Al parecer, el presidente Donald Trump es socialista.
Eso es sin duda lo que habrían dicho los republicanos allá por el 2014 si el entonces presidente Barack Obama hubiera ordenado a EE.UU.: tomar una participación del 10% en el fabricante de microchips Intel Corp. (INTC), aprobar las exportaciones de microchips de Nvidia Corp. (NVDA) a China condicionadas al pago por parte de la empresa de un impuesto especial del 15% sobre los ingresos.
Adicionalmente, aprobar la venta de United States Steel Corp. a cambio de una “acción de oro”; ejercer presión sobre los bufetes de abogados privados para que proporcionen sus servicios de forma gratuita a la Administración; y usar los aranceles para presionar a la industria privada, algo que los republicanos ridiculizan como “elegir ganadores y perdedores” cuando lo hacen los demócratas.
Ciertos conservadores, fieles a sus principios, están empleando la palabra que comienza con la “S” para referirse a las medidas tomadas por Trump en lo que va de su segundo mandato.
“Esto es socialismo puro y duro por parte de una administración republicana”, afirmó sin rodeos Erick Erickson, presentador de un programa radial de Georgia, durante una reciente transmisión. “Dios mío, gente: ¿para qué hemos estado luchando durante la última década?”.
Es decir, el senador socialista de EE.UU. Bernie Sanders, independiente de Vermont que se alinea con los demócratas y suele ser muy crítico con Trump, aplaudió la alianza del presidente con Intel.
“Me complace que la Adminsitración Trump esté de acuerdo con la enmienda que yo propuse hace tres años a la Ley CHIPS”, ha declarado Sanders a Punchbowl News. “Los contribuyentes no deben proporcionar miles de millones de dólares en ayudas sociales a grandes empresas rentables como Intel sin obtener nada a cambio”.
La Ley CHIPS, promulgada con el apoyo bipartidista del presidente Joe Biden, destinó miles de millones en subvenciones federales para impulsar la fabricación nacional de microchips, considerada una necesidad imperiosa para la seguridad nacional.
Ya sea que lo llamemos socialismo o populismo gubernamental, muchos republicanos en el Congreso fueron criados para desconfiar de este tipo de intervención federal en la economía estadounidense.
Sin embargo, temiendo una reacción negativa de los votantes republicanos que apoyan a Trump en las primarias de mitad de mandato del próximo año, han sido facilitadores silenciosos de la política industrial del presidente.
Esto plantea una pregunta: ¿Por qué los votantes republicanos se conforman con dejar que Trump implemente una agenda que seguramente habrían rechazado si un demócrata hubiera hecho lo mismo (recordemos la indignación de la era Obama por Solyndra)?
Le planteé esa pregunta a Tim Chapman, un veterano agente republicano en Washington que asesora a Mike Pence, primer vicepresidente de Trump y fiel seguidor del ícono republicano Ronald Reagan.
Chapman, un agudo observador de los votantes de centroderecha, tanto antes como durante el reinado de Trump al frente del Partido Republicano, atribuyó su disposición a permitir las herejías filosóficas de Trump a tres factores.
“En esencia, el partido apoya firmemente al presidente Trump y su agenda, por lo que existe una tendencia a concederle el beneficio de la duda”, dijo Chapman.
“Segundo, durante décadas ha existido una fascinación en los círculos activistas republicanos con la idea de que deberíamos gestionar el gobierno federal como una empresa”. En ese sentido, explicó Chapman, los votantes ven la coerción de Trump a las corporaciones de EE.UU. como el proceso habitual de “llegar a acuerdos” que encaja con la gestión de Washington como una empresa.
“Existe un tercer elemento, mucho más pernicioso”, añadió Chapman.
“Hay elementos importantes dentro del Partido Republicano que quieren desechar la vieja estrategia conservadora. Los llamo ‘conservadores del poder estatal’. Son conservadores que dicen: ‘Las viejas formas de abordar el gobierno y las políticas públicas nos han fallado durante décadas y, por lo tanto, debemos estar abiertos a nuevas maneras’”.
Esa “nueva forma”, enfatizó Chapman, ejerce el poder del gobierno para “lograr fines conservadores”, actualmente “definidos por lo que” desee Trump.
Trump, quien disfruta de la influencia que ha podido ejercer sobre las corporaciones estadounidenses y los titanes de la industria que las dirigen, no se molesta en minimizar ni suavizar su intervención en la supuesta economía de libre mercado estadounidense.
Observe su descripción de la adquisición de una minoría de acciones de Intel por parte del gobierno: “… Estados Unidos de América ahora posee y controla el 10% de INTEL…“, dijo el presidente en una publicación en redes sociales (énfasis mío).
Sin embargo, eso no significa que la acción de Trump carezca de precedentes.
En 1979, Washington rescató a Chrysler Corp., salvando al fabricante de automóviles de Detroit de la quiebra. En 2009, tras la Gran Recesión, el gobierno federal otorgó garantías de préstamos a General Motors Co. (GM) y Ford Motor Co. (F) para apoyar a las otras dos de las llamadas “Tres Grandes” automotrices estadounidenses.
Aun así, a algunos académicos les resulta difícil encontrar una intrusión directa del gobierno en los asuntos de las empresas estadounidenses en la escala de la llevada a cabo por Trump.
“Desde nuestra fundación, siempre hemos mantenido alianzas entre el gobierno y el mercado”, me comentó Joseph P. Tomain, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cincinnati y coautor de How Government Built America (Cómo el gobierno construyó a los Estados Undios).
El gobierno federal tiene una larga trayectoria otorgando subsidios, subvenciones, exenciones fiscales y otras formas de beneficios y ayuda a sectores favorecidos de la industria privada mediante legislación aprobada por el Congreso y firmada por el presidente.
“Sin embargo, creo que eso es muy diferente a tomar una parte de una empresa”, argumentó Tomain. “Esto contradice totalmente cualquier tipo de pensamiento de libre mercado que alguien quiera tener”.
Naomi R. Lamoreaux, historiadora empresarial estadounidense e investigadora principal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan, me comentó de forma similar que la comparación más cercana que encuentra con la actuación de Trump data de principios del siglo XIX.
“Los estados limitaban el número de bancos que constituían, y era práctica común que adquirieran participaciones en los bancos y les exigieran que pagaran bonificaciones al tesoro estatal”, explicó. “Dichas prácticas casi desaparecieron en la década de 1830″.
Quizás el Partido Republicano, liderado por Trump, esté a punto de renunciar al ideal del capitalismo de libre mercado. Sería una victoria enorme para los demócratas en un momento en que se encuentran completamente impotentes en Washington y acosados por luchas internas sobre el futuro de su partido.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
Lea más en Bloomberg.com









