Talibanes sentados en un vehículo en la provincia de Jalalabad.
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Bloomberg Opinión — Cuando el Talibán tuvo el control de Afganistán por última vez, el mundo utilizaba teléfonos celulares para hacer llamadas, se accedía al Internet desde computadoras de escritorio a través de líneas telefónicas de cobre y la fotografía digital estaba en sus inicios.

Pero a los pocos años de su derrota a manos del ejército estadounidense en 2001, los militantes islamistas que alguna vez habían evitado la tecnología comenzaron a desplegar drones de vigilancia improvisados y a coordinar sus mensajes políticos y operativos a través de una red de teléfonos celulares. La decisión de adoptar, en lugar de rechazar, dispositivos del siglo XXI se convirtió en la clave de la supervivencia del grupo y, finalmente, en la reconquista de esta nación centroasiática sin salida al mar.

“Se trasladaron a una sofisticación tecnológica mucho mayor hacia 2007. Es una señal de la capacidad del grupo para adaptarse y aprender, y esa es una de las razones por las que ganaron”, dijo Vanda Felbab-Brown, investigadora senior y directora de la Iniciativa sobre Actores Armados No Estatales de la Institución Brookings. “Una de las cosas que aprendieron fue a enfocarse en las comunicaciones y a alejarse del modelo de los años 90, que consistía en alejar al país de cualquier tipo de modernidad”.

La organización surgió originalmente en el corazón rural del país y llegó al poder en 1996, abogando por un retorno al siglo VII, cuando se fundó el Islam. Pretendía una nación de campesinos autosuficientes, gobernados bajo la Sharia, y rechazaba cualquier necesidad de tecnología moderna. De todas formas, no había mucha: El desarrollo de Afganistán se pulverizó durante la ocupación soviética y los combates entre caudillos rivales.

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No obstante, para 2007 y en plena insurgencia contra los estadounidenses, los miembros del Talibán utilizaban teléfonos plegables monocromáticos de marcas como Nokia y Motorola para hacer propaganda y vigilar a la gente. Felbab-Brown recuerda su visita a Afganistán en esa época, cuando el movimiento enviaba mensajes de texto masivos y específicos. Incluían recordatorios de pagar el zakat (impuesto religioso) y de que el grupo sabía dónde vivía la gente.

Una ironía es que este amplio despliegue de las telecomunicaciones fue posible gracias a empresas estadounidenses e internacionales, y a que las fuerzas de la OTAN construyeron los postes que albergarían las antenas de telefonía móvil. En poco tiempo, los portavoces del Talibán que hablaban inglés con fluidez actualizaban regularmente a los medios comunicación occidentales directamente a través de mensajes de texto y de voz, respondiendo a preguntas y clamando la victoria en batallas que los periodistas ni siquiera sabían que habían sucedido.

Los primeros miembros del Talibán eran vistos por las potencias extranjeras, y tal vez incluso por ellos mismos, como una fuerza militar ligera y de rápido movimiento, equipada principalmente con rifles y lanza granadas. Pero con un enemigo más moderno en EE.UU. y sus aliados llegó la necesidad de añadir operaciones psicológicas. “Ahí es donde la tecnología es crucial, no hay manera de evitarlo”, señala Kamran Bokhari, director de desarrollo analítico del Newlines Institute for Strategy & Policy. “Antes podían prescindir de ella, pero después del 11-S el mundo cambió”.

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Los Talibán necesitaban ponerse al día con las innovaciones en el campo de batalla, y aprendieron rápido. Alrededor de 2005, recuerda Bokhari, se descubrió cerca de la frontera con Pakistán un dron equipado, una cámara de vídeo atada a un avión de juguete por control remoto. Y no sólo aprendían de sus enemigos. Otros yihadistas, como Al Qaeda, el Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés) y Hezbolá, habían descubierto el poder de las tecnologías digitales para reclutar miembros, amenazar oponentes y controlar los mensajes. El Talibán se benefició de un intercambio de técnicas de propaganda y guerra de la información.

Estos grupos siguieron el arco de la tecnología en el resto del mundo. Al principio, se dedicaron al juego del gato y el ratón utilizando sitios web para reivindicar la autoría de los atentados y distribuir mensajes y vídeos antes de que los gobiernos extranjeros los dieran de baja. Esto dio paso a dispositivos portátiles más sofisticados y a redes más rápidas que permitían grabar un vídeo en un teléfono celular y enviarlo por correo electrónico directamente a los partidarios o a los medios de comunicación internacionales. El Talibán y sus seguidores fueron los primeros en adoptar las plataformas que facilitaron aún más el intercambio de información: YouTube, Facebook, Twitter, Telegram y WhatsApp.

Una estrategia clave fue no sólo ganar batallas, sino también moldear la percepción de su fuerza y capacidad, señala Bokhari. A medida que EE.UU. se adentraba en su segunda década de ocupación, el Talibán mantuvo un ritmo constante de mensajes a través de todos los medios y dirigidos a las fuerzas locales afganas y a los gobiernos de ultramar. El objetivo era establecer la creencia de que el ascenso del movimiento era inevitable y la resistencia inútil. Esta percepción ayudó a que las administraciones estadounidenses se pusieran de acuerdo y pudo haber alimentado el colapso de las fuerzas armadas.

Los gobiernos y las corporaciones occidentales no estaban ciegos ante las amenazas en línea. Facebook Inc. y Alphabet Inc. dicen que han mantenido prohibiciones sobre el grupo desde hace mucho tiempo mientras que Twitter Inc. optó por retirar piezas individuales de contenido violento. Pero la flexibilidad del Talibán para cambiar los mensajes y las plataformas hizo imposible eliminar toda presencia.

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Para cuando tomaron Kabul, el Talibán había aumentado su presencia en Twitter y habían recurrido a Whatsapp y a los mensajes de texto para relacionarse con la población local y con los extranjeros. Los portavoces han utilizado Twitter en las últimas semanas en un intento de aliviar la preocupación por las violaciones de los derechos humanos, obligando a los gigantes tecnológicos estadounidenses a reiterar sus políticas.

“El Talibán está sometido a sanciones de EE.UU., lo que significa que, debido a nuestras políticas sobre organizaciones peligrosas, no permitimos su presencia” en Instagram ni en ninguna de las aplicaciones de Facebook, dijo esta semana Adam Mosseri, director del servicio de intercambio de fotos de la compañía, a Bloomberg Television. WhatsApp prohibió una línea de ayuda que los Talibán habían creado para que los afganos pudieran denunciar actos de violencia y saqueos.

El tiempo que las empresas tecnológicas mantengan al Talibán fuera de sus plataformas puede depender de la política de EE.UU. Cualquier esperanza de controlar la narrativa y neutralizar las iniciativas del movimiento requerirá la coordinación con los gobiernos y las empresas para frenar el acceso a la tecnología. Pero la capacidad de adaptación del grupo hace improbable una congelación total. Incluso si no puedan utilizar medios masivos como YouTube, Facebook o Twitter, las aplicaciones de mensajería como Telegram y WhatsApp seguirán siendo una opción gracias a la naturaleza punto a punto de su servicio junto con el cifrado de extremo a extremo.

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La revolución digital no termina aquí. Con un país vasto que dirigir y grupos dispares que aplacar, un gobierno Talibán dependerá aún más de la información, los mensajes y la formación de percepciones. Para ello, puede aprender de la forma en que vecinos como Irán, Pakistán e incluso China ejercen el control mediante la censura y la vigilancia. Este último, líder mundial en reconocimiento facial e inteligencia artificial, ya ha hecho propuestas alTalibán y es probable que les ofrezca ayuda en forma de infraestructura que podría incluir capacidades de comunicación y vigilancia.

El Talibán de hoy ha vuelto a controlar Afganistán. Dependerá de la tecnología para mantenerse allí.