Trump se ha metido en una encrucijada al hablar con Putin

Trump se ha metido en una encrucijada al hablar con Putin.
Por Andreas Kluth
13 de febrero, 2025 | 06:07 AM

El presidente Donald Trump no puso fin a la guerra rusa contra Ucrania en 24 horas, como había prometido durante su campaña presidencial.

Por otro lado, como suele ser habitual, seguramente no debíamos tomárnoslo al pie de la letra (¿o era en serio?). No obstante, ahora parece estar preparándose para hacer el trabajo. Aunque está a punto de estrellarse contra una contradicción de su propia creación. Es un dilema que puede arruinar sus esfuerzos.

PUBLICIDAD

Durante una llamada telefónica esta semana, Trump y su homólogo ruso, Vladimir Putin, convinieron en iniciar conversaciones para poner fin al conflicto. Ello siguió a la liberación por parte de Rusia de un estadounidense injustamente encarcelado en ese país, lo que llevó a Trump a declarar que “existe buena voluntad, en lo que respecta a la guerra”.

El presidente ha enviado también este fin de semana un equipo encabezado por su vicepresidente a la Conferencia de Seguridad de Múnich. El hombre clave de Trump en el conflicto ruso-ucraniano, Keith Kellogg, recopilará allí información para presentarle a Trump opciones de negociación. Será diabólicamente difícil.

Las negociaciones para poner fin a la guerra de Corea (que culminaron en un “armisticio” y no en un tratado de paz) se prolongaron durante más de un año, durante el cual continuaron las matanzas. En el conflicto ruso-ucraniano, la lista de puntos conflictivos parece interminable.

Todo comienza con un choque de narrativas irreconciliables: los rusos insisten en la fábula de Putin de que los ucranianos son en realidad rusos que, engañados por sus líderes “nazis”, olvidaron el lugar que les corresponde.

Los ucranianos, respaldados por el derecho internacional y la opinión mundial, señalan que son una nación soberana que Rusia invadió y brutalizó sin provocación alguna.

La cuestión es la siguiente: ¿debería Rusia conservar la tierra que ha conquistado? ¿Debería intercambiar parte de ella por el territorio ruso que Ucrania posee actualmente?

¿Y qué decir de los numerosos niños ucranianos que los rusos han secuestrado (un delito por el que la Corte Penal Internacional quiere que se detenga a Putin)? Y, por último, es necesario que Rusia rinda cuentas por las atrocidades cometidas desde 2022.

PUBLICIDAD

Sin embargo, el mayor obstáculo para un acuerdo es la identidad geopolítica de Ucrania después de la guerra.

Ucrania puede estar oficialmente en camino de unirse a la Unión Europea algún día; ese destino ofrece beneficios culturales y económicos, pero pocas ventajas militares.

En cuanto a la membresía en la OTAN, la administración Trump, junto con varios otros aliados, ha descartado por ahora la adhesión de Ucrania.

Esto deja abierta la pregunta más importante: ¿qué garantía de seguridad, aparte de la membresía en la OTAN, puede dar Occidente a Ucrania para disuadir a Putin de atacar nuevamente unos años más tarde?

Debe ser creíble, no solo para mantener a raya al Kremlin, sino también para tranquilizar a los ucranianos, que todavía están traumatizados por las promesas vacías que dieron en 1994 los Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia, a cambio de las cuales Ucrania renunció a sus armas nucleares de la era soviética.

En esto se ha metido Trump.

Toda su farsa en política exterior, además de una vaga afirmación de “fuerza”, consiste en que pondrá fin o impedirá las guerras en el extranjero y traerá tropas y dólares estadounidenses a casa en lugar de enviar más de una cosa y otra al exterior.

Pero sin poner “botas estadounidenses sobre el terreno” o al menos proporcionar la potencia de fuego y la artillería de alto calibre que Estados Unidos tiene y de las que carecen sus aliados, ninguna garantía de seguridad será creíble.

A continuación, se presentan algunas opciones que excluirían la presencia de tropas estadounidenses en el terreno, ordenadas por orden de menor a mayor.

PUBLICIDAD

Europa occidental podría estacionar tropas de “mantenimiento de la paz” ligeramente armadas en Ucrania, bajo la égida de las Naciones Unidas, por ejemplo.

Eso, como mucho, divertiría a Putin, un hombre al que no le importa hacer sonar su sable nuclear. (Una iniciativa similar bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, entre la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y la invasión de 2022, no le causó ninguna impresión).

PUBLICIDAD

Otra opción sería que los europeos hicieran que su despliegue fuera más marcial y desplegaran miles de tropas de varios países y algún armamento.

La idea detrás de esta estrategia de “trampa” es que los rusos podrían atacar y abrumar a estas fuerzas, pero luego desencadenarían un “castigo” por parte de los países cuyos soldados resultaran perjudicados.

Ese ha sido durante mucho tiempo el enfoque de la OTAN en sus estados miembros orientales, y en particular en los países bálticos, donde la alianza estacionó algunas tropas, pero no las suficientes para detener un ataque ruso a gran escala. La credibilidad de la amenaza implícita de castigo siempre ha sido discutible.

PUBLICIDAD

En cualquier caso, la estrategia supone que, por ejemplo, Estonia en el caso de la OTAN, o Ucrania en un escenario futuro, serían invadidas primero y rescatadas solo después, si es que lo son. Kiev no lo aceptará.

Eso deja una tercera opción, llamada disuasión por “negación”, en lugar de castigo. Significa tener suficientes tropas y armas en la frontera o cerca de ella para repeler un ataque ruso desde el primer disparo.

La OTAN está tratando de adoptar esta estrategia para sus estados miembros, reforzando sus fuerzas de combate desde Finlandia hasta Bulgaria.

Es también lo que Zelenskiy quiere para Ucrania, porque eso por sí solo mantendría a Putin alejado para siempre, de modo que Ucrania pueda reconstruirse.

PUBLICIDAD

El problema de una fuerza de disuasión paneuropea es tanto de cantidad como de calidad. Zelenskiy ha pedido unos 200.000 soldados (que tendrían que rotarse, lo que requeriría incluso más en espera). Los miembros europeos de la OTAN no tienen ni de lejos esa cantidad para enviar sin desmantelar sus defensas nacionales.

Tampoco los ejércitos europeos tienen la temible vigilancia, el poder aéreo y el poder de fuego de Estados Unidos. Una disuasión creíble por negación sin Estados Unidos es imposible. Es por eso que Polonia, por ejemplo, ha dicho que no enviará tropas a Ucrania sin el respaldo de Estados Unidos.

De ahí el dilema de Trump.

Probablemente podría pacificar el conflicto, pero eso implicaría un enorme compromiso estadounidense y la disposición manifiesta a involucrarse en otra guerra, que es lo opuesto a lo que ha prometido a los estadounidenses. Incluso sus más fervientes seguidores del MAGA se rebelarían.

O podría presionar a Europa para que se encargue de la pacificación, lo que carecería de credibilidad. Ucrania se vería obstaculizada en su reconstrucción, podría estallar otra guerra y más gente moriría y sufriría. El Premio Nobel de la Paz que tanto anhela Trump quedaría fuera de su alcance.

Es bueno que por fin se inicien las negociaciones, pero las conversaciones son solo eso. La mayor preocupación sigue siendo Putin, pero la segunda mayor es Trump, que quizá no haya comprendido el dilema al que se enfrenta.

Peor aún, puede que se sienta tentado, en aras de una “victoria” en el trato, a vender a Ucrania. Como dijo esta semana, los ucranianos “pueden ser rusos algún día, o pueden no serlo algún día”.

Eso no es lo que quiero que piense un presidente estadounidense, y mucho menos lo que exprese, cuando se siente a enfrentarse a un adversario como Putin.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

Lea más en Bloomberg.com