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Transcurridos tres meses de 2024, Latinoamérica ya está demostrando su habilidad para superar los pronósticos de crecimiento.

Las dos mayores economías de esta región, Brasil y México, experimentan una ralentización, aunque no tan pronunciada como inicialmente se temía, y la región andina parece estar recobrando parte del impulso que se perdió durante la pandemia.

La inflación sigue enfriándose y el descenso previsto de las tasas de interés debería dar un nuevo impulso a esta actividad. Y lo que es más significativo, Latinoamérica ha ingresado en una fase positiva en términos geopolíticos y de flujos de intercambio comercial.

Los economistas de JPMorgan Chase & Co. (JPM) capturan dicha oportunidad en un minucioso informe regional de ciento nueve páginas publicado la semana pasada:

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“Durante gran parte de los últimos años, el crecimiento de la economía latinoamericana ha sido superior a las previsiones y la región se encuentra bien posicionada en términos cíclicos. No obstante, la situación trasciende el ciclo y se centra en lo estructural.

Los pronósticos a más largo plazo de Latinoamérica deberían verse favorecidos por la potencial búsqueda de fuentes de suministro más seguras, baratas y confiables como consecuencia de la última división geopolítica.

Esta región es productora de materias primas y de productos de manufactura, y mantiene buenas relaciones tanto con la mayoría de las regiones como con las democracias relativamente sólidas, que pueden impulsar los lazos comerciales y de inversión con el resto del mundo durante los próximos años. A ello se añaden ciertas reformas económicas aprobadas en estos últimos años”.

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Estoy totalmente de acuerdo. Los datos fundamentales de Latinoamérica son más favorables que en ningún otro momento desde que comenzó el superciclo de las materias primas hace veinte años.

Aparte de los motivos enumerados por los expertos de JPMorgan, yo citaría también la relativa juventud de la población de esta región, acostumbrada a la alta tecnología y capaz de manejarse en un entorno burocrático.

Asimismo, cuenta con territorios alejados de posibles conflictos globales (véase el caso del empresario tecnológico que recientemente compró una enorme extensión de naturaleza salvaje, que incluye una montaña de 5.000 metros en la Argentina, como lugar seguro para una eventual guerra nuclear).

Y, sin embargo, pese a este entusiasmo y potencial incuestionable, las perspectivas económicas inmediatas del informe para la región son un argumento flojo: el PIB se expandiría solo 1,6% este año y 2,3% en 2025, según los cálculos de JPMorgan. Otras estimaciones coinciden en términos generales: el FMI pronostica aumentos del PIB del 1,9% y del 2,5% en 2024 y 2025 para la región, incluido el Caribe.

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Las cifras no son lo suficientemente buenas. Si este es el momento de gloria de América Latina, se esperaría mucho más que tasas de crecimiento mediocres de 1,5%-2,5%. La región necesita expandirse al doble de ese ritmo o más si quiere abordar sus deficiencias de larga data, desde la pobreza hasta la inseguridad y la desigualdad.

Hay razones particulares para la tasa de expansión relativamente baja de este año: Argentina probablemente sufra una profunda contracción hasta que (y si) la terapia de choque del presidente Javier Milei logre revertir el estancamiento del país; Brasil parece tener un exceso fiscal que frenará al país a pesar de su nuevo estatus como superpotencia exportadora; y México no parece estar aprovechando plenamente la oportunidad del nearshoring.

Luego, están los problemas de larga data que no son fáciles de solucionar: la región no está invirtiendo bien, o lo suficiente, en educación, innovación y tecnología; sus países se encuentran al final de los ránkings de corrupción; la delincuencia, la violencia y el débil Estado de derecho impiden establecer un sistema jurídico sólido que sustente sociedades de alta confianza. Todo eso converge en una productividad laboral que está rezagada en comparación con todas las regiones, excepto Medio Oriente y África del Norte.

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Y, por supuesto, también está la política, caracterizada por constantes giros ideológicos y polarización. Independientemente de sus necesidades y creencias políticas, los gobiernos latinoamericanos deberían desarrollar conjuntamente una estrategia seria para fomentar la inversión, promover la competencia y abordar las amenazas comunes de la región, desde el crimen organizado hasta la migración y el cambio climático.

Las autoridades de política monetaria y los líderes empresariales deben ser mucho más ambiciosos y creativos si quieren aprovechar este impulso y lograr el dinamismo que la región necesita. Los esfuerzos por mejorar los negocios de un país deben trascender la ideología.

Abundan las oportunidades: Brasil y Guyana están en plena revolución petrolera; México es ahora el mayor socio comercial de Estados Unidos y podría profundizar su integración manufacturera con la mayor economía del mundo; Argentina debería impulsar sus ganancias de productividad agrícola como lo hizo Brasil durante las últimas dos décadas; la región tiene el espacio, la biodiversidad, el viento y el sol para ser una potencia renovable; el turismo puede ayudar a generar miles de millones adicionales en ingresos; la música y los deportes impulsan el poder blando de la región y la inteligencia artificial también puede ayudar a reducir la brecha tecnológica con los países desarrollados.

En concreto, se puede hacer mucho para promover la formalidad (casi la mitad de los empleos están en la economía informal, según la CEPAL de las Naciones Unidas) y la incorporación más rápida de las mujeres a los mercados laborales, lo que naturalmente impulsaría las tasas de crecimiento.

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Por muy cliché que parezca, América Latina tiene mucho que ganar con la integración regional, desde impulsar patrones comerciales hasta proyectos de infraestructura comunes y mejorar el transporte y los vínculos de conectividad nacional/internacional (todavía no se puede volar directamente desde Ciudad de México a Río de Janeiro, o desde São Paulo a Monterrey). Facilitar el acceso a internet de alta velocidad, particularmente en ubicaciones remotas, y reducir las distorsiones regulatorias también beneficiaría la competitividad.

Un nuevo informe del Banco Mundial aborda la cuestión del bajo crecimiento desde una perspectiva “territorial” original, mencionando algunas de estas sugerencias de políticas y muchas otras: “Para acelerar el crecimiento de una manera sostenible e inclusiva, la región necesita combinar su modelo de desarrollo impulsado por recursos por uno que aproveche mejor las habilidades y la mano de obra de su fuerza laboral urbana”, indica.

Por supuesto, nada de esto se hará de la noche a la mañana, ni tampoco hará que las tasas de crecimiento de este año o el próximo luzcan mejor. No obstante, es necesario que las urgencias de corto plazo den paso de una vez por todas al pensamiento estratégico de largo plazo. A América Latina se le ha repartido una buena mano, pero la prosperidad no llegará gracias a un golpe de suerte; para lograrlo, los líderes y la población de la región deben trabajar duro.

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Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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