Luiz Inacio Lula da Silva
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Bloomberg Opinión — Mientras hace campaña para volver a ocupar la presidencia brasileña el próximo mes de octubre, a Luiz Inácio Lula da Silva le agrada hablar del pasado, rememorando los años de bonanza entre 2003 y 2010, donde, como a él mismo le gusta decir, Brasil estaba gobernado por “el que fue declarado el mejor presidente de la historia del país”.

Hay cosas de las que puede vanagloriarse. Durante su mandato, la economía de Brasil experimentó un crecimiento medio superior al 4% por año, muy por encima de la trayectoria de su rival, el ahora presidente Jair Bolsonaro. Durante la gestión de Lula, el país bajó la inflación en dos terceras partes, disminuyó el desempleo en un 50% y redujo la deuda pública.

Esto sucedió al tiempo que “aplicábamos las más grandes medidas de inclusión social en la historia de Brasil”. El salario mínimo aumentó en un 50% luego de descontar la inflación. Se redujo el nivel de pobreza del 40% al 25% y disminuyó la mortalidad infantil.

No obstante, esta estrategia de campaña de recordar los Grandes Éxitos evidencia un complicado reto, tanto para Lula como para toda la gama de futuros gobiernos de izquierdas que pretenden reorientar la economía y la política social en toda Latinoamérica: este mundo nada tiene que ver con aquellos años de bonanza en los que la izquierda ocupó el poder por vez.

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Además de Brasil, donde parece casi seguro que Lula volverá a la presidencia después de las elecciones del próximo mes, la izquierda gobierna ahora Argentina, Colombia, Chile, Perú y Bolivia.

Sin embargo, si bien esto puede parecer un realineamiento ideológico en toda la región, el giro hacia la izquierda es en gran parte producto de la frustración de los votantes con los oficialismos de derecha.

Estos votantes comparten el tipo de nostalgia que anima la campaña de Lula. Pero es probable que volver a los buenos tiempos siga siendo un objetivo inalcanzable. Y los votantes no mostrarán mucha paciencia con los gobiernos de izquierda que restauraron en el poder con la esperanza de recuperar parte de esa prosperidad pasada.

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A pesar de una fuerte desaceleración hacia el final, durante 13 años, Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, presidieron una economía que creció un 4,5% anual en promedio. El PIB de Bolivia creció un 4,7% anual, en promedio, durante los 14 años del gobierno de Evo Morales, sustancialmente más que durante los 14 anteriores.

Izquierda latinoamericanadfd

Pero eso era entonces, cuando China compraba materias primas en toda Sudamérica a manos llenas y la inversión extranjera directa llegaba a raudales. Para repetir estos resultados sería necesario que la economía china se recuperara de la depresión, que la guerra de Ucrania terminara, que la pandemia mundial desapareciera y, probablemente, mucha suerte.

La producción de gas natural de Bolivia se disparó durante el mandato de Morales, lo que le permitió financiar vastos programas sociales. Las exportaciones de materias primas de Argentina a China se duplicaron durante los mandatos de los Kirchner. Las exportaciones brasileñas a China se multiplicaron por siete durante los mandatos de Lula.

Pobreza latinoamericanadfd

Argentina hoy no solo sufre una inflación galopante, que se espera llegue al 100% a finales de año. Su economía se está desacelerando desde el repunte posterior a Covid-19. El Fondo Monetario Internacional espera que crezca menos del 2% anual, en promedio, durante el mandato del actual presidente Alberto Fernández y de Cristina Fernández de Kirchner, ahora su vicepresidenta.

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La economía de Bolivia también está creciendo sustancialmente más lento que en la época de Morales. Y es poco probable que Brasil y Chile se muevan en la tendencia opuesta a la desaceleración. El FMI espera que crezcan solo alrededor del 1,5% anual durante los próximos 4 años. Además, la inflación está aumentando prácticamente en todo el continente, amenazando el sustento de la políticamente poderosa clase media. Si las tasas de interés en los Estados Unidos aumentan mucho más, su realidad económica será mucho peor.

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Mientras promociona sus éxitos pasados, Lula podría querer recordar lo que les sucede a los gobiernos de izquierda cuando la economía se agria. La sucesora elegida por Lula, Dilma Roussef, fue removida del poder mediante juicio político después de un año y medio de fuerte contracción económica.

La economía de Argentina comenzó a decaer con Cristina Fernández de Kirchner, lo que ayudó a la victoria de Mauricio Macri. En Chile, un par de años de crecimiento a paso de tortuga llevaron a la transferencia del poder del gobierno socialista de Michelle Bachelet al de Sebastián Piñera.

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Cualesquiera que sean sus inclinaciones ideológicas, la “ola rosa” de gobiernos que lleguen al poder en toda la región tendrá las manos ocupadas navegando en un espacio económico, por no mencionar político, muy estrecho, donde la prosperidad y la paciencia de los votantes pueden ser difíciles de conseguir.

Consideren Chile, donde los votantes expulsaron el año pasado a Piñera, reemplazándolo por Gabriel Boric, que apostó su capital político en un esfuerzo radicalmente ambicioso para redactar una nueva constitución que reemplace a la heredada de la dictadura de General Augusto Pinochet.

Entre muchas otras cosas, la carta de 388 artículos creó los derechos constitucionales a la vivienda, la educación, la atención médica, el tiempo libre, la comida culturalmente relevante, el asesoramiento legal gratuito, la educación sexual y una muerte digna. A principios de este mes, fue rechazado rotundamente en un referéndum. Y Boric descubrió que la frustración de los votantes por un gobierno anterior no equivale a un mandato para un cambio radical.

El diagnóstico de Lula sobre los retos a los que se enfrenta Brasil, donde el crecimiento es anémico y casi uno de cada diez trabajadores carece de empleo; donde el 18,4% de la población subsiste en la pobreza y el 10% de los hogares más ricos gana 15 veces más que el 40% más pobre, es acertado. El diagnóstico sería similar en la mayor parte de América Latina.

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La cuestión es si los campeones de la izquierda latinoamericana, Lula y Boric, el argentino Alberto Fernández y Gustavo Petro en Colombia; Luis Arce en Bolivia o Pedro Castillo en Perú, pueden ofrecer el tipo de crecimiento generalizado necesario para afrontar el reto. Si no es así, es de esperar que pronto se produzca una ola azulada que se desplace por la región desde la derecha.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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