Opinión - Bloomberg

¿Quién será el mentor de los talibanes esta vez: Pakistán o Qatar?

Wang Yi se reúne con Mullah Abdul Ghani Baradar, jefe político de los talibanes de Afganistán, en Tianjin, el 28 de julio.
Por Bobby Ghosh - Hussein Ibish
26 de agosto, 2021 | 03:25 PM
Tiempo de lectura: 5 minutos

Bloomberg Opinión — A medida que los talibanes se asientan en su segunda etapa como gobernantes de Afganistán, cualquier esperanza de evitar una repetición de su primer período de gobierno puede depender de una competencia por la influencia en Kabul entre Pakistán y Qatar. El resultado determinará el papel que el resto del mundo, y especialmente Occidente, puede desempeñar en el país tras la retirada de las fuerzas estadounidenses.

La mayoría de los afganos, así como los gobiernos extranjeros, las agencias de ayuda, los donantes y los inversionistas, apoyarán a Doha sobre Islamabad. Los recuerdos de cómo se desempeñó la anterior administración talibán bajo la tutela de Pakistán no permiten ningún optimismo sobre cómo se desarrollarán las cosas esta vez. Los qataríes son relativamente desconocidos en el sur de Asia, pero difícilmente podrían hacerlo peor.

Quién gane será determinado en gran parte por otra contienda, dentro de los miembros del Talibán. Aunque el grupo está dirigido por un líder supremo, Habitullah Akhundzada, no es un monolito. Qatar está alineado con la facción política liderada por el mulá Abdul Ghani Baradar, mientras que Pakistán apoya al ala militar, formada por personas como Mohammad Yaqoob, hijo del antiguo líder supremo, el mulá Omar, y Sirajuddin Haqqani, jefe de la temida Red Haqqani, designada como grupo terrorista por Estados Unidos.

En la superficie, las cosas pintan bien para los qataríes. Baradar, que ha vivido en Doha durante los últimos tres años, llegó a Kabul y se espera que encabece el nuevo gobierno. La administración Biden parece haber determinado que puede hacer negocios con él: el director de la Agencia Central de Inteligencia, William Burns, sostuvo conversaciones secretas con Bardar el lunes.

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Esto alarmará a los pakistaníes, que se cree que están en mala onda con Baradar. Primero le dieron cobijo tras la derrota de los talibanes liderada por Estados Unidos, y luego lo detuvieron en 2010. Al parecer, fue torturado durante su cautiverio. Los qataríes, en cambio, lo han tratado como el líder en ciernes de Afganistán y han establecido fuertes vínculos con otros miembros de su facción.

Pero aunque Baradar encabece el gobierno, el verdadero poder de los talibanes reside en la “shura” o consejo de Akhundzada, donde Yaqoob y Haqqani ejercen una influencia considerable. De 1996 a 2001, cuando los talibanes gobernaron por última vez, las decisiones tomadas en Kabul eran anuladas habitualmente por el alto consejo de Kandahar, la base espiritual del grupo y hogar de su líder supremo.

Si los protégés de Pakistán se convierten en la camarilla dominante, Islamabad será probablemente su principal intermediario con el mundo. Ya hemos visto esa película antes, y acaba mal. La última vez, en lugar de animar a los talibanes a desarrollar un Estado moderno e integrador, Pakistán consintió su ideología oscurantista, defendió su visión reaccionaria del mundo y disculpó su atávica agenda interna.

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Los gobiernos occidentales, y especialmente Estados Unidos, pagaron generosamente por los servicios de Pakistán como susurrador designado de los talibanes, pero esto sólo enriqueció y dio poder al establishment militar y de inteligencia de Islamabad, y no hizo nada para aliviar la difícil situación del pueblo afgano o disminuir la amenaza terrorista que emanaba de su país.

Tras la caída de los talibanes en 2001, Pakistán les proporcionó un refugio seguro para reagruparse, rearmarse y volver a la carga. En los últimos 20 años, los gobiernos de Islamabad se han esforzado poco por mejorar la actitud de sus huéspedes. Ahora que han vuelto al poder, es difícil imaginar que Pakistán vaya a moderar sus tendencias.

¿Puede Qatar hacerlo mejor? En la última década, el pequeño emirato se ha convertido en un eficaz interlocutor entre Occidente y los talibanes. Al mediar en las negociaciones de paz en Doha, los qataríes allanaron el camino para la retirada estadounidense y la vuelta al poder de los insurgentes.

Su apuesta por la influencia en Kabul dependerá de que Baradar agradezca los servicios prestados, y quiera aún más. Si los talibanes quieren el reconocimiento internacional de su gobierno, el auspicio qatarí será más eficaz que el de Pakistán, que a su vez es visto con recelo por Occidente.

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Y si quieren dinero (en ayuda o inversión) Doha tiene bolsillos mucho más profundos que Islamabad. Esto será especialmente importante en los primeros meses de la nueva administración, cuando los gobiernos y donantes occidentales retengan la financiación mientras toman la medida del nuevo gobierno. Aunque sigan desconfiando de los miembros del Talibán, los que estén dispuestos a seguir ayudando a la población afgana se sentirán más cómodos utilizando a Qatar como conducto que confiando en Pakistán.

Pero no hay que descartar todavía a los antiguos patrocinadores de los talibanes. Por un lado, los pakistaníes tienen una gran ventaja en la proximidad. Los dos países comparten una frontera terrestre de 1.650 millas, mientras que Qatar y Afganistán están separados por la masa terrestre de Irán y el Golfo Pérsico. Los pakistaníes y los afganos también comparten lazos étnicos y culturales que los qataríes no pueden esperar igualar.

Y lo que es más importante, el Estado pakistaní tiene una historia con los nuevos gobernantes de Kabul que se remonta al nacimiento de los talibanes, parido por los servicios de inteligencia de Islamabad, a principios de la década de 1990. Algunos de esos lazos se deshicieron cuando el gobierno del general Pervez Musharraf permitió la invasión de Afganistán liderada por Estados Unidos en 2001, pero el grupo no podría haber sobrevivido sin el apoyo continuado y encubierto de Pakistán. Puede que Baradar haya sufrido a manos de sus carceleros, pero muchos en el ala militar, tanto líderes como combatientes, sentirán que tienen una deuda de gratitud con sus recientes anfitriones.

Y, por último, Pakistán también tiene mucho más en juego. Para Doha, un gobierno amistoso en Kabul sería un resultado muy bueno; para Islamabad, es un imperativo existencial porque la doctrina militar pakistaní sostiene desde hace tiempo que Afganistán proporciona al país “profundidad estratégica” en su rivalidad con India. Por tanto, cuenten con que Pakistán luchará mucho más que Qatar por la influencia en Afganistán. Esta contienda aún podría ensuciarse mucho más.