Opinión - Bloomberg

América Latina no debería ser un peón en la rivalidad entre EE.UU. y China

Multimillonarios se disputan US$1,9 billones del dinero de los brasileños
Por Shannon O'Neil
23 de septiembre, 2021 | 10:21 AM
Tiempo de lectura: 7 minutos

Bloomberg Opinión — América Latina está atrapada en medio de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, y enfrenta algunas decisiones incómodas en términos de geopolítica, comercio y trayectorias futuras. Sin embargo, la atención que recibe de ambas superpotencias también les da a los líderes latinoamericanos la oportunidad de beneficiar a sus pueblos y economías al interactuar, negociar y, en la medida de lo posible, evitar una elección de suma cero entre los dos competidores.

EE.UU. ha sido durante mucho tiempo la superpotencia dominante de la región. Sin embargo, durante las últimas dos décadas, la importancia e influencia de China. Se ha convertido en uno de los mejores clientes comerciales de la región. El espectacular crecimiento de las ciudades e industrias de China ha absorbido cobre, mineral de hierro, soja, carne de cerdo y decenas de otros productos, hasta el punto de que ahora Brasil, Chile, Perú y Uruguay comercian más con China que con ninguna otra región.

China también se ha convertido en un inversionista confiable e importante para la región. Si bien el capital estadounidense sigue siendo más abundante, las empresas chinas han construido puentes en Panamá, carreteras en Argentina, puertos en Perú y redes eléctricas en Brasil. Poseen las minas de cobre más grandes de Perú, la mitad de la distribución eléctrica de Chile, minas de oro en Argentina y han estado comprando tierras de cultivo de soja en Brasil. Los bancos de China han otorgado más de US$140.000 millones en préstamos durante las últimas dos décadas, más que el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el CAF Banco de Desarrollo de América Latina combinados.

China ha invertido mucho dinero en obras públicas. Cuatro países que cambiaron el reconocimiento diplomático de Taiwán al continente durante los últimos 15 años han ganado centros de convenciones, bibliotecas, hospitales y estadios de fútbol. Desde que asumió el poder en 2012, el presidente de China, Xi Jinping, ha visitado casi tantos países de la región (11) como lo hizo el presidente Barack Obama durante sus dos mandatos (12). (La única incursión latinoamericana del presidente Donald Trump fue a Argentina). Y China fue el primer país en enviar vacunas contra el Covid-19, vendiendo hasta la fecha unos 165 millones de dosis de Sinovac a una región desesperada. Esta atención y seguimiento han impulsado el crecimiento, creado puestos de trabajo y, en ocasiones, mejorado la prosperidad.

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Sin embargo, fundamentalmente, China sigue siendo un competidor económico. Su creciente influencia comercial frena el ascenso económico de Latinoamérica. El choque es más visible en México, donde las importaciones chinas destruyeron las industrias locales de calzado, textiles y juguetes. Nación tras nación, los fabricantes latinoamericanos se están viendo perjudicados, dado que China prefiere comprar insumos en bruto que sus fábricas y trabajadores transforman en acero, concreto, computadoras portátiles y autopartes. Luego envía estos productos terminados y de mayor valor agregado a los consumidores latinoamericanos, lo que socava a los fabricantes locales. Esto ha estimulado lo que el economista de Harvard Dani Rodrik llama “desindustrialización prematura” en toda la región, donde los sectores manufactureros se están reduciendo antes de que sus economías hayan apalancado la producción para ascender en las escalas socioeconómicas y tecnológicas.

El gigante asiático también puede mostrarse arrogante con respecto a la transparencia y la buena gobernanza. Sus contratos de deuda son notoriamente reservados. Sus empresas han violado reiteradamente las leyes laborales, las regulaciones ambientales y los derechos humanos: han reprimido a mineros en Perú, desplazado por la fuerza a familias indígenas en Ecuador y contaminado aguas subterráneas, ríos y glaciares en Argentina, Bolivia y Chile. Y como lo demuestra su firme apoyo financiero a Venezuela, le importa más el petróleo que los controles y equilibrios democráticos.

Ya lidiandon con la presencia de doble filo de China, las naciones latinoamericanas ahora enfrentan también una postura cada vez más dura de EE.UU. con respecto a todo lo relacionado con China. El único consenso bipartidista en Washington hoy es la amenaza de China. La guerra comercial de Trump demostró ser solo el comienzo de una estrategia más amplia de contención. La Administración Biden ha mantenido la mayor parte de estos aranceles y ha agregado sanciones y controles de exportación e importación para reducir la influencia de los rivales industriales y tecnológicos. Mientras tanto, el Congreso busca fabricar semiconductores propios y producir docenas de minerales críticos para competir con las ambiciones tecnológicas de China.

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El país le está pidiendo a sus aliados que se unan al frente. Las conversaciones entre EE.UU. y la Unión Europea son las más exhaustivas hasta la fecha, diseñadas para impulsar la cooperación en torno al establecimiento de normas internacionales, la gobernanza de datos y la ciberseguridad a través de un Consejo de Tecnología y Comercio recientemente anunciado. El Reino Unido, Alemania y Eslovaquia se encuentran entre los que están eliminando o limitando la tecnología china en sus sistemas de telecomunicaciones. En todo el Pacífico, EE.UU. y los aliados del Quad, India, Japón y Australia, han intensificado su diplomacia, cooperando en cuestiones que van desde la navegación marítima hasta la fortaleza de las cadenas de suministro y la distribución de vacunas.

A medida que las naciones latinoamericanas reciben el llamado, también pueden aprovechar la atención e interés de EE.UU. para obtener ventajas. Los beneficios ya han dado frutos en el lado de la salud. Si bien EE.UU. tardó en exportar vacunas contra el Covid-19, ahora ha donado más de 38 millones de dosis (más efectivas) a la región. Como resultado, se han vacunado decenas de millones de ciudadanos más.

En infraestructura, están en juego las redes de telecomunicaciones. La Administración Trump hizo un llamado a Colombia, México y Perú y otras naciones donde Huawei ya permeaba los sistemas. El Gobierno de Biden se está acercando a Brasil para que mantenga a Huawei fuera de su próxima licitación de red 5G (Brasil les permitió regresar después de recibir un envío de vacunas chinas contra el Covid-19). En respuesta a estas propuestas, América Latina puede pedirle a EE.UU. que brinde alternativas para la red 5G y que financie esta y otras infraestructuras, comenzando con un aumento de los préstamos de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de EE.UU. y de instituciones financieras multilaterales.

En el frente económico más amplio, Latinoamérica puede utilizar la misión de EE.UU. de desvincular productos e industrias fundamentales de China para fortalecer y diversificar sus propias economías. El reciente informe sobre cadenas de suministro publicado por el Gobierno de EE.UU. destaca la abundancia de cobre y el litio de Chile y Argentina, y de níquel y manganeso de Brasil. La región tiene potencial en otros sectores vitales para los objetivos de seguridad nacional de EE.UU., incluidos los productos farmacéuticos y los vehículos eléctricos. Los Gobiernos y el sector privado de América Latina deberían solicitar que los incentivos del Gobierno de EE.UU. para reubicar las cadenas de suministro se amplíen a socios comerciales del hemisferio occidental.

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Políticamente, un Gobierno de Biden más orientado a los valores está enfocado en llevar al primer plano de las relaciones entre América Latina y EE.UU. la restauración de derechos laborales, la lucha contra la corrupción y la democracia. Este impulso también crea una apertura para las democracias afines, ya que una gran mayoría de ciudadanos latinoamericanos rechaza la alternativa autoritaria de China. El respaldo de EE.UU. puede ayudar a los reformadores a impulsar mayor transparencia, responsabilidad y apertura en los tratos comerciales, incluidos aquellos con financiamiento chino.

Sortear las brechas no será fácil. América Latina es una región de poderes intermedios, en el mejor de los casos, con una capacidad limitada para resistir cuando las solicitudes se convierten en demandas. Ambos gigantes geopolíticos no han tenido reparos en mostrar su poder. China prohibió efectivamente muchas importaciones australianas después de que el Gobierno se atreviera a cuestionar la historia del origen del Covid-19, un claro ejemplo para las naciones que no siguen su línea. EE.UU. ha amenazado con dejar de compartir información con naciones que tienen redes de telecomunicaciones fabricadas en China. Sin embargo, las amenazas de represalia de China parecen menos temibles a la luz de su dependencia de muchos productos básicos latinoamericanos. De hecho, las exportaciones totales de Australia a China aumentaron a pesar de las prohibiciones, debido al aumento de las ventas de mineral de hierro. Y EE.UU. parece más interesado en desplegar incentivos que castigos para crear una coalición.

Durante la Guerra Fría, las naciones latinoamericanas fueron más a menudo peones que protagonistas, y el conflicto entre EE.UU. y la Unión Soviética precipitó algunos de los momentos más oscuros de la región. Estas consecuencias históricas durante los enfrentamientos geopolíticos anteriores son otra razón por la que los líderes latinoamericanos de hoy intentan equilibrar a los pesos pesados. En lugar de elegir un bando, deberían intentar aprovechar las ventajas que pueden derivarse de la intensificación de la competencia entre las superpotencias.