¿La política de inteligencia artificial de la Casa Blanca es “America First” (Estados Unidos primero) o simplemente “Silicon Valley First” (Silicon Valley primero)?
Después de esta semana, me estoy inclinando claramente por la segunda opción. Seguramente es la única forma de conciliar las contradictorias decisiones políticas de Washington, donde se recurre a China como un conveniente enemigo hasta que las grandes tecnológicas están interesadas en vender sus productos a Pekín.
China ha sido protagonista esta semana en la defensa por parte del responsable de IA de la Casa Blanca, David Sacks, del “One Rulebook on AI" (Reglamento único para la IA) del Gobierno, cuyo propósito es pisotear los derechos de los estados.
Según él, esta medida se hace necesaria para no “obstaculizar la innovación” y permitir que China “se adelante”. Poco importa que también se trate de un intento de burlar el proceso democrático por medio de un decreto ejecutivo, ignorando la voluntad del Congreso y de los legisladores estatales.
Sin embargo, la amenaza de la competencia de China no evitó que la industria ejerciera presión con éxito para eliminar una cláusula de un proyecto de ley de gastos de defensa que obligaría a Nvidia a priorizar las necesidades de hardware de sus clientes de EE. UU. sobre las ventas internacionales.
De esta forma, el martes, Estados Unidos pudo liberar las restricciones a la exportación de los chips de IA de gama alta de Nvidia Corp. (NVDA) a China.
Queda por ver si Pekín autorizará el uso de estos chips. Teniendo en cuenta las contradicciones de EE.UU., cualquier compañía china que esté desarrollando IA con hardware de Nvidia se preguntará cuánto tiempo seguirá estando disponible.
No obstante, se trata de un giro con respecto a la política anterior, que se basaba en la idea de que la innovación estadounidense debería estar fuera del alcance militar de China.
De todos modos, es una noticia fantástica para Nvidia. Y todo lo que es bueno para Nvidia es bueno para el ecosistema de IA en general, ya que su suerte está fuertemente ligada a la percepción del potencial de la inteligencia artificial. Silicon Valley primero.
Hubo un tiempo en que las decisiones sobre políticas industriales de gran envergadura eran competencia de los representantes electos, debatidas en comités y sometidas a votación. Eso ya no es así.
El más reciente acuerdo para permitir que Nvidia venda a China se negoció en una mesa de Mar-A-Lago. El One Rulebook on AI parece tener un único autor, Sacks.
“No se trata de una ”amnistía de la IA” ni de una “moratoria de la IA””, señaló Sacks, cuyo trabajo en el ámbito del capital riesgo pasó a un segundo plano frente a su carrera en los medios de comunicación y la política, en una publicación en X. “Es un intento de resolver una cuestión de jurisdicción”.
Por supuesto, su intento no es necesario. El Senado ya había decidido al respecto cuando sus miembros votaron por 99 votos contra 1 a favor de eliminar una medida destinada a bloquear las leyes estatales sobre inteligencia artificial de la ley tributaria de Trump.
No obstante, Sacks se mostró decepcionado con ese resultado y ha atacado a figuras de la industria a quienes culpó de permitirlo. Decidir cómo se desarrolla la IA, argumentó Sacks, es “exactamente el tipo de actividad económica que los redactores de la Constitución pretendían reservar para la regulación del gobierno federal”.
Trump anunció que firmaría una orden ejecutiva sobre el tema esta semana.
Como declaró recientemente el Consejo Editorial de Bloomberg, la heterogeneidad de las leyes estatales sobre IA dista mucho de ser ideal. Esto hace que el desarrollo de la tecnología sea más complejo y lento.
Pero los legisladores estatales, con una memoria tan larga como para recordar la parálisis a nivel federal sobre la privacidad de los datos y los daños causados por las redes sociales, no tienen más remedio que tomar cartas en el asunto.
Sus leyes han incluido medidas para proteger a los menores de los daños del uso de chatbots en medio de una oleada de casos sumamente preocupantes de suicidios y otros daños inducidos por IA. Otros analizan el riesgo de discriminación en el proceso de contratación cuando las empresas utilizan IA para seleccionar candidatos.
Sacks ha desestimado estas preocupaciones con indiferencia, argumentando de forma poco convincente que las leyes existentes pueden abordarlas. Ha envenenado aún más el debate al convertirlo en un tema de debate de guerra cultural sobre el sesgo anticonservador.
“La mayor amenaza de censura proviene de ciertos estados demócratas”, escribió. “Los estados republicanos no pueden detener esto; solo el liderazgo del presidente Trump a nivel federal puede”.
Las opiniones expresadas por Sacks son ilustrativas. Afirmar que la formulación de políticas debería centralizarse bajo un “marco federal”, nótese que no dice “ley”, dista mucho de un compromiso con la implementación de las barreras que los estados han buscado.
Prevenir la creación de estas barreras, actuar con rapidez y romper las reglas, es la esencia de la mentalidad de “Silicon Valley Primero”. Dejar a los ciudadanos gravemente expuestos a los riesgos no es “Estados Unidos Primero”.
Cuando se acerquen las elecciones intermedias y las presidenciales posteriores, los votantes podrían preguntarse por qué se ha prestado tan poca atención al impacto que la inteligencia artificial podría tener en el empleo y la economía en general.
La enorme influencia de los intereses tecnológicos en la Casa Blanca no sorprende, por supuesto. Trump colocó a CEOs tecnológicos al frente de su propio gabinete durante su investidura, mientras el mundo observaba y se preguntaba qué obtendría la industria a cambio. Su incansable labor para que Trump se vea y se sienta bien ya ha generado un sólido retorno de la inversión.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.
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