décima parte del nivel mínimo estimado necesario para mantener el cambio climático bajo control.

Gráfico de precio de carbonodfd

Las soluciones viables están a nuestro alcance. Los expertos del Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, han propuesto precios mínimos que los gobiernos podrían establecer mediante impuestos, comercio de carbono o medidas equivalentes.

Si se establecen entre US$35 y US$145 para los países de ingresos más bajos y más altos, y se combina con objetivos de emisiones adecuadamente ambiciosos, ese enfoque debería ser suficiente para que el mundo vuelva a encaminarse a mantenerse por debajo de los 2°C.

Lo que se necesita es un acuerdo que consiga que una masa crítica de países grandes avance juntos. La presión está aumentando: el nuevo ajuste fronterizo de la UE, que grava las importaciones no sujetas a los precios del carbono, ofrece un impulso para que los socios comerciales del bloque cooperen.

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Con los incentivos adecuados, las personas y las empresas buscarán las mejores y más rápidas formas de reducir las emisiones, lo que potencialmente generará enormes beneficios económicos. Cuanto mayor sea el retraso, más difícil será la tarea.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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