Ingenieros trabajan en la instalación de una bomba de calor Ecoforest en el centro de formación e I+D de Octopus Energy Ltd. en Slough, Reino Unido, el martes 28 de septiembre de 2021.
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Bloomberg — La invasión rusa a Ucrania ha demostrado de una vez por todas que debemos dejar los combustibles fósiles, y rápido. Las bombas de calor son una parte importante de la solución para dejar de quemarlos en nuestros hogares. Las bombas de calor no detendrán la guerra en Ucrania.

Estas afirmaciones, aparentemente contradictorias, son ambas ciertas. Y son un microcosmos de los debates mucho más amplios sobre el clima y las tecnologías limpias que se están produciendo en cada sector y en cada país.

Las bombas de calor eléctricas son, en efecto, una solución superior para calentar el hogar. Son un componente clave en el impulso de la electrificación de todo. De hecho, son tan eficientes a la hora de convertir la energía en calor que, incluso si la red eléctrica funcionara totalmente con gas, las bombas de calor conectadas a ella consumirían menos que los hornos que funcionan directamente con gas. Pero la transición a la energía limpia no debe detenerse en la electrificación. La descarbonización de la red es una pieza importante de la ecuación. También lo es aislar los hogares para reducir la necesidad de calefacción y refrigeración.

Las bombas de calor no son la única solución, pero se acercan bastante a la solución tecnológica universal para las necesidades de calefacción doméstica y comercial del mundo. La Agencia Internacional de la Energía estima que “podrían satisfacer el 90% de las necesidades globales de calefacción con una huella de carbono inferior a la de las calderas de condensación de gas”.

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Destacan especialmente en los climas más fríos, abrazados por los países nórdicos, donde su potencial de reducción de emisiones es particularmente alto. Pero queda mucho camino por recorrer. Las bombas de calor calientan actualmente menos del 10% de los edificios del mundo. Esta brecha promete enormes oportunidades de mercado centradas en el despliegue a escala de una tecnología ya existente. Esto ayudaría a reducir las emisiones de carbono y la dependencia del gas, ya sea ruso o de otro tipo.

Decir eso mismo, en otras palabras, es probable que suscite objeciones. El activista medioambiental Bill McKibben pidió “Bombas de calor para la paz y la libertad” inmediatamente después de la invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin y fue acusado de centrarse en una bala de plata, excluyendo otras soluciones más sistemáticas. Normalmente, las chispas saltan en sentido contrario: Los ecologistas piden un enfoque más sistémico, mientras que los líderes empresariales tienden a apuntar a la “simple” solución tecnológica (preferiblemente la suya).

No es sorprendente. Pero no tiene por qué (y no debería) plantearse como una de las dos cosas.

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No puede haber un enfoque “típico”. Sacar a Europa del petróleo y el gas rusos, al igual que sacar al mundo de todo el petróleo, el carbón y el gas, va mucho más allá de una única solución. Y no hay una respuesta única para una tecnología determinada.

Es necesario aumentar rápidamente la producción comercial de bombas de calor (varios senadores estadounidenses presentaron el miércoles un proyecto de ley para conceder una desgravación fiscal a los fabricantes), pero esto no es suficiente. También hace falta (re)formar a los trabajadores para que puedan instalarlas y educar a los consumidores sobre sus beneficios para el clima interior y exterior, así como para su propio bolsillo.

Todo esto significa que se necesitan políticas de apoyo en cada paso del camino, incluidas las subvenciones al despliegue para evitar la instalación de un solo horno de gas más en cualquier lugar. Y sí, eso empieza por dejar de subvencionar los hornos de gas. Austria, por ejemplo, subvenciona las bombas de calor con 10.000 euros (US$10.500) cada una, lo cual está bien. Mientras tanto, algunas provincias austriacas siguen ofreciendo 1.000 euros (US$1.600) por los hornos de gas. Eso debería haber terminado hace años.

Lo que se necesita es precisamente la interacción entre las empresas y la política, entre la solución tecnológica y la transformación social más amplia. Rich Lesser, presidente mundial del Boston Consulting Group, habló el viernes pasado en una conferencia sobre negocios y clima de la Columbia Business School sobre cómo los líderes climáticos obtienen ventajas competitivas, y cómo él personalmente dedica entre el 60% y el 70% de su tiempo a cuestiones climáticas. Los líderes se benefician de ello, y así debería ser. Un supuesto básico que subyace en un análisis que BCG realizó con el Foro Económico Mundial para apoyar este punto: un precio explícito o implícito por tonelada de CO₂ de aproximadamente 75 euros (US$79) para 2030.

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Las políticas climáticas acordes con ese precio no se producirán por sí solas. Eso implica que los líderes empresariales las impulsen activamente o, al menos, que no se interpongan en su camino. Incluso 75 euros para 2030 no serán suficientes, en ningún sentido significativo del término. ¿Quizás el mejor indicio? La Unión Europea ya tiene ese precio, que cubre la mitad de las emisiones de carbono del bloque.

La descarbonización requerirá una cooperación significativa y constructiva entre múltiples tecnologías, políticas e intervenciones. Las bombas de calor por sí solas no son más que un pequeño paso en este rompecabezas más amplio, y no, por sí solas no detendrán esta guerra actual a corto plazo. Pero podrían ayudar a evitar la próxima.

Gernot Wagner escribe la columna Risky Climate para Bloomberg Green. Es profesor de la Columbia Business School (en excedencia de la Universidad de Nueva York). Su último libro es Geoengineering: the Gamble (Polity, 2021). Sígalo en Twitter: @GernotWagner. Esta columna no refleja necesariamente la opinión de Bloomberg LP y sus propietarios.

Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.