Una cosechadora corta un campo de trigo en Polykastro, Grecia, el viernes 1 de julio de 2022. Fotógrafo: Konstantinos Tsakalidis/Bloomberg
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La UE y Estados Unidos han acusado a Rusia de crear una crisis alimentaria mundial con su invasión de Ucrania. El profesor de historia de Yale, Timothy Snyder, incluso encuentra siniestros paralelismos históricos entre los acontecimientos actuales y la hambruna en Ucrania (y en partes de Rusia) causada por la colectivización bolchevique a principios de la década de 1930. “Putin tiene un plan para causar hambre”, tuiteó recientemente Snyder.

No hay dudas de que la invasión ha provocado una serie de sacudidas en los mercados mundiales de productos básicos, las cuales han amenazado la seguridad alimentaria de los países más vulnerables, especialmente los africanos. Sin embargo, estas parecen tener más que ver con los precios de la energía y las tarifas de los seguros de transporte que con la interrupción de las exportaciones agrícolas ucranianas, que el país hace lo posible por mantener a pesar de las condiciones casi imposibles. Y si Putin tiene un “plan de hambre”, recientemente se disparó en el pie al reducir los derechos de exportación de grano de Rusia. Esa medida y las previsiones de cosechas abundantes en varios países han hecho que los precios del trigo bajen; es probable que se evite una crisis alimentaria aguda este año y el próximo.

Para tratar de arrojar algo de luz sobre lo que está ocurriendo, utilizaré el ejemplo del trigo, probablemente el cultivo alimentario más importante del mundo, del que tanto Rusia como Ucrania son grandes exportadores.

Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), Ucrania fue responsable del 8,2% del total de las exportaciones de trigo en la campaña del 1 de junio de 2020 al 31 de mayo de 2021 y del 9,5% del total de las exportaciones estimadas en la campaña 2021-2022.

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Los efectos de la guerra no se han sentido hasta los dos últimos meses, en los que la cuota del país en las exportaciones se ha reducido a menos del 5% del total. Según los datos de Kiev, la caída ha sido mucho más pronunciada: En junio, las exportaciones de trigo se redujeron por cinco con respecto al año anterior.

En cualquier caso, incluso con sus puertos del Mar Negro bloqueados u ocupados, Ucrania ha mantenido un flujo de exportaciones considerable. El viceministro de Infraestructuras, Mustafa Nayyem, publicó recientemente en su canal de Telegram que, desde el comienzo de la guerra, los volúmenes de carga física enviados desde Ucrania a Rumanía han aumentado un 460%; los cargamentos agrícolas llevados por ferrocarril al puerto rumano de Constanza representan la mayor parte de ese aumento.

Lo que el mundo ha perdido con la caída de las exportaciones ucranianas lo ha recuperado más o menos desde otras fuentes. Canadá, la Unión Europea y, sí, también Rusia, han aumentado su participación en las exportaciones mundiales de trigo en los dos últimos meses. El USDA prevé un aumento real de las exportaciones en esta campaña, hasta los 204,6 millones de toneladas métricas, frente a los 203,3 millones de toneladas de 2021/2022 y los 199,3 millones de toneladas del año anterior.

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Compensar el déficit de la invasión
Canadá, la UE y Rusia han aumentado su participación en las exportaciones mundiales de trigo en mayo y juniodfd

Es probable que la producción total de trigo descienda un poco, en gran parte debido a las temperaturas extremas en la India. Pero ni las proyecciones de producción ni las estimaciones del USDA sobre las existencias de fin de año pronostican nada parecido a una escasez mundial de trigo.

Esto no significa que los consumidores más pobres de África no sean vulnerables. El trigo europeo es más caro que en cualquier momento desde 2011; el trigo ruso estuvo tan caro como ahora por última vez en 2013.

Aunque no hay escasez de grano, el aumento de los costos del combustible (causado en parte por la aventura militar de Vladimir Putin en Ucrania) ha hecho subir los precios e impuesto una pesada carga financiera a los importadores. Los costes de transporte han aumentado, tanto por el precio del combustible para todos, como por el aumento de los costos de los seguros para los productores rusos.

Según la ONU, entre febrero y mayo el costo del transporte de productos secos, como el grano, se ha disparado un 60%. El encarecimiento del transporte marítimo y las dificultades de las empresas rusas para encontrar aseguradoras y transportistas amenazan aún más el abastecimiento mundial de alimentos, dado que socavan las exportaciones de fertilizantes, en las que Rusia es líder mundial.

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Estados Unidos se ha ofrecido incluso a enviar “cartas de consuelo” a los propietarios de buques que desconfían de manipular grano y fertilizantes rusos debido a la amenaza de sanciones occidentales.

Los políticos occidentales que echan la culpa a Putin tienen razón: Una retirada rusa de Ucrania solucionaría rápidamente el problema y haría bajar los precios. El ostracismo al que se ha enfrentado Rusia por parte de los gobiernos y empresas occidentales no es un capricho, sino una respuesta a una agresión no provocada contra un Estado vecino y a una serie de lo que sólo puede calificarse como crímenes de guerra.

Putin no ha mostrado ningún reparo en utilizar el chantaje económico contra los países que considera hostiles -véase la reducción del suministro de gas a Europa-, por lo que hay muchas razones para sospechar que utiliza el rol de Rusia en el comercio de trigo y fertilizantes para presionar a las naciones rivales y abrir una brecha entre Occidente y los importadores de alimentos de Medio Oriente y África. También hay dudas persistentes sobre la racionalidad de Putin: Ningún beneficio potencial de la invasión merece el costo que está imponiendo a Rusia y a su pueblo.

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Y, sin embargo, en un alarde de su antigua astucia económica, Putin parece estar tratando de equilibrar su deseo de perjudicar a Occidente con los daños colaterales a grandes grupos de rusos. Mientras que unas 460.000 personas trabajan para el productor nacional de gas, Gazprom, y no sufrirán mucho por los cortes de las exportaciones de gas, Rusia, según las estadísticas oficiales, tiene unas 10 veces más agricultores que se verían afectados por la imposibilidad de exportar sus productos.

Además, el estatus de Rusia como mayor exportador de trigo del mundo se lo ha ganado a pulso. Es un punto de orgullo que se menciona a menudo en los discursos de Putin porque Rusia lo ganó durante su mandato. La Unión Soviética había sido un importador de grano, y tardó décadas en revertir la situación.

Todo apunta a que Putin quiere que las exportaciones rusas de trigo continúen sin interrupción: A partir de este mes, el gobierno ruso ha reducido los derechos de exportación de cereales y otros productos agrícolas, haciendo a los compradores pagar en rublos en lugar de en dólares estadounidenses.

La medida permite a los proveedores rusos bajar los precios para que el país no pierda cuota de mercado mundial por los riesgos de la guerra, incluido el riesgo de comprar grano ucraniano robado.

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Los precios mundiales del trigo ya han bajado considerablemente desde las vertiginosas alturas que alcanzaron a principios de año. El contrato de futuros de trigo de septiembre ha bajado un 35% desde su máximo de mayo. Los factores estacionales y las previsiones de cosechas halagüeñas son los responsables de gran parte del descenso, pero el movimiento ruso también ha sido descontado.

Es posible que el mercado se equilibre a niveles que impidan una crisis alimentaria en toda regla y una hambruna en los países más vulnerables.

La seguridad alimentaria mundial está sometida a muchas tensiones por el aumento de la población, el cambio climático y diversas amenazas políticas, como señaló recientemente mi colega de Bloomberg View, David Fickling.

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Los alimentos deberían ser una clara excepción a todo tipo de guerras económicas. Si bien es inútil, al menos por ahora, negociar con Putin el fin de la invasión, él no muestra ninguna voluntad de compromiso en ese frente, su administración no se ha desprendido del todo de los restos de racionalidad económica, y todavía tiene sentido negociar mejores condiciones para las exportaciones rusas de cereales y fertilizantes a cambio del acceso sin trabas de Ucrania al mercado mundial de materias primas.

Los embargos energéticos también deberían considerarse desde el punto de vista de su posible efecto sobre el suministro mundial de alimentos. Es doloroso para muchos (me incluyo) que permitir que el comercio de exportación de Rusia continúe como antes financia el esfuerzo de guerra de Putin y multiplica el sufrimiento humano.

Pero excluir a Rusia de la ecuación del suministro de alimentos no es realista. Existen muchas otras maneras de hacer que el régimen de Putin pague por el ultraje que ha causado a Ucrania, como la confiscación de las reservas internacionales de Rusia para pagar la reconstrucción de la nación devastada.

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Nadie, ni siquiera Putin, quiere o necesita una versión del siglo XXI del holodomor ucraniano de hace 90 años. Es un desastre que el mundo tiene muchas posibilidades de evitar, al precio de una ambigüedad moral bastante evidente.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Andrea González