El emporio de ‘fast fashion’ continúa y así es como tus ‘outfits’ dañan al planeta

El desierto de Atacama en Chile, saturado con toneladas de prendas desechadas, emerge como evidencia del golpe de la moda rápida en el medio ambiente

Hoy compramos 60% más de ropa que hace 15 años, dice la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible.
17 de enero, 2022 | 01:01 PM

Bloomberg Línea — Producir, producir y producir es el mantra de la fast fashion o moda rápida, que hasta hace unos años se consideraba una tendencia pasajera, pero hoy es todavía el modelo dominante de la industria.

Un año después de que las Naciones Unidas tildaran a la moda como emergencia climática en 2018, Morgan Stanley informó que la industria se enfrentaba a un declive estructural a medida que las personas alcanzaban un punto máximo de consumo y se volvían cada vez más conscientes del medio ambiente. Pero esto no ha ocurrido del todo y la industria, incluso encontró nuevas formas de expandirse.

La fast fashion está representada por grandes volúmenes de ropa que se confeccionan de manera rápida y económica, volviéndola desechable e impactando al medio ambiente en diferentes niveles.

Una nueva generación de minoristas de moda ultrarrápida ha acelerado el ritmo de la industria y ha reducido aún más los costos, gracias a las compras online y el marketing de influencers, lo que hace que los productos pasen del concepto a la venta en línea en cuestión de semanas”, señala a Bloomberg Línea Carry Somers, cofundadora de la organización Fashion Revolution.

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Las microtendencias, que generan decenas de colecciones al año, provocan en los consumidores una nueva necesidad de renovar continuamente sus armarios. Hoy compramos “un 60% más de ropa que hace 15 años”, dice la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible.

Esto se hizo aún más que evidente en 2020, cuando el comercio reabrió tras una de las tantas fases de aislamiento por la pandemia de Covid-19 en varios países, e inmediatamente aparecieron largas filas a las puertas de las tiendas líderes del sector, Grupo Inditex (ITXN), Forever 21 y H&M (HM-B), principalmente.

Así, los tiempos de uso de los outfits se reducen más que nunca y el 60% de las prendas, que pueden tardar hasta 200 años en biodegradarse, es desechado sin control antes de un año de su fabricación.

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¿Un lavado verde?

La moda es una industria global de US$2,4 billones y, de acuerdo con la firma de análisis Ibis World, se espera que el tamaño del mercado aumente un 4,3% en 2022. Sin embargo, pierde alrededor de US$500.000 millones anuales en valor ante la falta de reciclaje y la ropa que termina en vertederos sin siquiera ser vendida.

Menos del 1% de los textiles producidos se recicla en nuevas prendas, una pérdida de materiales de más de US$100.000 millones cada año. Mientras en países como Alemania se recicla aproximadamente el 65%, en México, según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda), apenas se hace en un 5%.

Por lo anterior, casi el 90% de las fibras se incinera o va directo al basurero, derivando en el entierro o la quema equivalente a un camión de basura, es decir, 2.6 toneladas, lo suficiente para llenar 1,5 edificios del Empire State cada día, según un informe de la fundación EllenMacArthur.

La implementación de modelos circulares (reventa, alquiler, reparación y reciclaje) frenando la nueva fabricación podría tener un valor de US$700.000 millones para 2030, lo que supondría el 23% del mercado mundial, de acuerdo con Ellen MacArthur.

Elizabeth Cline, directora de Defensa y Políticas de la organización Remake, dice a Bloomberg Línea que las marcas pueden llegar a perseguir estos modelos “precisamente porque son una oportunidad de crecimiento y ese es el problema. Marcas como Levi’s, H&M y Lululemon están ampliando las opciones de reventa, pero siguen vendiendo tantos productos nuevos como antes. Para que la circularidad ayude al planeta, tienen que reducir su producción. De lo contrario, no es más que un lavado verde”.

En noviembre, la agencia AFP difundió imágenes que revelaron un gran síntoma de lo preocupante de esta contaminación: inmensas dunas de ropa desechada por otras naciones que termina en el desierto chileno de Atacama.

Chile se ha caracterizado por ser el destino final de la ropa de segunda mano y sin comercializar que viaja por el mundo, proveniente desde China o Bangladesh, para ser revendida en América Latina. De las 59.000 toneladas que llegan anualmente al puerto de Iquique, y mientras algunas prendas son ingresadas de contrabando a otros países latinoamericanos, 39.000 toneladas se quedan en el desierto, reportó la agencia.

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“Estamos básicamente importando basura”, comentó al sitio especializado en temas ambientales Codexverde, Guillermo González, jefe de la Oficina de Economía Circular del Ministerio del Medio Ambiente, el cual anunció en septiembre que la industria sería incluida en la legislación dentro de la Política Nacional de Economía Circular.

Este avance marca un precedente para establecer que la ropa es el próximo producto a ser regulado.

Desmenuzando los ‘outfits’ contaminantes, según diversas ONGs, para decirle adiós a la fast fashion:

  • Es una de las industrias más contaminantes del planeta.

Se ha señalado que es la segunda industria que más contamina siendo responsable del 10% de las emisiones globales de carbono. Organizaciones y expertos sobre el tema como Remake, Global Fashion Agenda y el Foro Económico Mundial, entre otros, han precisado con base a distintas métricas que es responsable de entre el 4% al 8%, siendo la tercera o la cuarta industria más contaminante.

- El 70% de las emisiones de la industria textil proviene del procesamiento de materias primas, debido al uso de fibras sintéticas procedentes del petróleo.

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- Si la fast fashion continúa vigente como modelo de negocio, las emisiones aumentarían casi un 50% para 2030, de acuerdo con Naciones Unidas.

  • Derroche de agua: segunda industria que más agua utiliza

El sector usa 93.000 millones de metros cúbicos de agua cada año, cantidad suficiente para que sobrevivan cinco millones de personas. Otras estimaciones encuentran que consume alrededor de 215 billones de litros al año. Confeccionar unos jeans, por ejemplo, requiere de 7.500 litros de agua, cantidad que ingiere una persona promedio en siete años.

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- Alrededor del 20% de las aguas residuales del mundo provienen del teñido y el tratamiento de textiles.

  • Cada año se talan 200 millones de árboles para fabricar telas celulósicas, de acuerdo con lo informado en la Semana Fashion Revolution 2021.

“Una de las grandes preocupaciones es la deforestación ilegal en el Amazonas, donde se cría el ganado que termina en nuestros bolsos y chaquetas. Además, con el auge de la deslocalización, cada vez más marcas tienen en cuenta a América Latina como centro de producción”, explica Cline.

  • Miles y miles de microfibras llegan a los océanos

Medio millón de toneladas de microfibras sintéticas se vierten al mar cada año, lo equivalente a 50.000 millones de botellas de plástico o tres millones de barriles de petróleo.

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  • Millones de personas sin salarios dignos y en condiciones precarias

La industria emplea a 300 millones de personas en todo el mundo, estableciendo la fabricación en mercados en desarrollo, donde la mano de obra es de muy bajo costo, como Bangladesh, India e Indonesia, cuyos marcos regulatorios tienden a difuminarse, y donde algunas de sus fábricas están en grave riesgo de inundación.

- Más del 90% de las marcas más importantes no pagan a sus trabajadores un salario digno y el 80% de la fuerza laboral son mujeres jóvenes, a las que por lo general se les paga menos que a sus pares masculinos, de acuerdo con Fashion Checker. La remuneración según el género tiene un vínculo directo con las agresiones verbales, físicas y sexuales.

-El trabajo forzoso e infantil en la moda es evidente en 10 países entre los que se encuentra Argentina, Brasil y México, según un documento del Departamento de Trabajo de EE.UU.

“Si se evitaran estas prácticas laborales, la fast fashion tal y como la conocemos no existiría”, afirma Cline de Remake.

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¿Un rayo de luz?

De acuerdo con el informe de Mckinsey State of Fashion 2022, la sostenibilidad domina ahora las prioridades de los consumidores y la agenda de la moda. “Quieren saber de dónde provienen los materiales, cómo se fabrican y si las personas involucradas reciben un trato justo”.

Así comienza a observarse un rayo de luz al final del túnel, pero los cambios son realmente lentos, y la pandemia ha dejado aún más al descubierto las implicaciones de una industria climáticamente insostenible.

Ejemplo de ello es que las 250 marcas más grandes del mundo lograron tan solo un puntaje promedio del 23% en el Índice de Transparencia de la Moda 2021, publicado por Fashion Revolution, que reúne información sobre políticas, prácticas e impactos socioambientales.

Campaña Fashion Revolution.dfd

“Ante la aceleración de la pandemia y la catástrofe económica a la que se enfrentan algunos de los trabajadores más vulnerables, muchas de las grandes marcas evadieron su responsabilidad de la misma manera que lo hicieron tras el derrumbe de la fábrica Rana Plaza en Bangladesh”, alerta Somers

En 2013, dicha fábrica textil ubicada en Bangladesh se derrumbó, por encontrarse en mal estado, provocando la muerte de 1.130 personas.

Cuando en 2020 se cerraron las tiendas en todo el mundo, las marcas cancelaron los pedidos de sus proveedores casi de la noche a la mañana. Productos que ya habían sido incluso enviados, esperando en puertos y almacenes. En consecuencia, muchos trabajadores se quedaron sin paga”, refiere el Índice de Transparencia.

Las cancelaciones se valoraron en US$40.000 millones, estimó el Consorcio de los Derechos de los Trabajadores (WRC, por sus siglas en inglés).

Esto provocó despidos masivos. Muchos de esos confeccionistas se vieron abocados a la inseguridad alimentaria y de vivienda (...) muchos siguen sin vacunarse laborando en horas impensables, mientras la mayoría de las marcas han vuelto a ser rentables”, expone Cline.

Transitar a la ‘slow fashion’

América Latina es un mercado que poco a poco ha logrado emerger para posicionarse como exponente de la slow fashion, una reacción ante la producción masiva para crear y consumir de manera más consciente, a partir de revisiones en Draw Latin Fashion y Vogue, con el surgimiento de marcas sostenibles e iniciativas como el impulso de bazares de second hand o el Mola Week, un encuentro que impulsa la moda sostenible en la región.

Cuando Somers visitó Argentina pudo darse cuenta de los esfuerzos artísticos e innovadores que se realizan a través de Feboasoma, que se autodenomina como ‘laboratorio de residuos sólidos urbanos’.

En contraste, la región también ha sido catalogada por Fashion Revolution como uno de los mayores clientes en el mundo. Chile es el mayor consumidor latino y México es el líder de la mayor apertura de plazas comerciales.

Desde hace unos años, señala Cemda, el número de importaciones supera al de exportaciones en México. “La mayoría vienen de China y EE.UU., pero cada vez existen más productos en el mercado provenientes de países asiáticos con prendas más baratas, pero de menor calidad”.

Las activistas consultadas por Bloomberg Línea coinciden en que las marcas no mostrarán cambios reales a menos que se vean obligadas a hacerlo por ley. “No tenemos esperanzas de que sean capaces de hacer la transición a la economía circular sin una regulación por parte de los gobiernos o una transformación de nuestro sistema financiero.

“La verdadera economía circular ya existe a nuestro alrededor. Sólo tenemos que apoyar a nuestras tiendas locales de segunda mano, a los talleres de reparación, a los intercambios de ropa y ampliar el acceso a estos servicios. Es más, en general, muchas pequeñas empresas son más sostenibles que las grandes. Ahí es donde vemos verdaderos destellos de esperanza, y empresas que se dedican a producir ropa con estilo, hecha con el respeto al planeta”, destaca Cline.

“La moda sostenible no es un producto. Es una forma de vivir y un cambio de cultura (...) Convertir la moda en una fuerza del bien”, enfatiza.

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