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Bloomberg — La buena noticia es que el presidente Javier Milei parece estar dando marcha atrás en sus planes de dolarizar la economía argentina. Esa también es la mala noticia.

No me malinterpreten: la dolarización sería genial si el país dispusiera de US$30.000 millones para respaldar cada peso con dólares. Pero Argentina no tiene ese dinero extra a mano, de modo que el régimen de Milei está buscando alguna forma de dolarización que funcione y sea digna de ese nombre.

En un discurso reciente, Milei pareció sugerir que la dolarización formal —como se ha visto en El Salvador, Panamá y Ecuador— no se va a producir. Sus comentarios son algo confusos, por lo que puede ser útil repasar los diferentes tipos de dolarización y lo que significan.

El primero es lo que yo llamo el camino de Zimbabue hacia la dolarización: basta con elevar la tasa de inflación a miles o miles de millones para que la moneda nacional sea reemplazada por el dólar estadounidense. La mecánica es fácil, pero el proceso es trágico. Empobrece a los pobres y a los miembros de la clase media que han estado ahorrando en la moneda nacional, o que han suscrito contratos o deudas en ella.

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Un segundo método consiste en tomar la moneda nacional e intentar indexarla al dólar sobre una base de uno a uno. Argentina lo intentó en 1991. Si Milei lograra establecer hoy una paridad uno a uno del peso argentino frente al dólar, pregúntese: ¿Qué activo preferiría tener? El dólar, por supuesto, por su mayor seguridad. No es de extrañar que la anterior vinculación del peso argentino al dólar fracasara en 2002, cuando la incertidumbre sobre su credibilidad se apoderó de la economía, y la inflación volvió a aumentar.

Milei insinúa este método cuando menciona que el peso va a estar fijo “como una roca”. Pero este camino está dominado por la dolarización estricta. Si el Gobierno argentino tuviera suficientes dólares para promover una paridad uno a uno, le iría mejor convirtiendo todos los pesos en dólares y abandonando el peso.

Una tercera vía es la competencia de divisas, un concepto que Milei menciona al principio de su intervención. En este escenario, que parece ser el nuevo plan principal de Milei, el dólar y el peso circularían uno al lado del otro y competirían entre sí. A medida que la economía creciera, aumentaría el uso del dólar, mientras que el peso desaparecería.

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Este plan satisface el deseo de Milei de una solución ampliamente libertaria, pero no estabiliza el valor del peso. En Argentina ya circulan ambas divisas, además de muchas criptomonedas. Y los dólares han estado sujetos a un montón de regulaciones y tipos de cambio fijos “no de mercado” en el pasado. Podría ser bueno eliminar muchas de esas restricciones, como lo ha hecho Milei, pero esa desregulación no reducirá por sí misma la tasa de inflación. De hecho, si el peso va a desaparecer, perderá tanto más valor por adelantado cuanto más esperen los mercados su eventual eutanasia.

En realidad, este escenario se parece demasiado al de Zimbabue. Hasta que se resuelvan los problemas fiscales de Argentina, la inflación del peso debe continuar, aunque solo sea para pagar el servicio de la deuda nacional. De hecho, en la medida en que los tenedores de divisas puedan pasar a poseer dólares más fácilmente, la inflación podría incluso acelerarse. La base de las tenencias de pesos a gravar por el señoreaje inflacionario se reduciría cada vez más, haciendo necesario un impuesto inflacionario cada vez más alto para mantener al Gobierno en el negocio.

Dicho de otro modo: mientras el dólar sea una competencia en todo el sentido de la palabra, estabilizar el peso no es fácil. Todavía hay que solucionar los problemas fiscales del país.

Una última alternativa, que no implica la dolarización, es que el Gobierno resuelva sus problemas fiscales y luego endurezca la política monetaria hasta que las tasas de inflación caigan a niveles razonables. En otras palabras, trabajar para recuperar el peso. Eso implica el riesgo de que se reanude la inflación. Pero tanto Brasil como México, por poner dos ejemplos, han pasado de ser economías propensas a las crisis y con una inflación elevada a una relativa estabilidad macroeconómica. Existe cierta esperanza de que Argentina pueda hacer lo mismo.

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Si ese camino parece demasiado improbable, entonces habrá que recurrir a la dolarización dura, con su precio de US$30.000 millones. Los métodos intermedios pueden llamarse en cierto modo “dolarización”, pero no son estables y tienden a provocar una mayor hiperinflación.

No hay forma de evitarlo: si un Gobierno tiene dificultades fiscales, una moneda estable —ya sea el peso o el dólar— cuesta mucho dinero. Por muy tentado que esté, Milei no puede permitirse ignorar este hecho.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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