Votantes esperan en las afueras de un centro electoral en Santiago, Chile, el domingo 21 de noviembre de 2021. Fotógrafo: Cristóbal Olivares/Bloomberg
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Bloomberg Opinión — Chile ha sido durante décadas la nación más estable de América Latina y una de las más prósperas. Su perspectiva proempresarial ha atraído inversión extranjera directa y ha impulsado el crecimiento económico, y su historial en cuanto a reducción de la pobreza ha sido impresionante. Sin embargo, muchas de esas credenciales ahora están bajo cuestionamiento. Después de la reciente primera ronda de las elecciones presidenciales, los dos candidatos que se dirigen a la segunda vuelta son de extremos políticos: un ultraconservador que parece tener nostalgia por el gobierno dictatorial de Augusto Pinochet, y un izquierdista que promete no solo reformar, sino desmantelar el modelo económico de Chile. Es difícil decir cuál de estos proyectos podría resultar más tóxico.

El candidato de extrema derecha, José Antonio Kast, emergió con una pequeña ventaja de cara a la segunda vuelta del 19 de diciembre. Su plataforma tiene poco de economía y una abundancia de conservadurismo social y mensajes autoritarios. Su homólogo de izquierda, Gabriel Boric, promete un cambio radical para combatir la desigualdad, controlar el capitalismo y destronar a las fuerzas del mercado. “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo”, explica, “también será su tumba”.

En los últimos años, se había percibido que Chile estaba dando un giro hacia la izquierda. Sin embargo, Kast, con el 28% de los votos, tuvo un desempeño mejor al esperado en la primera ronda, superando el 26% de Boric. Esto podría indicar un deseo de estabilidad después de dos años de turbulencias sociales y políticas, y ansiedad por la alternativa de la izquierda radical. No obstante, los candidatos centristas, que uno podría haber esperado que ofrecieran una combinación de progreso social y moderación pragmática, fueron derrotados. El colapso del centro político en Chile da lugar a una elección entre los extremos que casi la mitad de los votantes del país no quiere.

Por sí solo, esto presagia más inestabilidad y malestar. Para agravar el peligro, se suma un esfuerzo en curso por reescribir la Constitución, que expone la ley básica del país a estas animosidades ideológicas cada vez mayores.

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Es cierto que Chile tiene trabajo por hacer para equilibrar mejor mercados relativamente libres y lograr una distribución más justa del ingreso. Los partidos del establishment político prestaron muy poca atención al malestar generalizado y perdieron la confianza de los votantes. El país es profundamente desigual, no tanto para los estándares latinoamericanos, pero ciertamente para los de las naciones más ricas con las que se compara. La base impositiva es demasiado baja para respaldar un gasto social y unos servicios públicos adecuados. El sistema de pensiones privado del país ha sido insuficiente y se ha visto aún más debilitado por las sucesivas rondas de retiros de emergencia en respuesta a la pandemia. La educación universitaria está resultando un mal negocio para muchos y el seguro médico privado es demasiado caro.

Enfrentar estos problemas es urgente, pero será mucho más difícil, y quizás imposible, sin la estabilidad política que solo un centro viable puede proporcionar.

A pesar de todo, ¿hay alguna forma de que esto ocurra en las próximas semanas y meses? ¿Podrían los extremos, incluso ahora, dirigirse hacia la moderación? Hasta cierto punto, eso es probable. Hay motivos para tener esperanza. Entre este momento y la segunda vuelta, Kast y Boric podrían ver una ventaja en suavizar sus posiciones para apelar a un centro poco representado. En el cargo, la dura realidad impondría limitaciones a cualquiera de los dos. Kast podría verse atrapado por una Constitución de izquierda, un Congreso dividido y constantes protestas en las calles. En tanto, Boric podría encontrarse con que sus planes más audaces son difíciles de ejecutar e imposibles de financiar. En la presidencia, los consensos podrían parecer más atractivos de lo que parecen cuando se incita a partidarios apasionados a salir y votar.

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Puede que la situación no sea desesperada. Pero sí es nefasta. En este momento, el país parece haberse enterrado en un hoyo muy profundo.

Las consecuencias de la situación en Chile trascienden sus fronteras. El colapso del modelo económico del país podría ensombrecer la región y poner en tela de juicio la capacidad de la democracia para generar progreso económico y social. Contra todo pronóstico, y no solo por el bien de Chile, debemos esperar que aún queden indicios de moderación debajo del ruido de los extremos.

Editores: Clara Ferreira Marques, Clive Crook.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.